CAPÍTULO 12

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Elaine

Bajar me pone los pelos de punta. Coralina se da cuenta de ello y toma mi brazo haciendo un ajuste para caminar juntas. Casi escucho el ruido del océano, me agujerea los tímpanos generando un escalofrío en los vellos de mis brazos, no me agrada ese sonido, no me agrada a donde vamos.

El Whaleboy es mi lugar menos favorito y no es exactamente por su nombre, sino por las cosas que este lugar ha hecho para llegar hasta donde esta. Robar, esa no es una de las cosas. Matar, sí.

Eso y que me da alergias, además de tener muchos misterios que me prohíben conocer. Por eso vengo pocas veces. La mayoría del tiempo que paso aquí es para conocer a la gente o los negocios. Mi padre no pisa este lugar para nada, le tiene asco al aroma, a la sangre y cree que no es adecuado que un diseñador vea como denigran arte.

Siempre que vengo, Coralina viene conmigo. Ella ve las plantas de este lugar, intenta ayudar a los profesionales, su abuelo trabaja aquí con mi madre desde que ambos éramos unas niñas. Muchas veces nos perdíamos al jugar a las escondidas y una vez encontré a una ballena abierta por la mitad, todo indicaba que estaba sana, la habían casado solo para conseguir el aceite, ese elixir.

Cruzamos la entrada viendo a la gente que va caminando con unos uniformes que parecen de virus contagioso. Otros usan camisetas grises con jeans, unos pocos unas batas blancas.

El olor a pescado me desgarra la nariz, pisamos agua, las olas chocan contra la plataforma ocasionando que varias gotas se entrometan en la costa, hasta tocar la punta de nuestros pies, recordándonos que la muerte no es muy lejana al océano y que tal vez cuando morimos no nos dirigimos al cielo, sino a las profundidades.

Los barcos al fondo le dan un aspecto a ser una especie de muelle, pero solo es algo más que una fábrica, una veterinaria media rara que hace pesca, lugar para la venta de peces y un poco más que nunca he podido conocer. También son los responsables de los concursos que hay durante las vacaciones y el resto del año.

Mi madre es muy influyente en este mundo, tiene todo el océano en la palma de su mano, tiene a miles de personas alrededor del mundo para que hagan y deshagan cuanto quieran, para cazar, para investigar, para curar y devorar. Para sacrificar.

Alzo la vista hacia las oficinas templadas por vidrios, cientos de personas caminando en los pasillos con papeleos. Nosotras dos corremos a tomar el ascensor, vamos a la oficina de mi madre, pero me detengo en frio al oír su voz.

—Elaine —la escucho llamar medio distraída.

Giramos y el aire en mi pecho se contiene, hay una ráfaga helada que acapara mi cabello y el oleaje se altera, es como si escuchara mi nombre sonar, como si tuviera una melodía propia cada vez que alguien me habla.

Mamá está firmando papeles, lo hace todos los días, así como todos los días contesta llamadas. Se acerca apresurada a las dos, toma de nuestros brazos y nos lleva hacia el otro lado donde choca el mar a una severa distancia. Desde aquí puedo ver los contenedores siendo movidos.

—Perdón por llegar tarde.

—No te preocupes, ¿Dónde has estado?

—Con Cora —la apunto empujándola un poco —. ¿No es verdad? En los condominios.

—Ah si, si, eso hacíamos —sonríe ella asintiendo varias veces.

Mamá nos evalúa de pies a cabeza, detallo que en la mano lleva un sobre con el mismo sello que vi antes de...antes de que el océano lo tomara en brazos. No había visto ese sello en años. Es el dibujo perfecto de una sirena, pero con un delfín saltando sobre ella y la aleta de una ballena.

THE WHALE BOYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora