Escucho el ruido de algo familiar, de aquello que escuchas cuando la calma se apodera de tu cuerpo, igual a tener una sesión de Zen o Taichi, o simplemente quedarte de pie viendo a la tormenta en el horizonte, al final de la calle por donde el resto de casas son todas exactamente igual de blancas.
Es relajante, perturbador, tal vez, por poco también aterrador. Es algo que va y viene chocando contra la arena, casi como un grito que se funde en el terror, en otro grito, y mi cuerpo tiembla, no por frio, por miedo provocando que todos mis sentidos se activen y pueda detectar el aroma, el sonido, la sensación de verlo hundirse...
Abro los ojos sintiendo la arena pegada en la palma de mis manos, en mis muslos sudados, en mis pantorrillas y en muchas otras partes de mi cuerpo, incluyendo en mis prendas.
Dejo mis labios levemente abiertos antes de sentarme y presionas con fuerza las partículas de la arena. Pedazos raros, como diminutas alguitas secas e incluso arena de otro tipo, hasta tierra. Lo junto todo en unos puños que presiono dejando que se esparza en un hueco y el golpe del viento provoca que una arenita entre en mi ojo.
Me paso la mano por la cara tan rápido como puedo sintiendo la resequedad, se distingue hasta mis labios. Áspero y sin sabor, persiste en un toque salado con escases de hidratación. Tengo la cara con arena.
Intento limpiarme sacudiendo mi rostro al mover la cabeza espabilando mi cabello, se siente reseco, perezoso y asqueroso. Ugh. Detesto esto.
Busco con la mirada a mi alrededor encontrando una de mis manos apoyadas al lado del cuerpo de Ball. Lo observo con atención detallando el subir y el lento bajar de su respiración. No respira como una persona normal, en absoluta, pareciera muerto.
Decido poner una mano en su pecho buscando el lado de su corazón donde me quedo apretando sin recibir nada. Abro los ojos de golpe sintiendo mis nervios sobrepasarme, la cabeza empieza a darme vueltas y los mil de escenarios se me interponen como nunca, alterándome.
¿Y si está muerto? ¿y si he matado a otra persona?
No, no puede ser. Él estaba bien, nos dormimos, no pudo haber pasado nada malo. No puede haberse muerto.
Llevo un par de mis dedos a su yugular para tantear sus latidos y encuentro el ritmo, pesado, lento, más que lento. Es como si fuera perdiendo el ritmo, y es uno solo, un solo ritmo. Cuento un minuto en el que únicamente exploro trece latidos a diferencia de los míos que sobrepasan los sesenta.
Y él respira.
Doy un respingo al recordar a Coralina, me apresuro a gatear, pero al verla moverse a un lado apretujada contra Nolo, arrugo el entrecejo, asqueada. Pero ella parpadea y lo empuja antes de rodar hacia un lado y volver a dormirse.
Suelto una risita devolviéndome al rarito que no se si está muriendo o es cómo funciona su cuerpo. Pero Coralina se levanta de golpe y doy un brinco. Ella me mira por lo que parece una eternidad y yo la miro a ella intentando encontrar explicaciones a esto.
Rápidamente gateamos hasta quedarnos sentadas al centro donde se ubica lo que queda de la fogata, puras ramitas ennegrecidas, quemadas y el sol apenas está saliendo, alborotando la arena y retrocediendo la marea.
—¿Cómo llegamos a esto? —le pregunto pasándome una mano por la cara —. Ayer...no recuerdo nada de ayer... ¿A dónde fuimos?
—¿En serio, Elaine? —reprocha dándome un tirón en la oreja.
—¡Pero no recuerdo! —hablo en voz baja vigilando a los raritos dormidos en la arena —. Estaba ebria, en mi habitación, ¿cómo terminamos en la playa?
—Fuimos al concierto...
—¡Ah!
—No lo recuerdas.

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THE WHALE BOY
Teen FictionElaine De Ferreiro, la prometedora hija del mejor diseñador de Europa, se ha vuelto una burla para todo ciudadano, incluyéndose ella misma, incapaz de ir al océano y dejar esa fosa donde el alcohol, las fiestas y los recuerdos la llenan del mismo ar...