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" Las imperfecciones en nuestro cuerpo nos hacen diferentes al resto, cariño"
Suspiré antes de sonreír, simplemente amaba estos momentos. La luz de las velas alumbraban lo justo y necesario y el rostro de Hange se veía favorecido por la calidez que estas nos brindaban, su piel sudada brillaba. El suave aroma a limón recorriendo la habitación. Ese maravilloso cosquilleo en todo mi cuerpo.
El sentir como jugaba con sus manos sobre cada parte de mi era relajante. Ella sabía a la perfección me amaba cuando lo hacía, me generaba paz, principalmente porque siempre me costó mostrar mi cuerpo, las inseguridades me mantuvieron encarcelada, pero con Hange es distinto.
Siempre lo fue.
Hange siempre supo como hacerme sentir bien.
De vez en cuando teníamos estos momentos, o mejor dicho, ella lo tenía. Verme para ella, como ella quería, explorar mi cuerpo con total libertad y no de manera sexual, simplemente lo hacía porque disfrutaba de ver cada parte de el, sentir las curvas y relieves. Ver todas las imperfecciones, que para su gusto, eran hermosas.
—Me encantan —susurró. La yema de sus dedos tocaban las estrías que se extendían por el interior de mis muslos, sentía el como tenían una leve curvatura.
Su largo y finos dedos parecían bailar sobre mi abdomen, estaba tan concentrada que era hasta malvado interrumpirla.
—No entiendo como es que las odias, a mi me parecen tan...interesantes —puso más atención en ellas, encontrando más a cada paso —, realmente eres hermosa.
Sus besos recorrieron cada parte que eran una inseguridad para mi.
Sin ninguna razón aparente, aquellas lágrimas llegaron a mis ojos. Recordando el como odie cada parte de mi, como desee cambiar, como pensaba que teniendo un cuerpo perfecto iba a ser amada.
Pero, aquella persona que apareció en mi vida, me amó, me amó sin importar mi peso, mi altura, mi tes. Sin importarle nada.
Eso que siempre quise sentir y experimentar, lo hacía en este instante.
Ser amada.
—Jamás me he sentido así —aquello salió de mis labios.
La pasión fue quien nos unió, pero esa misma quedó de lado esa noche. Aquella noche, algo cambió en nuestra mirada, ya no nos mirábamos con deseo, lo hacíamos con amor, cariño y esperanza.
Se sintió tan bien el saberlo, el saber que me querían.
—Estoy tan perdida —admití para abrir mis ojos y mirarla. Mi mano cayó sobre su rostro, el anillo de metal en mi pulgar brillaba —¿Qué es lo que me haces?
Ella soltó una suave risa nasal para besar mis labios.
—Amarte.
Su cabeza descansó sobre mi pecho desnudo, escuchándo mi corazón latir más que nunca.
—Por favor, no dejes de hacerlo... —le supliqué.
Lo único que escuché antes de cerrar mis ojos nuevamente fue un suave "Jamás ".
Hange era donde tenía que estar y donde siempre estaría, ella es aquello que llaman hogar.
