20. Secretos de una noche

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Observé la cama a dos lugares de la mía, en ella descansaba Evanston, quien no me había dirigido la palabra desde ayer que abandonamos el parque de diversiones. Era evidente que mi compañía no le resultaba grata de momento. Quizás estaba harto de verme junto a Brown, era justificado.

Los golpes en la entrada me distrajeron pero, debido a que Lawrence estaba más cerca dejé que él fuera. Santiago hace mucho que se quedó dormido. La siesta de la tarde lo llamaba él. “Te buscan”, le oí decir a mi acompañante y me puse de pie de un brinco. Cogí una chamarra porque la brisa del mar golpeaba con fuerza el exterior y fui corriendo a darle el alcance a Gertrude, quien lucía poco contenta. Al llegar a su lado la rodeé de los hombros y cerré la puerta tras nosotros.

Aunque no tenía problemas con mi compañero, no quería público para nosotros así que la guié hacia la bahía, donde las olas chocaban unas con otras. Ese ruido me agradaba. —¿Vas a regañarme?

Ella resopló. —¿Sabes por qué vine?

Negué. —Por tus gestos, es obvio que por nada bueno.

Gertrude se separó de mí y me dio un ligero golpe en la cabeza.

—¿Por qué nunca me haces caso? —se quejó. De los dos, ella era la más racional, así que su actitud seguramente estaba justificada—. Me prometiste que no establecerías contacto cercano con Maccarena si es que me convertía en su amiga. Cumplí, pero tú no. Aceptaste el viaje y eso sin mencionar los altercados a los que te has involucrado antes. Por Dios, Alex, la estimo, pero te quiero más a ti y aún no termino de procesar el verlos juntos… Ni qué hablar de la bomba que soltaste en el parque de diversiones frente a Frida —culminó fastidiada.

—Ah, mi confesión…

Gertrude se cruzó de brazos después de darme otro golpe. —¡Claro que hablo de eso! ¿Qué esperas que haga ahora después de que confesaste que estás confundido? —increpó. Sentí una punzada sobre el pecho—. Santo Dios. Incluso con todo el amor del mundo, no puedo aceptar esto.

Jugué con mi cabello algo inquieto. —Era una broma.

Gertrude me condenó con su mirada. —Ambos sabemos que no lo es.

Reí nervioso, pero ella se mantuvo serena.

—Sí sabes toda la historia que la rodea a ella y lo peligroso que es estar de su lado, ¿no? —tragué saliva. Jamás la había visto tan enojada como ahora—. Pensé que lo habías entendido después de pedirle a mis padres que averiguaran sobre aquel tipo, pero veo que sigues negándote a enfrentar la realidad. Ese tipo la agredió, Dios… Dime qué crees que hará contigo cuando sepa que vas tras ella cuidando cada paso que da —agregó. Su mirada destellaba—. Qué esperas que pase, Alex, porque no creo que piensas que él va a detenerse si continúas con esta locura…

Me acerqué a ella para abrazarla, pero colocó sus manos sobre mi pecho alejándome.

—No quiero que estés en peligro. Entiende, no quiero perderte.

Era justificable que Gertrude se comportara como mi madre. Incluso si era un par de meses menor que yo nos habíamos criado juntos y, en la mayor parte del tiempo, era ella quien tomaba las decisiones sabias. Resoplé. La quería de mi lado aunque era consciente de que no daría su brazo a torcer por ahora.

Aunque no lo expresara con palabras, era fácil leer su corazón y saber que Olivia Gertrude se sentía culpable por haberme apoyado dejando que mi camino se entrelazara con el de Brown de una forma que ahora era difícil separar.

Volví a tomar su barbilla para que me viera. —No pretendo faltar a nuestra palabra, pero tú sabes perfectamente que el que ella sea la misma chica de hace diez años, cambia la situación completa. Maccarena es parte de mi vida… —Oli frunció el ceño y se cruzó de brazos—. De mi infancia, específicamente —recalqué ante su notorio fastidio—, entonces no puedo mantener distancia. Hay un imán que me lleva de vuelta a ella cada vez que necesita ayuda.

Un club para un corazón roto [CCR # 3] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora