Capítulo 22: " El regalo de mi vida "

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Los rayos de sol me impidieron seguir. Abrí los ojos y me encontré con la cama vacía.
Qué raro.
Pensé pasando la mano por mi pelo despeinándolo un poco más. Me senté al filo de la cama y vi en el suelo una botella vacía. Era de días atrás o eso creía.
Me sentía aturdida. Muy despistada.
Acababa de levantarme y todo lo que recordaba parecía ser un sueño.
¿Acaso lo era?
No. No podía ser.
Me levanté y caminé hacia el baño. Cepillé mi pelo y salí de este, sin apenas mirarme al espejo. Miré por una de las ventanas del pasillo y vi que el Sol brillaba muchísimo, casi no podía abrir los ojos.
Bajé las escaleras y pude descartar que todo fuese solo un sueño.
Michael estaba en mi cocina.
Movía la sartén con soltura mientras colgaba de su hombro un trapo de color a verde. Ese aroma tan familiar, tan dulce, tan delicado inundaba la cocina y todo el salón.
Estaba preparando sus famosas tortitas.
Caminé lentamente hacia la cocina y crucé mis brazos a medida que avanzaba.
Pasé mis manos por su espalda y él se estremeció ante mi contacto. Apartó la sartén para poder dejar otra tortita en el plato y se giró para mirarme.
Puso sus manos en mi cintura y sonrió:

- Buenos días - dijo sin dejar de regalarme esa sonrisa encantadora.

- Buenos días - susurré mirando su rostro.

- Me desperté muy temprano y seguías dormida - asentí. - Aproveché para preparar el desayuno - dijo volviendo a girarse para preparar más tortitas - Ayer no cenaste y no quiero que Taylor me mate cuando la vea la próxima vez.

- Tranquilo, no tenía hambre. Solo quería estar contigo - dije sentádome sobre la encimera.

- Se notaba y yo igual - susurró desviando la mirada hacia la sartén. - ¿Tienes hambre?

- Un poco - él asintió y dejó dos platos con tres tortitas cada uno, en la isla de la cocina. - Michael.

- ¿Qué? - inquirió sin girarse.

- Tengo unas ganas terribles de ti - susurré sintiendo como mis mejillas empezaban a tornarse en color rojo.
Michael apoyó las manos en la isla y la apretó con fuerza. Yo bajé de la encimera y volví a rozar la tela de su camisa roja con mis labios. - Cada vez que estaba cerca de ti era como ir hacia lo prohibido. Tus sonrisas me mataban, Michael - sonreí contra su espalda - lo siguen haciendo pero ahora creo que será más llevadero. Luego están tus abrazos, tan sinceros... Y, Dios esas caricias que hacen que me cueste estar en pie porque, no sabes lo que me cuesta sentir como paseas tus dedos por mi mejilla, por mi boca y no me besabas y... - Entonces comos si de un impulso se tratase Michael, giró para poder mirarme y comenzó a besarme como si nunca lo hubiese hecho. Esta era la tercera vez que me besaba. La segunda lo hizo antes de decidir dormir, pero esta vez era totalmente diferente a cualquiera de las dos anteriores.
Pasión, deseo, necesidad, amor...
Todo junto en un único beso que me estaba haciendo sentir como si me estuviese dando el regalo de mi vida.
Sin darme cuenta, las manos de Michael ya estaba bajando por mis piernas y me estaba llevando de nuevo hacia la encimera. Me sentó otra vez allí, y separó mis piernas para acercarse un poco más a mi.
Sonrió cuando tuve que separar unos segundos mis labios de los suyos para respirar.

- Si me hubieses dicho esto en su momento, quizás ahora estaríamos juntos muchos años - susurró volviendo a capturar mis labios.

- ¿Y cuándo debía habértelo dicho? - dije sin aliento.

- Cuando te besé por primera vez - parapadeé un par de veces al entender lo que quiso decir. Se acordaba de aquel beso que nos dimos cuando éramos pequeños. Y pensaba que lo había olvidado.

Michael me hizo enrroscar mis piernas alrededor de su cintura mientras me llevaba hacia el sofá. Me dejó sentada en el respaldo de este y él permaneció de pie.
Sus manos acariciaron mi espalda por debajo de mi camiseta del pijama y me aferró más a su cuerpo. Aún más si podía.

"Un solo reflejo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora