5. Socios

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Sentada frente a la casa del terror, me observé a mí misma como si hubiera retrocedido el tiempo un par de semanas y pudiera revivir el encuentro de esa noche.

Ese día vestía un buzo deportivo de color gris bastante holgado para ocultar la deficiencia de masa muscular en mi cuerpo. Traía el cabello recogido en una coleta, tratando de contener los rulos enredados entre sí. Estaba oyendo música sentada en uno de los bancos más alejados para no ser interrumpida mientras la lluvia caía cerca de mí.

El paraguas que me cubría estaba empapado, reacio a ceder ante el castigo del cielo, mientras tanto yo observaba alguna aplicación del teléfono con tanta concentración que no noté que un tipo se detuvo frente a mí hasta que esté cogió el móvil entre mis dedos lanzándolo a mis pies.

Reaccioné lento. Él habló. —¿Cuántas veces te he dicho que no me guste que mires a otros chicos?

Mi mirada se cruzó con la suya y una especie de corriente atravesó desde mi cien hasta mis pies. Era una señal de peligro.

—¿No vas a hablarme, mariposa?

No encontré palabras.

Quería gritarle. Quería pedirle que se aleje, pero envés de eso dejé que me impidiera huir cuando me puse de pie. Mi lengua se trabó.

—¿A dónde crees que vas?

—Quiero ir a casa —tartamudeé mirando hacia otro lugar.

Repentinamente la gente que antes transitaba a nuestro alrededor desapareció.

Oí gritos del edificio contiguo, entonces comprendí que la función en "La casa del terror" había iniciado en el momento justo en el que Lenmarck apareció por eso el resto de personas y curiosos se habían esfumado, dejándonos solos.

Inhalé hondo, buscando valor.

En todo lo que pude pensar mientras el varón frente a mí alardeaba de su fuerza lastimándome donde nuestros cuerpos hacían contacto, fue en Evanston. Lo imaginé enojado por la osadía de Cristopher lo cual me dio valor.

—Hablemos a solas —rogó, volviéndose alguien completamente diferente a lo que su cuerpo tenso daba a entender—. Maccarena, hablemos. ¿Puedes? Prometo no lastimarte.

No era la primera vez que hacía promesas falsas.

Si solo me fijara en el tono de voz, no habría temido, pero mientras más tosco se volvía su agarre más notaba que aparentaba ser una mansa paloma para esconder el demonio que era. Cristopher era un excelente actor, un buen manipulador, pero yo estaba exhausta.

No quería creer en sus excusas falsas.

Negué. No quería hablar más. —Tengo que irme.

Mi respuesta no le gusto y, tal como debí haberlo previsto, en un movimiento ágil de su cuerpo me lanzó contra el suelo. Tomé una bocanada de aire en shock y me vi recostada sobre el lodo mientras mis párpados cargaban con gruesas gotas de lágrimas.

Me puse de cuclillas imaginando que sostenía las manos de mi reflejo.

Me veía como una muñeca frágil echada a perder. Estaba empapada tras haber perdido la protección de mi paraguas. Mi móvil estaba a unos metros y corría mi misma suerte: estaba roto. Respiré hondo, tratando de acariciar a la quebrada mujer que escondía su llanto bajo el mechón de cabello que caía sobre su rostro. Sentí pena por mí misma y, al levantar la mirada en dirección a La Casa del Terror, vi al recuerdo de Cristopher de pie.

Él sonreía satisfecho por hacerme sentir miserable.

Me puse de pie y lo vi sacar su móvil para tomarme fotografías.

Un club para un corazón roto [CCR # 3] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora