Tiro la chaqueta al suelo y salgo corriendo por la puerta. Bajo las escaleras a una velocidad sobrenatural y empujo con fuerza la puerta de entrada. Bordeo la piscina y me acerco hasta la verja. Corro el pestillo en la cerradura desde dentro y la abro un poco, lo justo como para colarme por ahí. Me quedo de pie y miro a todos lados, pero la moto no está. Observo las bocacalles en busca de la Kawasaki, pero nada. Ni rastro. Me siento en el bordillo de la acera y me froto los brazos para evitar morir por congelación. A pesar de ser verano, por las noches, si vas con pijama corto te congelas.
Me quedo observando el lugar donde había visto la moto desde la ventana. Sería demasiada casualidad que no fuera la de Daniel. ¿A qué había venido?
Recuerdo al chico de la capucha. Está claro que mi sueño no tenía ningún sentido, pero no entiendo por qué huye de mí y luego me defiende en una pelea. Recuerdo el momento en el que toqué su mano en el baile. Recuerdo su mirada fija en mí; sus ojos negros. Esos ojos negros que me recordaron a Daniel...
Me levanto de inmediato con el corazón latiéndome a mil. ¡No puede ser! Bueno, mejor dicho, ¡tiene que ser! ¡Tiene que ser él! Todo es demasiada casualidad como para no serlo. Es cierto que cabe una posibilidad de que no sea él, pero venga: los mismos ojos, la misma moto, el cubrir su rostro... También contaba el no haberlo encontrado rondando por el hotel y que nadie supiera quién era. Lo único que no cuadra es el pelo rubio, pero supongo que cualquier peluca podría hacer ese efecto.
Sonrío al sentirme Sherlock Holmes y con el corazón en la mano saco el móvil del bolsillo de mi pijama. Busco entre mis contactos y me quedo pensando cuando aparece el nombre de Daniel con una foto improvisada que le hice mientras ponía cara de pato. Me muerdo el labio inferior y sin pensarlo más le doy al botón de llamar. Unos pitidos suenan. ¿Qué le digo? Mierda, esto lo tendría que haber pensado antes. Los pitidos dejan de sonar y se escucha la voz de una mujer.
-El número al que llama no existe. -dice con voz metálica. Cuelgo de inmediato sin dejar acabar la grabación.
Me siento...decepcionada. ¿No existe? ¿NO EXISTE? ¿CÓMO QUE NO EXISTE? ¡MALDITO CAPULLO QUE SE HA CAMBIADO DE NÚMERO! ¿ESTO SE SUPONE QUE ES ACABAR BIEN CON TU EX? QUÉ ESTÚPIDA YO...SI YA LO DIJE, EL AMOR ES UNA MIERDA.
Cálmate Mireia.
No tiene ningún sentido que Daniel se haya cambiado de número, pero que siga viniendo a verme o a pelear por mí. Quizás haya una perfecta explicación para el cambio de teléfono. Lo más probable haya una cuestión razonable. Sí.
Comienzo a llorar mientras me acerco a la verja de nuevo. No entiendo por qué lloro. Una vez me prometí a mí misma que nunca más lloraría por nada; no daría esa satisfacción a nadie. Pero estoy demasiado débil, sensible como para demostrar al mundo que Mireia no le teme a nada y que es capaz de hacer cualquier cosa con la cabeza bien alta.
Me limpio las lágrimas con los dedos y vuelvo a correr el cerrojo de la puerta después de entrar. Meto las manos en los bolsillos de mi pantalón y camino hasta la puerta del comedor. Entro y me dirijo a las escaleras que hay al fondo. Subo al piso de arriba. En otra ocasión habría cogido el ascensor, ya que soy vaga por naturaleza, pero cuanto más haga, menos tiempo me quedará para pensar en Daniel, y estar quieta, encerrada en un lugar pequeño, no despeja mucho la cabeza que digamos.
Recorro el pasillo hasta llegar a las habitaciones particulares. Giro a la derecha y abro la tercera puerta. Gabriel sigue acostado de espaldas a mí. Recojo la chaqueta que había tirado al suelo y vuelvo a mirar por la ventana. No, la moto no está. Al menos sé que no me estoy volviendo loca; o al menos hasta el punto de ver cosas que no están.
-¿Dónde fuiste? -pregunta Gabriel incorporándose y abriendo la boca por el sueño.
-Solo a tomar un poco el aire. -miento lo mejor que puedo, pero no hago maravillas. -¿Llevas mucho tiempo despierto?
-No, apenas tres minutos, pero me asusté cuando no te vi.
-Perdona. -digo sentándome en la cama. La mirada de Gabri se dirige a mis labios y yo trago saliva. El beso bajo las estrellas seguía siendo el único que me había dado. Apoya sus manos sobre el colchón y se acerca muy lentamente a mí. Le miro a los ojos, pero no veo los suyos. Veo los de Daniel. Todo su rostro comienza a distorsionarse en mi mente, y aparece el de Daniel. Soy consciente de que todo es una imaginación mía; de que Daniel no está, y que el chico que quiere besarme es Gabriel, pero mi cerebro sigue jugando con mis ojos llenos de lágrimas. Primero me entran muchas ganas de golpearle; de gritarle lo mucho que le odio por desaparecer así de mi vida, pero a los pocos segundos todo cambia y siento que se me derrite el corazón. Me entran ganas de besarlo como si no hubiera un mañana y obligarle a quedarse a mi lado para el resto de su vida.
Me lanzo sobre él tumbándole en la cama y agarro el cuello de la camisa de su pijama. Lo miro a los ojos con nostalgia y acerco mi cara a la suya. Paso las piernas por cada lado de su costado y poso un dedo en sus labios acariciándolos. Él sonríe y todo cambia. De repente no es Daniel quien me sonríe; es Gabriel. Me quedo helada mientras mis lágrimas ruedan por mis mejillas. Suelto suavemente el cuello de su camisa mientras él me mira confundido. Me aparto de él y salgo de la cama.
-Lo...lo siento. -digo entre hipo e hipo. Cojo mi chaqueta y mis zapatos y salgo corriendo. Cierro de un portazo y salgo corriendo hasta el edificio donde está mi habitación. Subo todos los pisos y abro sigilosamente la puerta para no despertar a mis amigas. Vuelvo a cerrarla y de un salto me meto en la cama. Definitivamente, ahora sí que me estoy volviendo loca. Necesito ingresar en un psiquiátrico ya. Sí mi cuerpo me había jugado una mala pasada con Gabriel, ¿me lo había pasado también con la moto?
Sé que es una pregunta muy razonable, pero también estoy muy segura de la respuesta: no. Dicen que hay que hacer caso al corazón, no a la cabeza, y mi corazón me dice que no, que era real.
Oigo unas pisadas y alguien se mete en mi cama. Me abraza con fuerza rodeándome por la cintura y me aparta el pelo de la oreja.
-Todo va a salir bien, confía en mí.
-Confío en ti, Laia. -digo, y ella me planta un beso en la mejilla.
Muchas gracias por vuestros votos y comentarios; anque no sean muchos me alegro de que os guste mi novela!:)
Besoos♥♥
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Oh la la Paris
Teen FictionMireia y Laia son mejores amigas, y ¡por fín pueden pasar el verano juntas en París! Pero ninguna puede imaginarse lo que les espera en la ciudad del amor... Ya sé lo que estás pensando, pero ¿y si ésta no es una historia como las demás? Una novela...