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—¡Hyung, espera!

—¡Más rápido nana, vamos a mojarnos!

—¡Ya estoy empapado!

Corrían en la misma dirección hasta la casa del mayor. De pies a cabeza empapados, con las zapatillas embarradas y sus flequillos pegados a sus frentes. Jeno no veía si Jaemin seguía sonriendo, pero escuchaba sus gruñidos al pisar los pequeños charquitos de la calle. Cuando llegaran a la casa del más grande, probablemente, a la señora Park le daría un infarto. Estaba tan acostumbrada a vivir sola y tener un hijo demasiado ordenado como para que en una noche cayeran aquellos dos hechos un desastres.

Al llegar a la residencia rosada, se quedaron bajo el porche agitados, intentando restaurar la respiración. Sus ojos conectaron y si no estuvieran hiperventilando por haber corrido así habrían sonreido. Más sus ojos lo hicieron en secreto sin que ellos se percataran.

—Entremos, vamos.

Jeno abrió la puerta y la casa estaba a oscuras. Intentó prender la luz pero al ver que esta no respondía supuso que la lluvia la había cortado. Gritó el nombre de su madre, mas esta tampoco respondió. Seguramente al ver que él no llegaría a casa se habría tomado la oportunidad para disfrutar la tarde y no había alcanzado a volver. Luego le preguntaría.

—Jaemin, alúmbrame con la linterna del celular. Voy a buscar unas velas.

Cuando era pequeño le aterraba la oscuridad. Y aprendió de la peor manera a convivir con ella. Su abuela lo castigaba con sus peores temores infantiles cuando hacía berrinches. Desde que una vuelta lo encerró en el sótano sin luz por dos horas entendió que lo mejor era ser valiente para no tener punta de talones.

Si su abuela veía que ya no tenía miedo entonces dejaría de castigarlo. Aunque la opción era dejar de ser tan berrinchudo, Jeno prefería no abandonar su esencia.

Rebuscó entre los cajones de la mesada de la cocina hasta que encontró tres velas recién compradas esperando por él. Se las enseñó a Jaemin y el menor le levantó el pulgar aprobando su descubrimiento. Encima de la mesada había un encendedor y mientras Jaemin dejaba el celular boca abajo, para que la linterna iluminara hacia arriba, y prendió las velas; Jeno buscaba platitos para pegarlas.

Así tuvieron las velas prendidas y pegadas a los platitos de postres. Jeno con una en cada mano y Jaemin con la que quedaba. Caminaron hasta la habitación del mayor, depositaron las velas en el escritorio y otra en la mesita de luz. Ahora la habitación de Jeno, tuviera los colores que tuviera, era naranja a causa de la iluminación del fuego. Si Jaemin se quedaba más tiempo rodeado de las tonalidades de las llamas podría olvidarse del atardecer y recrear una nueva imagen hermosa en la habitación de su vecino. Jeno sacó de su armario dos remeras holgadas y unos shorts para cada uno, también dos toallas para que pudieran secarse. Se dieron la espalda y comenzaron a cambiarse.

—Bueno, no tenemos internet, está lloviendo y en cualquier momento cae el granizo, tampoco hay luz y las únicas tres velas que teníamos las prendimos para iluminar mi cuarto. Ah, y nuestros padres no están en casa ¿Algo para aportar?

—Mmm, Hay un zorro ahí.

—¿Dónde? —el azabache observó a donde el menor apuntaba, ignorando como su ropa le quedaba a la perfección. Ni tan grande, ni tan pequeño; justo como a él—¡Oh! No sé. De chiquito me gustaban los zorros. Cuando me mudé me lo habré olvidado y mi abuela quemó mi colección de zorritos así que ese solo sobrevivió por haberse quedado aquí.

—Yo tengo un peluche, me lo regalaron de chiquito. No me acuerdo de él porque no lo veía como alguien interesante.

—Sí, lo vi. ¿Siempre eres tan malo? Pobre nenito, seguramente quería ser tu amigo y tú ni bola le diste... Pobre.

SILENT BURST || NOMIN (ADAPTACION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora