CAPÍTULO 3

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No sé qué estamos haciendo. Ni siquiera sé porque he aceptado a venir con el tan de repente, no es como si nos conociéramos de siglos. Pero no me hace sentir incomoda, y tampoco siento que debería, pero si así fuera el caso, pues puedo empujarlo por la puerta del auto.

Miles se ha ofrecido a llevarnos, nosotros vamos en los asientos de atrás escuchando unas canciones, mientras mi chofer intenta darme señales por el espejo de que debería poner mi playlist. Ni de loca, me va a ver desnuda. Esa desnudez solo le pertenece a la gente del lugar, incluyendo a Miles.

Pueden juzgar mi vida, pueden decir que no merezco ser hija de mi padre, pero jamás van a juzgar mis gustos musicales. Son lo más preciado que tengo, tanto como mis diseños de moda.

Sigo en silencio viendo a la ventana, de rato en rato a los pies de Ball que se mueven pisándose entre sí. Va más nervioso que yo, y debería porque es mi auto, es mi chofer y si se atreve a hacer algo, voy a romperle la cara de un puñetazo mortal.

Lo vuelvo a ver de reojo detallando su rostro, lo tiene perfilado, delgado, es pálido, como cuando te la pasas mucho tiempo en el agua y el sol no alcanza a tocar tu piel.

Se remueve incomodo y antes de que él vaya a decir algo, me adelanto.

—Y Ball —suspiro viendo de reojo a Miles por si tenemos que empujar a Ball por la puerta para huir —, ¿cuántos años tienes?

Se que es una pregunta muy juzgada, si cuestionas eso podría ser peligroso, pero, quien sabe quizás tiene doce años, ya no se sabe con los niños de hoy en día.

Me ve divertido y hago una mueca a juzgar por su sonrisa, seguro que he sonado como un padre que acaba de conocer al novio de su hija.

Voltea con una sonrisa, por primera vez me doy cuenta de que tiene los dientes blancos, algo raros a juzgar por las ligeras líneas que posee entre ellos. La mandíbula se le marca todavía más cuando se acomoda la etiqueta de la camiseta, dejando ver unas cicatrices en su cuello. Son raras, como líneas, parecen pequeños rasguños profundos.

—Veinte.

Capto a Miles haciendo un ruidito, me mira por el retrovisor de una manera picara y le hago una grosería con el dedo. Por suerte, el chico de mi lado no lo nota, se mantiene tranquilo viendo a su lado de la ventana.

—¿Cuántos años tienes tú? —me pregunta relajándose un poco más.

­—Uno menos.

Me mira fijamente.

—Que tengo diecinueve, tonto —gesticulo poniendo los ojos en blanco.

—Te gustan los insultos.

—Siempre insulta a todos —comenta Miles haciendo contacto visual con Ball —. Es un don que tiene. Suele acertar con las personas.

Ball sonríe cabizbajo, mordisqueo mis labios apartando la vista, aunque tenga la emoción de haber recibido el apoyo de Miles.

—¿Sabes algo?

Ball y yo nos miramos confundidos ante el tono que usa mi chofer para hablar con él. Miles mueve sus dedos en medio de la radio, estamos estacionados frente al semáforo y hay unos cuantos vehículos detrás de nosotros.

—A Elaine le gusta mucho la música —comenta Miles subiendo el volumen —. Voy a ponerte las canciones que ella suele disfrutar.

—¡NO! —grito impidiendo que presione el botón.

Miles gira sonriente a vernos, Ball por su lado me ve asustado, y me las apaño para no desbordar enojo. Mi chofer me regala una de esas miradas que suele usar cuando me corrompe y termino ocultando mis ojos con una mano.

THE WHALE BOYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora