12. Ir en reversa

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El viaje no duró más de dos días, tal cual lo prometió mamá, y cumplió su objetivo: acompañar a Rita en su onomástico y deshacerme de Christopher, quien desde aquel día no volvió a escribir ni a buscarme. Esa era la razón por la que me sentía en paz, incluso comencé a tolerar nuevamente la comida y busqué ayuda en compañía de Evanston por lo que hace un rato había culminado mi cuarta sesión de terapia y los resultados parecían positivos.

Tal vez era una falsa sensación de bienestar pero sentía que la vida le había otorgado una nueva oportunidad a la versión mía de hace unos años atrás. Sentía como si mis votos de vida se hubieran renovado e, incluso si los ataques de pánico no se habían resuelto por completo, estaba feliz tras notar que gané peso después de que heridas antiguas y algunas recientes comenzaran a sanar.

Me gustaba este presente y los que eran parte de este.

"¿Cómo te fue? ¿Ya estás de camino?", cuestionó Evanston, quien se quedó en casa aguardando mi regreso. Sonreí, agradecida de tener a alguien como él pendiente de mi bienestar veinticuatro horas al día, los siete días de la semana.

Respondí ambas preguntas brevemente, asegurando que tardaría porque tenía planes para hoy. Él mostró interés en mi sesión con la psicoterapeuta mientras caminaba a través de la acera, así que respondí a detalle tras acortar la distancia entre mi persona y mi destino.

El sol comenzaba a caer por lo que apresuré los pasos en medio de calles abarrotadas para dirigirme al único lugar en el que podría encontrar a Alexander Polac estando fuera de la preparatoria: Coffee express, la cafetería en la que me enteré que trabajaba.

Al llegar al lugar lo busqué con la mirada y rápidamente lo encontré de pie junto a una vitrina de postres. Traía puesto un delantal marrón con el nombre del lugar grabado a nivel de su pecho, una camiseta blanca bajo esta y un pantalón de mezclilla con el que pasaba desapercibido entre la multitud mientras observaba sobre sus hombros el caos perfecto de aquel lugar.

Alexander Polac era la clase de persona de la cual era difícil ignorar una vez que tu interés encontraba un punto al qué anclarse. Eso sucedía conmigo.

Suspiré y, en el preciso momento en el que el móvil vibró, la mirada de quien había estado espiando reparó en mis ojos cafés oscuros. Sonreí nerviosa antes de dirigirme a una pequeña mesa vacía junto a la entrada del lugar, era consciente de que Polac se acercaría tarde o temprano, y así lo hizo.

—¿Y esta grata sorpresa? —susurró junto a mí mientras miraba alrededor.

Sonreí una vez más incapaz de empezar la conversación que ambos teníamos pendiente.

Habían transcurrido dos semanas desde mi regreso de Fortland, catorce días en las cuales había sido pillada espiando a Polac entre el montón de gente a la espera de encontrar el momento perfecto para abordar el tema de nuestra amistad de infancia; sin embargo, hasta hoy no tuve el valor de hacerlo por eso estaba aquí.

—¿Otra vez vas a guardar silencio? —cuestionó entristecido.

Seguramente era desesperante esperar mis tiempos, así que negué para luego tomar el morral que traía conmigo y sacar un viejo álbum de cuero marrón desgastado.

Alexander bajó la mirada hacia el objeto y frunció el ceño confundido por el significado de este. Yo guardé silencio tratando de analizar el tono de voz de este cuando habló. —¿Qué es esto?

Despegué los labios, pero ninguna palabra salió de mi boca y, para cuando me consideré capaz de formular la pregunta que daba vueltas en mi cabeza desde hace varios días, oí que alguien gritaba su nombre entre la multitud. Lo necesitaban de regreso en el trabajo.

Un club para un corazón roto [CCR # 3] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora