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La vida al lado de Jaemin había sido dura. Pero con el tiempo lo raro se volvió costumbre y ya nadie entraba en pánico cada que algo nuevo ocurría. Todo tenía solución, menos Jaemin, claro estaba. Recién nacido el chico no lloró, ni cuando tuvieron que pegarle para saber si se encontraba con vida. No era que Jaemin fuera ajeno al dolor, pero era más hipersensible en otros aspectos; como la auditiva, la táctil o la gustativa.

A medida que fue creciendo se acumularon nuevos problemas. El pequeño Na no seguía con la mirada a las personas, era como si las ignorara a tan corta edad del primer año. No sonreía ni señalaba con el dedo las cosas que llamaban su atención. Si alguien supiera de las noches en la que sus padres se lamentaron porque el niño no los miraba, no lloraba ni respondía a su nombre. Fueron varias veces en las que lo llevaron al médico para descartar la duda de que fuera sordo.

Cuando cumplió los dos años comenzó a asistir al jardín. Para ese entonces, su madre, se negaba a tratar a su hijo con un psicólogo porque "Por supuesto que su hijo no era psicópata". Las maestras enviaban notas en su cuadernito verde; en ellas se discutía sobre las situación del infante: No habla con los niños de su edad ni juega con los juguetes que se le da (y si llegase a usarlos, no era apropiada la manera en la que lo hacía).

Jaemin había comenzado a presenciar sus primeros movimientos repetitivos, como su habitual balanceo o pequeños saltos que daba sin razón aparente. Las pocas veces en las que se dignaba a hablar, levantaba demasiado la voz. Por eso lo castigaban en un rincón; gritar en el jardín está mal. Cuando se les enseñaba a los niños a pintar, él no prestaba atención y no imitaba a su compañeritos a agarrar la hoja blanca y el lápiz rojo. Jaemin a sus dos años era un niño un poco berrinchudo que se adueñaba de cosas y no las soltaba ni aunque su vida dependiera de ello.

Cuando cumplió los tres años aprendió a comunicarse con palabras, pero la mayoría del tiempo no lo hacía. Cada que alguien lograba entablar una conversación con el pequeño, este se refería a sí mismo en tercera persona. Tampoco habían gestos en su rostro ni entendía el ajeno. Cuando Jaemin se sentía incómodo miraba de reojo, pequeños gestos que sus padres se fueron aprendiendo para así poder convivir con el castañito.

En ese entonces su madre ya se encontraba aceptando que su hijo posiblemente no era normal. O mejor dicho, no era igual al promedio de infante que debía ser. Sin embargo, el miedo seguía allí, instalado en su cabeza como un virus, un parásito. ¿Pero cómo no iba a temer? Infinidad de veces se vio salvando a su hijo de accidentes que él mismo provocaba; cruzar la calle sin mirar, acercarse mucho a los animales peligroso (como cuando quiso acariciar la cabecita del Bull terrier del vecino). Jaemin tenía conductas que a simple vista no parecían ser dañinas, pero parecía llevarlo a un extremo. Se mordía la las uñas excesivamente hasta llegar a su piel y arrancarse pedacitos, se rascaba hasta sangrar o incluso se jaloneaba el pelo concentrado en un punto fijo donde no había nada.

Cuando tenía cuatro años, aprendió a mirar a la gente. Fue de imprevisto. Una de sus primeras mañanas en la nueva casa, un niño más alto que él con el cabello oscuro, sonrisa radiante y un lunar bajo el ojo se acercó a él. Sí lo había sentido la primera vez, pero no sintió la necesidad de mirarlo o hablarle. Mas el niño era insistente y terminó cayendo en su juego sin querer. Y vaya que los ojos de las personas eran raros para Jaemin, o tal vez el niño desconocido era raro. Muy raro.


Lee Jeno. Repitió su nombre por dos años hasta que simplemente lo olvidó. Y era inusual, ya que Jaemin no acostumbraba a olvidar rostros, nombres o situaciones. Pero así fue, sin explicación un día despertó y el azabache ya no estaba en su cabeza. Ni siquiera sabía por qué ese peluchito de zorro que tenía y con el cual dormía todas las noches era tan especial.

SILENT BURST || NOMIN (ADAPTACION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora