—¿Vendes ballenas?
—¿Ballenas? —digo al mismo tiempo que el vendedor.
Mi padre me queda mirando como si estuviera perdida, sus ojos azules divagan en los míos con cierta curiosidad, analiza tratando de buscarme la coherencia.
—¿Porque estamos buscando ballenas en una tienda de confecciones? —le pregunto sin tener su atención.
Me vuelve a ver, desvía su mirada a los ojos del vendedor que trata de comprender a que se ha referido. Por su aspecto ya debe deducirlo.
—Niña, las ballenas son para tu vestido —espeta mi padre. El vendedor alza las cejas esperando la explicación —. Varillas, da igual, para confección.
—Ahora lo traigo —se apresura el vendedor.
—Oh, el vestido, lo había olvidado —murmuro bajando la mirada a la punta de mis sandalias anchas.
Sí que lo había olvidado. Mi vida no puede estar peor. Me olvido todo como si tuviera más de cien años tratando de recordar que he almorzado ayer.
Otra vez tengo la mirada de mi padre, me ve de reojo mientras se concentra en su pequeña lista entre sus dedos, un pedazo de papel con tinta roja y cuadraditos a los lados del contenido que va tachando.
—Siempre estas olvidando todo, no es novedad que un día vayas a olvidar tu propio nombre —me dice mi padre tomando con la mano unos elásticos con brillantes y encaje que cuelgan del escritorio del vendedor.
—Ya ha pasado —hablo de forma despistada —, no ha sido la gran cosa y nadie se ha reído más que yo.
Él me mira con desaprobación, no es la gran cosa en realidad, no me concentro tanto en mi alrededor.
—Desde luego que la gente se va a reír, apenas tienes diecinueve.
Pero le he dicho que nadie se ha reído ¿Acaso me presta atención? No puede ser que piense que sigo estando ebria.
—La edad de la juventud dorada —ironizo para mí misma y él alcanza a oír.
Y no me ha pasado nada de mierdas doradas. Joven pero aburrida. Una vida que no tiene nada bueno, puros viajes, arena y rocas y agua y sol...
La peor parte es que todo se repite, crisis existenciales, gritos de desesperación, fracaso y sin nada bueno o divertido que hacer.
Ahora no me ve, suelta un profundo suspiro, supongo que vuelve a ser de desaprobación. Tampoco soy su orgullo. Voy a terminar la escuela y no he decidido qué hacer con mi vida, así que soy la menos indicada en ser el orgullo de sus ojos.
—Es tu decisión permanecer estudiando en casa, tu madre ha dicho que podrías haber ido a la escuela.
—Vivir en otro continente no es favorable. Aprendo más fuera de la escuela que en ella.
—Si, claro —dice con su mismo tono de siempre.
Tiene una forma tan clásica y relajada de hablar, puede degollar con los ojos y con una simple alzada de cejas ya sabes qué cosa va mal. Cosa de franceses, supongo. Algo que sin duda alguna no he heredado de él.
—Padre, es cierto. En el año he leído unos ciento cincuenta libros —me mira bajando sus gafas redondas de cristal. Sabe que miento, no han sido ciento cincuenta —. ¡Bien! Solo cinco.
—La mayoría es sobre biología marina y cosas sobre el mar.
—Me gusta esa carrera, no tiene nada de malo —murmuro desviando la mirada.
—Hemos hablado de ello —se planta frente a mi soltando la blonda que tiraba de su dedo —. Si tu sueño es diseñar, puedes elegir Francia, el mundo va a amarte.

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THE WHALE BOY
أدب المراهقينElaine De Ferreiro, la prometedora hija del mejor diseñador de Europa, se ha vuelto una burla para todo ciudadano, incluyéndose ella misma, incapaz de ir al océano y dejar esa fosa donde el alcohol, las fiestas y los recuerdos la llenan del mismo ar...