Plan genial

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En cuanto dejo de caer vuelvo a abrir los ojos y lo busco con la mirada. El chico rubio, o Daniel, o quien sea estaba ahí, pero ya no está. Bajo corriendo de la atracción y miro hacia todos lados pero no lo veo por ningún lado.

-¿Buscas a alguien? -pregunta Leo a mi lado. Supongo que se ha notado mi cara de acosadora psicópata, aunque a decir verdad el acosador es, en este caso, Daniel.

-No, no. -digo volviendo la vista hacia ellos.

-¡Me voy a hacer un tatuaje! -dice Laia señalando una caseta en la que un cartel en grande indica que son de buena calidad.

-¿No pensaréis que son de verdad buenos? -pregunta Gabri.

-Sí, y si no me da igual, yo quiero uno. ¿Alguien más?

-Yo. -digo levantando la mano. La verdad es que siempre quise uno, o dos incluso.

Laia y yo entramos y tras hablar con el encargado, un señor muy majo, nos tumbamos en una especie de camilla. Decidimos hacernos el mismo; un pequeño infinito en el tobillo, que significa que nunca jamás vamos a separarnos, porque Laia es mucho más que una mejor amiga; es una hermana para mí, y pase lo que pase, nada va a separarnos.

A parte, yo decido hacerme otro en el omóplato; una flor de diente de león que se va convirtiendo en pájaros. Para mí, significa la libertad. Significa poder dejar atrás todo lo que no merece la pena seguir, y al mismo tiempo significa que no todos los cambios son malos; que no hay que tenerles miedo porque nunca sabemos lo que nos depara el destino.

Sí, cuando quiero puedo ser mi filosófica y rebuscada.

Media hora después salimos con nuestros tatuajes. Durante el primer día se verá rojo, pero con el tiempo la piel de alrededor volverá a la normalidad.

Buscamos a los demás, y cuando los encontramos ya está anocheciendo, de modo que decidimos irnos (muy en contra de mi voluntad).

****

No entiendo. No entiendo por qué Daniel me controla si ni siquiera se atreve a decirme una palabra. Pero yo soy muy lista y he ideado un plan que no me puede fallar.

Todas las personas del "campamento" (sigo sin saber cómo llamarlo) están en los jardines de detrás de los edificios. La música suena muy alto y todos van de blanco. Bueno, lógico, es la fiesta blanca.

Cuando sacan una enorme piñata (sí, lo sé, una fiesta muy rara para adolescentes) me escabullo del centro y me alejo de todos ellos.

Bien, os cuento mi plan: yo ahora salgo sola e indefensa por la verja y me adentro en la carretera. Entonces, Leo, vestido con un pasamontañas, se acerca a mí navaja en mano. Es entonces cuando (espero) Daniel viene y Leo echa a correr (es atleta así que no le pasará nada) y yo cazo a Daniel y le obligo a hablarme.

Perfecto ¿eh? Si es que soy un genio.

-¡Mireia! -alguien me saca de mis pensamientos. Me giro y veo a Gabriel acercándose a mí. Raro, porque ayer mismo en el parque de atracciones seguía enfadado conmigo. -Hey. -levanta la mano tímido. -Oye, quería pedirte disculpas. Me afectó mucho lo de...ya sabes..., pero no pensé en todo por lo que tú has pasado. Fui muy egoista, y entiendo que tú...que tú te sientas confusa y que...bueno...que quieras...a Daniel. -me quedo sin palabras. Yo también he sido una egoísta negándole una oportunidad. -Y yo te apoyo.

-Gracias. -digo cogiéndole las manos. Él baja la mirada hasta ellas y yo las suelto delicadamente. Siempre tengo que meter la pata... -Eres muy importante para mi, Gabri. Yo también lo siento mucho, y espero que podamos ser como antes, muy buenos amigos.

-Claro, para todo lo que necesites Mire. -me hace sonreír. Él muy pocas veces me llama Mire. -Voy a ir con los demás.

-Yo vuelvo en un rato. Nos vemos. -digo levantando la mano y echo a andar.

Cuando salgo por la verja no veo su moto, pero a decir verdad, solo la había visto una vez desde la ventana de la enfermería.

¿Y si hoy no estaba?

Seguí caminando por la carretera. Hacía un poco de aire, y me sujeto el borde del vestido con las manos (disimuladamente) para no ir enseñando la ropa interior.
Los nervios me recorren el cuerpo, y me duele un poco la tripa. Siempre me pasa cuando estoy nerviosa. Sigo avanzando cuando veo que a lo lejos viene alguien en mi dirección; alguien vestido de negro y con un pasamontañas.

Comienza la interpretación.

Yo sigo caminando hasta que nos encontramos a unos diez metros, distancia a la que podría ver que no se trataba de una persona normal. Entonces me giro y comienzo a andar más rapido de vuelta al hotel. Camino de prisa, pero estoy bastante lejos, y oigo cómo las pisadas de alguien corriendo a mi espalda se hacen más fuertes. Mi cuerpo se tensa cuando una mano me tapa la boca y me sujeta del brazo.

-¡Socorro! -grito cuando Leo afloja un poco el agarre. Todo estaba planeado. -¡Socorro! -vuelvo a gritar.

Leo saca una navaja del bolsillo de su pantalón y la pone cerca de mi cuello; sin llegar a tocarme.

-Dame todo lo que llevas encima. -dice bastante alto. De un modo u otro, Daniel tenía que oírnos.

Me revuelvo entre los brazos de Leo negando con la cabeza.

-¡Ahora! -grita Leo extendiendo una mano para que haga como que le doy dinero o el móvil.

Desvio la mirada a los alrededores, pero no veo a nadie. Daniel no está, y no va a venir.

Saco el monedero de mi bolso y se lo tiendo a Leo.

Nada.

Solo estoy haciendo una estupidez, he sido muy infantil pensando que Daniel podía estar ahí. Él y yo, ya no tenemos nada en común; excepto que yo, como una idiota, lo sigo queriendo...

Leo deja de sujetarme. Probablemete, él también se ha dado cuenta de la estupidez que es ésta. Se oye un golpe a mi espalda y Leo cae al suelo. Me giro bruscamente y veo a un chico rubio con la capucha puesta. Leo echa a correr demasiado rápido, y el rubio echa a andar a paso normal, pero yo ya lo he visto.
Es innegable, su perfil es demasiado claro.

-¡Daniel! -lo llamo jadeando; y el chico se detiene.

Oh la la ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora