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Al siguiente día, Jeno miraba feliz por la ventana del comedor

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Al siguiente día, Jeno miraba feliz por la ventana del comedor. Esta daba a la calle de su barrio y podía ver a los nuevos vecinos ir de aquí para allá con cajas y música de fondo. A Jeno le gustaba mucho la música que ellos escuchaban.

No era como los que el hombre de traje lo obligaba a oír, ni a la música que su madre ponía cuando limpiaba. Aquella melodía le llenaba el alma.

—¡Mami! hay un niño en esa casa...

Su madre no fue hasta él. Pero el pequeño ni lo notó. Allí de la casa vecina había salido con un peluche de oso blanco, ligeramente desgastado y un poco sucio para la comodidad del pelinegro, un niño con el pelo largo.

El pequeño vecino, se encontraba sentado en su jardín y jugaba con su peluchito. Le daba vueltas y lo dejaba caer en la mugre. Ni siquiera reía de lo que hacía, tampoco hacía extraños ruidos. Jeno tenía la necesidad de correr hasta allí y enseñarle a jugar al pequeño castaño.

—¡Está ensuciando el peluchito! ¡mami! ¿puedo salir?

La mujer miró el horario en el reloj que colgaba en su pared blanca y asintió al notar que faltaba mucho para que el hombre de traje volviera del trabajo. Su hijo feliz corrió hasta la puerta y la abrió haciendo puntitas.

—¡Hola! —saludó con una bonita sonrisa —me llamó Jeno ¿y tú?

Sin embargo, al contrario de lo que esperaba, el niño nuevo ni siquiera se giró hacia él. Solo lo ignoró.

A Jeno no le gustaba que las personas lo ignoraran. ¡Ese niño nuevo estaba siendo muy malo con él! estuvo un tiempo intentando hablar con el chico, pero el otro ni se inmutaba a sus palabras.

—¡Eres un niño tonto! tonto, tonto, muy tonto. Ni siquiera sabes jugar bien —gritó enojado. Le quitó el peluchito de sus manos y fue en ese momento que el pequeño de cabellos castaños se giró por primera vez. 

Su cabello le cubría lo ojos, pero Jeno sentía como el pequeño lo observaba solo a él. Eso lo irritó más. Ahora quería hacerlo sentir mal, al igual que lo había hecho con él.

—Además de tonto, sucio ¡niño tonto y sucio! tu oso está todo sucio —. Sin quererlo realmente, tiró el oso y lo pisó con maldad. Cuando escucho el llanto del niño tonto sintió muy mal en su corazón.

El niño tonto estaba llorando mientras jalaba de una de las patitas de su peluchito, aún debajo del pie del pelinegro.

—hey, hey, hey, no llores

Jeno levantó su piecito y vio como el castaño envolvía en sus delgados bracitos al muñeco que contenía la marca de tierra de la suela de la zapatilla que llevaba. Se sintió muy feo cuando por más que hiciera caras tontas el pequeño no dejaba de llorar.

—¿Qué sucede aquí? ¡Bebé! ¡¿Quién eres tú! —. La misma mujer que había visto desde la ventana de su casa se acercó con un semblante preocupado hasta los dos pequeños. Sostuvo entre sus brazos al niño que lloraba y observó con mala cara al pelinegro arrepentido.

—Y-yo no quería ha-hacerlo llorar ¡Perdón! —. No pudo contener las lágrimas y dejó que fluyeran por el dorso de su mejilla. —Nada más quería jugar con él y-yo-

—Está bien, cariño...—murmuró la mujer. El pequeño que lloraba entre sus brazos se removía inquieto ante el contacto, pero ella no lo soltaba en ningún momento. Aun cuando este empezó a gritar, asustando al pelinegro, ella jamás lo soltó. —Mejor ve a casa, sé que no tuviste malas intenciones —le sonrió al final y se encerró dentro de su casa.

El pequeño y dulce Jeno ahora no era tan dulce, pues le había mentido a la bonita señora que no le había gritado. Le regalaría uno de sus limpios peluchitos de conejitos al niño nuevo, tenía muchos de esos lindos animalitos. No importaba que fuera tonto y sucio, porque Jeno se sentía también un niño tonto.

 No importaba que fuera tonto y sucio, porque Jeno se sentía también un niño tonto

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SILENT BURST || NOMIN (ADAPTACION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora