Capítulo 4

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Diana era una chica sin igual, le encantaba bailar en los centros nocturnos de la ciudad, yo hiba con ella para perdernos en música moderna.

Siempre Otabek hiba a nuestro lado, el llamaba la atención a su modo, era un tipo serio que se ejercitaba más que yo, le gustaban los deportes extremos, los ejercicios de alto impacto, y era un fiel ciclista, era conocido en la ciudad, con una medalla olímpica ganada en los juegos pasados, y una carrera en ello en puerta, las chicas se acercaban a él como moscas, siempre bailaba con algunas, pero nadie llamaba su atención.

Siempre cuando preguntaba por ello, decía que la manera de ser de su madre, lo había espantado lo suficiente para huir por el momento de las relaciones serias, ahora entiendo que no era ello, simplemente le gustaban los chicos.

Diana bailaba a mi lado, la quería con todo mi corazón, no quiero que nadie piense lo contrario, pero si tuviera que ser honesto, solo una vez sentí el amor sincero y fiel que alguien puede darte.

Estaba en la preparatoria, tenía 17 cuando comencé a recibir cartas de amor, todos los que decían estar interesados, siempre eran personas superficiales que no me amaban de verdad, pero aquellas cartas se convirtieron en mi más grande motivo para seguir.

Me sentía solo, llegaron en una época de mi vida, donde me sentía perdido, mi primo que fue otro amigo más para mi, se fue de la ciudad para estudiar lo que más quería y descubrí, que no tenía a nadie más aparte de Otabek, que aunque tenía unos tíos que me adoraban como padres, tenían trabajo que hacer, de pronto la casa se hacía más grande y la soledad con ella.

En ese momento, comencé a recibir cartas de amor, detalles con ellas, dibujos, letras de canciones, detalles que ahora se han perdido para siempre, fueron la luz que en aquella época oscura necesitaba.

Era la inspiración para sus poemas, dibujaba mi rostro como si me conociera demasiado y yo, era un tonto que miraba a todos lados preguntándose, quien de todas las chicas era.

Imaginarme como seria, su tono de voz, la forma en que de seguro olía su cabello, me hacia sentir nervioso, suspiraba y miraba al cielo, en medio de toda esa gente que asistía todos los días, había alguien que me amaba de verdad, de una manera tierna e increíble, de una manera que me hacía soñar.

No era un tipo romántico, ni tampoco un príncipe azul de un cuento, era un chico con traumas y mal carácter, pero aquellas cartas crearon en mi una ilusión ciega.

Sentirte amado, sentirte apreciado puede ser el mejor elixir de amor, siempre jugaba video juegos en casa de Otabek, nos divertíamos apostando quien pagaría la botana del día, estaba perdiendo como siempre, cuando pause el juego - cómo crees que sea?, crees que sea linda?.

- De verdad te importa tanto la apariencia?, lo importante es que, cuando tu mundo se caiga, ella esté para ti, no te parece? - me contestaba con su tono de voz apasible, apagó el televisor, abrió un libro que tenía y se acostó en el suelo de su habitación, hice lo mismo y me acosté a su lado, mientras el leía, yo veía el cielo desde su ventana.

- Espero que sea linda, pero más que eso, quiero conocerla, quiero saber quien está detrás de esos poemas bonitos, quiero saber quien ocupa su tiempo, haciendo esos detalles a mano para mi, tienes razón, no me importa si es fea, o incluso si no tiene un físico de modelo, ella me quiere de verdad, algún día quiero conocerla.

- Cambiará algo?, quien te dice que para ella no es suficiente, ser solo tu admiradora secreta?.

- No puedes ocultar tu amor para siempre, nadie debería ocultar sus sentimientos, todos tenemos el derecho de gritarlo a los cuatro vientos.

- Si no es la modelo que soñaste, aún así... Vas a quererla?.

- Voy a amarla para siempre - meses después me llegó la carta, una carta en una hoja de diseño con huellas de gato, con olor a fresa, como todas las demás, diciendo que quería verme, brinque de gusto, me vestí para la ocasión, con mis mejores ropas, bajo aquel árbol de flores del parque principal, llegué listo pero para mi sorpresa el único que estaba ahí era el, bajo aquel árbol, me quedé estático - qué haces aquí?.

El estaba callado, miraba al suelo como si buscara palabras para ello - yo también quería conocerla - asentí emocionado.

- Si, si, ya veras Otabek, nadie me va a querer como ella me quiere, ya lo veras - ella no llegó, estuvimos sentados bajo aquel árbol, esperando a alguien que jamás llegó, no existió una disculpa, simplemente las cartas desaparecieron.

Varias veces me pregunté, quizá se la encontró, le dijo algo que la alejó, pero muy dentro de mi mente, cada que veía sus apuntes, me fijaba en la letra prolija que solo el tenía, venía a mi mente, que siempre fue el... Solo el, aunque aquello me causaba una sensación de vacío en mi estómago, prefería pasarlo por alto.

Quise huir de esa posibilidad, quise huir de esa forma en la que solo el me miraba, aunque por ello, comencé a soñarlo cada día, pero fui fuerte, lo más que pude, saqué esos pensamientos de mi cabeza, ahora mi castigo es este, estar angustiado por el, recibir la llamada de su madre angustiada, porque solo lo vio prepararse con su bicicleta y perderse entre las calles de la ciudad como siempre lo hacía, un intento desesperado por despejar su mente, lo vio salir con su ropa deportiva y no volvió jamás.

Las puertas de su casa están abiertas, los policías están dentro, miro a sus padres estar abrazados como nunca antes, ambos lloran, ella sujeta algo entre sus brazos, una chaqueta, puedo reconocerla claramente.

Una chaqueta negra con verde neon, abraza aquella prenda como si su vida estuviera en ella, llora desconsolada como nunca antes, su padre solloza, jamás lo había visto así, es orgulloso y temperamental, ahora nada de eso importa, porque está roto frente a mi.

No pueden decirme que desapareció unos días y que el no volverá jamás, no pueden decirme que no sabrá que lo siento, nadie puede decirme que el no volverá.

Un policía se acerca, no puedo llorar, aunque quiero hacerlo - lo siento chico, lo encontramos demasiado tarde - escuché un grito, un grito desgarrador, que era mío.

Ojalá Pudiera VerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora