CAPÍTULO 1 UN SIN SENTIDO

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Elisa
Seis meses parecen poco, pero para mí han sido una eternidad.

Es el tiempo que tengo viviendo en esta casa y desearía salir corriendo, pero como siempre, no puedo, mi vida siempre ha sido un sin sentido, porque no tuvo sentido que mis padres me trajeran al mundo. a una familia que jamás me trató como familia, a un hogar, del cual nunca disfruté, con unos padres que jamás lo fueron para mí. con unos hermanos que no me ven como tal, sino como su sirvienta, como la solución a todos sus problemas.

Mi madre me tuvo cuando solo contaba con diecisiete años y mi padre veintiocho, de ahí en adelante se dedicó a tener hijos. En total fuimos, diez hermanos, diez bocas que alimentar, que vestir y que educar, mi vida no fue fácil porque al ser la mayor de las mujeres me tocó cuidar de todos los demás, cuando tenía cinco años ya le ayudaba a mi madre con tres de mis hermanos, Fabián que era dos años mayor que yo, pero era hombre, así que lo atendía, Fernando que era dos años menor que yo y Jorge que estaba recién nacido, cuando cumplí los nueve, además de ellos ya era responsable de Carlos, Martha y Eduardo, a los quince, se le sumaron Elena y Joel y por último cuando tenía dieciocho llegó la menor, Silvia. Mi vida era tan atareada, que al final del día lo único que deseaba era tirarme en la cama, que por cierto compartía con Martha, y no despertar hasta el día siguiente. Pero como dije, mi vida siempre ha sido un sin sentido, con tantos hermanos, no había día que no sucediera algo por lo que no me tuviera que levantar a media noche. Por las mañanas me levantaba de madrugada, mi padre y mi hermano mayor salían muy temprano a trabajar en un rancho cercano y yo tenía que preparar su lonche, no sé por qué, mi padre insistió siempre en llevarlo a él, con ninguno más lo hizo, durante veintidós años trabajó duro para darle estudios a todos sus hijos, a excepción de Fabián y de mí, es como si por ser los mayores nos hubiera escogido para que sirviéramos a todos los demás, lo cual hicimos sin protestar.

Cuando yo tenía veintidós años y mi hermana pequeña solo dos, él murió al caer de un caballo en el rancho donde trabajaba, si mi vida era caótica, desde entonces se volvió peor, ahora no sólo atendía, a mis hermanos y me hacía cargo de la casa, por cierto nadie más lo hacía porque mis hermanos solo podían dedicarse al estudio, mis padres querían que tuvieran una carrera, que se prepararan y salieran de ese ambiente, no entiendo porque a Fabián y a mí se nos negó esa oportunidad, en fin, las cosas fueron así, el caso es que, tras la muerte de mi padre mi madre se vio obligada a trabajar, lo hacía limpiando casas de gente rica, quizás esa fue su perdición, se deslumbró tanto por los lujos que veía que al final perdió la cabeza. Cuando ella empezó a trabajar, siguió aceptando ropa, ajena para lavar y planchar, actividad en la cual yo también ayudaba, pero que después me dejó en su totalidad.

Después de la muerte de mi padre han sucedido tantas cosas, que las iré contando, ahora ya no estoy en ese lugar, por fin dejé mi pueblo y mi casa atrás, no por decisión propia, pero los dejé, ahora a mis treinta y cinco años, sigo sola, sin un hogar propio, sin un sentido de pertenencia y sin haber conocido el amor.

Desde hace seis meses mi nuevo hogar es una enorme casa, en una de las ciudades más importantes del país, en donde se vive a todo lujo, y de la cual es propietario mi hermano Carlos, él estudio una carrera, se graduó y se convirtió en empresario, por lo que veo le va muy bien. Como les va a mis demás hermanos, todos estudiaron, algunos sacaron adelante sus carreras y luego se marcharon, uno a uno sin volver atrás, sin preguntar si Fabián o yo necesitábamos ayuda con los que iban quedando en casa, quizás hubiésemos dicho que no por orgullo porque sabíamos que no eran sinceros en querer ayudarnos, pero nunca llegó a nosotros su ofrecimiento de ayuda, ni siquiera lo hicieron cuando desesperada se los pedí para ayudar a Fabián cuando fue atacado por gente mala y casi pierde la vida.

A la mala aprendí a no esperar nada de ellos.

Cuando se fueron marchando de la casa, uno a uno, yo insistía en seguir comunicándome con ellos, pero poco a poco me iban dejando, me colgaban o simplemente dejaron de contestarme, si cambiaban de número se "olvidaban" de darme el nuevo" hasta, que entendí.

Ahora los miro de lejos, no porque los vea en realidad, me refiero a que se de ellos por boca de otras personas con las que, si mantienen comunicación,

Sé que Fernando después de terminar su carrera se marchó y se instaló en la capital del país y empezó a trabajar en una gran empresa, a la cual dirige ahora, también sé que a Jorge y Martha les va muy bien, después de que, nada más terminar sus carreras, él les ofreciera trabajo y allá están los tres disfrutando de su vida y de sus familias, los que las tienen. Luego esta Eduardo que a sus veintiséis años es dueño de un lujoso restaurante, aunque no terminó su carrera. Y con él está mi hermana Elena de veinticuatro años, que es la que le administra su negocio, tras graduarse. Y por último mis hermanos más chicos, a los que más se les protegió, a los que fue imposible educar adecuadamente porque siempre corrían a refugiarse en cualquiera de mis otros hermanos, que evitaban que tuviera mano dura con ellos, lo triste de la situación fue que todos se fueron yendo y yo me quedé con el problema de ellos, con sus malas actitudes, con sus desobediencias, con sus reproches y sobre todo con sus consecuencias. El único que siempre me apoyó fue mi hermano Fabián, pero ahora él mismo está pagando por las consecuencias de la rebeldía y mal comportamiento de Joel que ya tiene veinte años y de Silvia de diecisiete.

Que ¿porque los dejé, sobre todo a ella que aún es menor de edad?

LA SIRVIENTA/No. 1 De La Serie: HERMANOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora