El precio del olvido

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Apagué las luces de mi habitación al cerrar la puerta detrás de mí. Me eché sobre la cama y luego encendí a ciegas el proyector de auroras que Evanston me regaló hace dos noches y que ahora se había vuelto mi obsesión y parte de mi rutina antes de ir a dormir porque me ayudaba a olvidar las preocupaciones externas antes de conciliar el sueño. Sin embargo, no me arropé porque no quería dormir, necesitaba meditar y modular mi respiración.

Siendo un sábado a las nueve de la noche, el cual supuse que sería diferente porque hace tan solo una semana estaba invitada a una fiesta de gala, miré el techo de mi habitación. Tenía puesta una pijama azul envés del vestido negro que alisté entusiasmada y que yacía tendido en el espacio junto a mí, así que muchas preguntas rondaban mi mente.

—¿Dónde estás? —susurré verbalizando así la primera pregunta de muchas que no tenía respuesta.

Hasta el momento no tenía más información sobre Alexander pese a que habían transcurrido once días sin que este acudiera a clases. Todos actuaban como si fuera parte de la rutina que él se ausentara, así que dejé de preguntar por su estado y ubicación y, tal como sugirió Oli, me abstuve de enviarle mensajes hasta que fuera él quien decidiera aparecer de nuevo. Era difícil, pero lo intentaba.

“¿Alguna noticia?”, leí en el móvil minutos más tarde.

Evanston me escribió porque estaba preocupado. Él sabía tanto como yo y era testigo de cuánta angustia me causó el desconocer el paradero de Polac, especialmente al inicio cuando creí que Cristopher estaba involucrado… Respondí de forma breve y mentí respecto a que ya iba a acostarme, apagando el móvil tras eso, cuando en realidad me puse de pie y tomé un diario en blanco con el número quince grabado en la portada.

Tuve tanto tiempo durante la semana que finalmente puse en marcha el club y dentro de dos días era la inauguración. Para lograrlo, le pedí a mamá que contratara a alguien que se encargara de repartir volantes pequeños en la entrada de la preparatoria para así dar a conocer un club en homenaje a la Central telefónica y el rol que este desempeñaba a través de voluntarios como cuatro.

Quería mi propio centro de apoyo en una comunidad que muchas veces era subestimada y tratada con inferioridad: los niños y jóvenes; por eso el objetivo del club era el forjar una sociedad anónima de apoyo a estudiantes víctimas de violencia psicológica, física y sexual, para lo cual pedí asesoría de la psicóloga de la preparatoria, quien brindaría sesiones individuales y grupales sobre cómo ser agentes del cambio. Una vez consolidada la base, iría a la Central Telefónica de Salud Mental de Belmont y conversaría con la cabeza de esa institución para ver la posibilidad de que algunos miembros tuvieran la posibilidad de apoyarlos y así participar de forma activa en la sociedad…

Quería iniciar una cadena de favores a partir de mí.

—... No va a ser fácil —susurré abriendo el diario en la mitad, donde había escrito mi nombre y el de Evanston como miembros fundadores de esta iniciativa.

Quería que Alex formara parte de este, además de Oli, pero la situación era compleja y era primordial hablar personalmente con ellos antes de arrastrarlos de lleno en esto.

“Él va a apoyarte”, susurró la voz en mi subconsciente y envolví el collar que pendía de mi cuello entre mis dedos antes de imaginar a mi mejor amigo y a Polac sonriendo frente a mí. Luego miré el móvil, que yacía sin vida sobre la caja de regalo que había extraído del escondite del club.

Fruncí el ceño convencida de que no tenía sueño, rodeé la cama y abrí el objeto para así extraer la carta arrugada que hace unos días envolvía el collar que ahora relucía bajo las auroras. Miré el papel maltratado donde un crayón negro había dejado manchas por doquier. Inhalé aire despacio y sentí cómo mi pecho se inflaba mientras mi corazón latía muy lento. Después de haberlo leído una y otra vez, sabía de memoria lo que decía ahí, que era: 

Un club para un corazón roto [CCR # 3] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora