29. Hasta luego

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Actué serena cuando la señora Paz terminó su capacitación y me puse de pie para dar las palabras finales para los que estaban interesados en unirse al club, también di indicaciones finales para las sesiones de la semana que Kovacs compartió conmigo dado a mi temporal distanciamiento de los Polac. Nunca me gustó hablar en público, pero tuve que actuar natural para mantener el club a flote y luego de eso abandoné el aula sin esperar a nadie.

Era lunes, dos días después del incidente en el auditorio, y los rumores sobre lo acontecido parecían nunca terminar. Incluso si me esmeraba por ignorar al resto, el ambiente era pesado.

Me convertí en el centro de atención por las razones incorrectas y no había lugar dentro de esas instalaciones donde pudiera sentirme cómoda o donde al menos la gente no comenzara a murmurar cuando caminaba delante de ellos. No cabía duda de que para el resto mi vida se resumía en un triángulo cuyos vértices simbolizaban mis principales problemas: el falso admirador secreto, la aparente ruptura con Polac y los interminables ataques de pánico.

"Bienvenida al lado oscuro de Belmont", se burló una voz en mi interior cuando al llegar a la cafetería me recibió una ola de susurros precedida por un silencio incómodo. Tomé mi bandeja de comida poco interesada a enfrentar mi realidad y, cuando tuve mi ración del almuerzo, me dirigí al lugar más alejado.

Mi tranquilidad fue perturbada siete minutos después de mi primer bocado cuando los cuchicheos de la gente a mi alrededor se detuvo de golpe y, al levantar la mirada comprendí la razón. Alexander estaba bajo el umbral de la entrada junto a Sol. Ella sonreí aunque el brillo en la mirada de él parecía extinto.

Me puse de pie, consciente de que no necesitaba colocarle más leña al fuego.

Por un instante creí que me dejarían en paz y que me permitirían lidiar con mis demonios a solas pero, apenas rocé el hombro de Polac al intentar pasar por su lado, este aprisionó mi muñeca entre sus dedos, despertando el dolor fantasma en mi pecho.

—Maccarena, ¿podemos hablar? —susurró y la cercanía dolió.

Luego de un día entero sumergida bajo nubes grises, no había más lágrimas que derramar, solo había furia ansiosa por ser alimentada. Era tan consciente de ello, que quité sus manos con delicadeza y sonreí aunque me viera falsa.

Él podía notar que estaba herida, pero no dejaría que el resto lo hiciera. —Si es sobre el club, habla de ello con Kovacs; si no es eso, lo siento. Estoy ocupada.

Él intentó refutar pero, cuando nuestras miradas coincidieron, el dolor grabado en nuestras expresiones lo obligó a callar y aproveché aquel momento de duda para abandonar el lugar. Fui al área de cómputo, como era de rutina, y encendí el monitor de la última computadora del lugar.

Mis esperanzas eran nulas cuando ingresé mi dirección de correo electrónico. Había muchos correos spam o textos sobre promociones a las cuales no recordaba haberme afiliado. Estaba a punto de rendirme de encontrar algo útil cuando reparé en un remitente especial.

"Es él", confirmó mi corazón y mis manos temblorosas abrieron el correo de inmediato, entonces leí lo que había escrito para mí hace poco más de dos horas.

Querida Macca,

Sé que he sido injusto contigo las últimas semanas, especialmente este sábado, así que permíteme pedir disculpas por haberte fallado en reiteradas ocasiones y déjame compensarte con este regalo...

Deslice el cursor hasta el final del mensaje y encontré un archivo adjunto. Mi corazón comenzó a acelerarse cuando mil ideas cruzaron mi mente, entonces le di click al archivo y este se ajustó a la pantalla permitiéndome leerlo. Mis párpados comenzaron a sentirse pesados cuando comprendí el mensaje entre líneas.

Un club para un corazón roto [CCR # 3] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora