Carnal Instinct

11: Monstruo

Al igual que el primero, su segundo asesinato fue un accidente. Al menos eso contó a los policías.

Tenía 13 años, era joven, inteligente y popular. Las niñas lo seguían cual polillas a la luz, aunque no llamaban su atención. No eran más que insectos ruidosos, y el peor de todos era Kei. Kei tenía 14 años, y lo único que le destacaba eran su ojo izquierdo, el cual apuntaba un poco hacia abajo, su molesta voz chillona, y las pecas que adornaban todo su rostro, incluyendo parte de su cuello y hombros.

Había sido expulsado de su escuela anterior por golpear a otro estudiante con un pupitre. También solía tener "arranques" de ira en los que gritaba y lanzaba cosas, o al menos eso rumoreaban en clase (aunque nunca lo había visto hacer nada similar.) Debido a esto no tenía ningún amigo, y era en ocasiones el centro de bullying y burlas. Aún así era un buen niño, apasionado por el fútbol y la caricatura de superhéroes que pasaban cada martes por la tarde. Corría por los corredores creyéndose super héroe, gritando a la primera señal de una "injusticia."

Junta nunca mostró interés en él o en su extraña actitud. Le daba igual ver como las niñas se burlaban tras sus espaldas, o como los niños esperaban cada día a que saliera para golpearlo. No se unía a la multitud, pero tampoco lo defendía, si quiera le dedicaba más de dos miradas.

Entonces, ¿Por qué lo seguía a todos lados?

Cada día al entrar le preguntaba lo que había hecho el día anterior, y aunque lo ignoraba continuaba con la conversación, haciendo preguntas y contestándose a si mismo. No parecía notar que era el único hablando, o tal vez lo sabía pero estaba tan solo que no le importaba.

Cuando salían lo acompañaba hasta su casa, y en ocasiones lo obligaba a ir al arcade.

Era molesto, pero nunca pensó mucho en ello. Sonreía y asentía, fingiendo interés mientras por dentro pensaba en el programa que saldría esa tarde. Kei sólo era una pequeña inconveniencia, un ser inferior que apenas lograba afectarle. Además, siempre le compraba dulces y pagaba por su parte del arcade, así que no estaba tan mal.

Pasaron los meses, y el viaje de fin de clases llegó. Era una excursión a un área rural de Kyoto, con muchos lugares elevados, árboles y vegetación. El plan era tomar dos viajes en tren, almorzar en un punto de descanso, y tomar otro tren para llegar a su punto de destinación.

Aún así, Kei (quien se había quejado todo el camino por lo mucho que tomaba y lo aburrido que era viajar en tren) lo arrastró con él durante el almuerzo, jurando que conocía un atajo. Por supuesto, no tomó mucho para perderse. Junta intentó mantener la calma (aunque tomaba cada parte de su ser no tomarlo del cabello y estrellar su rostro repetidamente contra un árbol), asegurando que un equipo de búsqueda vendría pronto, y que sólo debían esperar en el mismo lugar.

Pero por supuesto, siendo Kei, no pudieron mantenerse en una misma área por más de 10 minutos. En verdad comenzaba a meterse en sus nervios.

Finalmente llegaron a un precipicio, tomando asiento bajo un árbol. Junta lo había convencido (finalmente) de sólo sentarse y gritar por si veían a alguien.

Kei sacó su lonche y compartió un poco con Junta, contando sobre como había pasado el fin de semana con su papá, y como le había comprado un balón de fútbol nuevo. Luego habló por 15 minutos sobre la trama del show de super héroes que veía, para después hablar sobre como su hermana iría ese fin de semana a visitarlos, y como estaba feliz de poder verla tras tantos años.

Continuó hablando, pero Junta cerró su cerebro tras 5 minutos, observando a la distancia. Era un bonito lugar, sólo deseaba no tener que compartirlo con Kei.

Lo observó por un momento, luego al precipicio, luego una vez más a él. Seguía hablando sin cesar, esta vez sobre un perro con una sola pata que vivía cerca de su casa.