7. Confesión

40 5 1
                                    

Me incliné sobre la mujer recostada sobre el suelo mojado. Mis manos temblaban y, aunque estaban llenas de sangre, no dudé en levantarla del suelo. Ella respiraba pero el patrón con el que movía su pecho era tan irregular y casi imperceptible que me apresuré por llevarla hacia un lugar donde hubiera luz. Corrí desesperado, consciente de que cada segundo era la diferencia entre la vida y la muerte. Corrí, asustado.

—¡Ayuda, por favor!... —grité al llegar a la avenida principal—. ¡Ayúdenme!

Mis gritos hicieron eco en las calles desoladas de Belmont, permitiendo que un par de curiosos salieran de la cafetería para auxiliarme, entre ellos se encontraba Olivia Gertrude, quien no salió de su asombro hasta que notó que la sangre no solo era de ella, sino mía.

—¿Qué pasó? —dijo alarmada, inclinándose sobre ambos.

Me dejé caer sobre uno de los bancos metálicos del exterior y bajé la mirada en dirección al rostro ensangrentado de quien sostenía entre mis brazos. Lágrimas cayeron sobre su regazo y traté de despertarla mientras Olivia Gertrude daba indicaciones a terceros.

"Por favor, reacciona", supliqué.

Fueron minutos interminables hasta que una ambulancia se detuvo frente a mí. Me dieron la opción de ir en otra, pero insistí tanto en no dejarla sola que nos subieron a ambos en la misma movilidad y fui testigo de cómo los paramédicos le quitaron la ropa para ponerle oxígeno y revisar los múltiples traumas que escondía bajo capas de tela.

Me quebré, no solo por el presente, sino porque al verla descubierta noté cuán delgada estaba. Fui testigo del infierno que estaba viviendo y también descubrí que no era la primera vez en la que aquel tipo le ponía la mano encima. No, tenía una cicatriz cubierta por un tatuaje de mariposa justo en la muñeca junto a otros rasguños y moretones recientes. Demonios. Cubrí mi rostro incapaz de soportar el dolor por ella y sentí un nudo en la garganta.

—¿Joven? —agregó una voz extraña.

Levanté la mirada aún quebrado y una mujer señaló mi móvil, el cual no dejó de vibrar.

En la pantalla se mostraba una notificación que anunciaba las doce veces en las que Gertrude intentó comunicarse conmigo sin obtener respuesta. Resoplé, pero escribí un corto mensaje indicando la dirección del lugar al que nos llevaban. Después de esto, limpié las lágrimas secas en mis mejillas y tomé la mano de aquella muchacha frágil, quien pedía ayuda en silencio.

Nada más importaba mientras el camino se hacía eterno.

Llegamos al centro de emergencias unos quince minutos después y, aunque me hubiera gustado no separarme de ella, dejé que se la llevaran para realizarle exámenes mientras una enfermera me dirigía hacia una camilla para ver el estado de mis heridas. Fue breve y, tras ordenar que no me moviera de aquel espacio, se fue. Tiempo después las cortinas que aislaban mi espacio se corrieron dejando a la vista a una joven de mi edad con las conjuntivas enrojecidas: había llorado.

—Alexander... —dijo con la voz quebrada y dejé que se acercara.

Revisó cada vendaje y después observó el moretón a la altura de mi pómulo derecho.

—¿Estás bien...?

—¿Por qué pediste que no me acercara a ella? —interrumpí bruscamente.

Olivia Gertrude inhaló y exhaló con fuerza como si no se sintiera cómoda ante la pregunta; no obstante, no me cohibí por su actitud ni di marcha atrás. Si días antes preferí no preguntar cuando ella me hizo prometer no acercarme a Brown, ahora me urgía saber cuál era la razón de semejante petición. Ella leyó el rumbo de mis pensamientos, así que tomó asiento junto a mí en la camilla y entrelazó nuestras manos mientras acariciaba mis nudillos magullados con delicadeza.

Un club para un corazón roto [CCR # 3] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora