3: Vete Al Infierno

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Hay cosas que una persona puede llegar a experimentar en su tiempo de vida. Estas pueden ser positivas, como viajar a un país ajeno o encontrar al amor de tu vida, o negativas, como ser secuestrado y abusado.

Había viajado y tenido alguno que otro sonrojo al ver una chica atractiva, pero eso no era nada al ser comparado con lo negativo. La gente siempre decía que, si tenías suficiente fortuna y motivos para ser feliz, ¿Cuál era el punto de sufrir?

Hasta hace poco Takato era una de esas personas. Entonces conoció a Azumaya.

Recordaba breves momentos de consciencia en que despertaba y rápidamente era vuelto a poner a dormir por el incesante dolor.

Recordaba ver su pierna abierta desde la rodilla hasta el tobillo, la sangre desbordando por todos lados. Recordaba el olor a hierro llenando sus fosas nasales, la sensación de las manos del contrario sobre su carne descubierta.

Cayó inconsciente en ese momento, volviendo a despertar horas después tras la introducción del primer tornillo. Se retorció cuál gusano, gritó más allá de lo que sus cuerdas vocales permitían-causando algunas complicaciones a Azumaya, quien golpeó una arteria sensible por error-y volvió a caer inconsciente. Su respiración era agitada, y su cuerpo estaba cubierto por todo tipo de líquidos, desde orines a sangre, sudor y semen.

Después de eso, no volvió a despertar hasta dos días después.

Azumaya había tomado cuidado de él desde entonces, alimentándole vitaminas por un tubo, limpiando su cuerpo regularmente, y conversando con él sobre su día. Conversaba sobre como su desaparición se encontraba por todas las noticias, sobre como le habían interrogado como un primer sospechoso, y sobre como fantaseaba con repetir su primer encuentro. Le estaba volviendo loco toda la espera.

Incluso se había encargado de "operar" su pierna, ¿Qué le tomaba tanto tiempo? No había recibido un golpe a la cabeza (no muy fuerte, al menos), ni pasado por algún accidente que paralizara su cuerpo. Ante sus ojos no había motivos para seguir durmiendo, pues no comprendía la magnitud de un golpe al espíritu.

Cuál fue su sorpresa al, un día, llegar del trabajo y encontrarlo con los ojos abiertos mirando hacia el techo. Rápidamente corrió hacia él, checando sus signos vitales.

Estaba vivo.

Sonrío de forma involuntaria, apretando la mano de Takato. Era una sonrisa tan gentil e inocente, nadie sospecharía lo que vagaba por su cabeza.
Acababa de despertar y ya podía pensar en miles de formas en que podría poseerlo, su miembro incluso poniéndose duro.

— ¿Cómo te sientes?

Preguntó, esperando impaciente por una respuesta.

El cuerpo entero de Takato estaba entumecido tras todo el tiempo sin usarlo. Siquiera era capaz de sentir o ver su pierna, pues su mirada seguía fija en el techo.

Lentamente movió los ojos hasta caer con los de Azumaya, haciéndole esquivar un latido al corazón. Abrió la boca lentamente, y murmuró:

— Muérete.

La sonrisa en el rostro de Azumaya desapareció, siendo reemplazada por una expresión espeluznante.

Cerró los ojos, suspirando.

— Takato-San, si te disculpas ahora mismo no te haré daño, ¿Bien?

Aun si aquella palabra le había dolido (y extrañamente excitado), no era tan insensible como para hacer algo con él estando en tan delicado estado. Seguro moriría si volvían a tener sexo.

Esperó impaciente por una respuesta de su parte, pero nada llegó.

— Takato-San.

Insistió, agitando su pierna desesperado. Vamos, solo dilo. Vamos. Vamos.

Sonrió en grande al ver a Takato insinuarle que se acercara, inclinándose hasta llegar a la distancia de su boca.

Su corazón comenzó a latir, sintiendo la tibia respiración golpear su oído.

Takato abrió la boca y, antes de soltar lo que diría, sonrío con las pocas energías dentro de su cuerpo:

— Vete al infierno, imbécil.


































































































































































































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