17. Un día peor que otro

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Despegué los párpados esperando encontrar un ambiente vacío, pero no fue así. Había una persona recostada a dos camas de la mía. Lo conocía, claro, era Alexander quien jugaba con su móvil mientras me daba la espalda. Actuaba como si aún estuviera enojado conmigo; no obstante, aquello no me preocupaba, sino el hecho de que ambos estuviéramos juntos en una habitación sin otra compañía. Observé mi cuerpo, el cual permanecía cubierto por una sábana blanca. Él debió oírme cuando me moví.

—Descuida, no llevo mucho tiempo aquí —susurró sin tomarse la molestia de verme—. Tenía que asegurarme de que todo iba bien, ya que no salías del cuarto.

—¿Evans...?

—Al igual que tú, toma un poco de distancia —me interrumpió.

Me incorporé de un solo movimiento, consciente de que su hostilidad se debía a mis actitudes de la noche anterior y él dio media vuelta sobre la cama. Me sonrió, pero no con el típico gesto amable de antes. Ahora era notorio que fingía. Me puse de pie, poco dispuesta a soportar su mal humor y fui directo al sanitario para asearme rápidamente antes de regresar a mi habitación.

La noche previa bebí de más, pero aun así recordaba lo importante, como la confesión de Evanston y mi decisión al respecto, así que me apresuré y salí del lugar. Afuera no estaba Alexander, pero sí una nota escrita en su puño y letra.

"Por si no lo recuerdas, me debes cuatro citas", fue todo lo que puso.

Habría sido mejor buscarlo y acabar con ese asunto antes de darle más vueltas, pero no tuve ánimos de encontrar al grupo en el desayuno. Quería tiempo a solas para que así mis recuerdos se aclararan, así como mis emociones, por eso continué mi camino directo a la playa.

Había demasiada gente debido al clima caluroso así que seguí el rumbo con menos testigos hasta llegar a una cueva donde las olas diminutas apenas mojaban la entrada. Tal vez no era buena idea verificar el interior ni pasar el tiempo en ese lugar porque la señal era pésima, pero al ser el único lugar donde alguien no deseado pudiera encontrarme, tendí una manta y me recosté en este par aluego colocarme los audífonos y perderme bajo la melodía de "Coping".

Pasé mucho tiempo entre varias canciones y aislada del ruido exterior hasta que sentí un leve cosquilleo sobre mis brazos. Al principio tuve mucha pereza de abrir los párpados y solo agité mi mano para quitar lo que supuse era arena, pero cuando el cosquilleo esta vez viajó a mi vientre me incorporé de golpe quedando frente a frente a un tipo que reconocí solo después de que este me robara un beso.

—¿Qué haces aquí? —colocó su dedo índice sobre mis labios, pero lo aparté.

No me hacía gracia verlo, pero tenía más curiosidad de saber cómo me había encontrado.

—¿Me estás siguiendo?

Se levantó con una sonrisa impregnada en su rostro. —Era la única manera de encontrarte, princesa.

Recogí mis cosas poco dispuesta a oír a Cristopher, pero cuando intenté dar un paso al costado y marcharme, él bloqueó mi camino y me quitó la cartera con mis pocas pertenencias, entre ellas mi móvil. Traté de tomar todo de vuelta, pero él interpuso su cuerpo bloqueando cualquier posibilidad mía. Habría gritado, pero sabía que era en vano. Estaba lejos del resto del público y la cueva era como un aislante de sonido para quien estuviera un poco cerca, así que solo le seguí el juego.

—Me dirás qué haces aquí —susurré incapaz de verle a los ojos—, al menos sé sincero con eso.

Cristopher señaló mi manta y tomé asiento, para que luego él hiciera lo mismo a mi lado. —Nuestras madres son pésimas guardando secretos —indicó como si fuera una charla amena—, así que fue sencillo. Lo que sí resultó difícil fue encontrar un momento donde estuvieras a solas, ya que el imbécil ese no te deja ni un segundo.

Un club para un corazón roto [CCR # 3] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora