Cumpleaños (parte 2)

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"Feliz cumpleaños" leo en un susurro. Ni un nombre, ni una firma...nada. Pero no me hace falta nada para saber de quién es.

Quito con cuidado el papel de filtro que envuelve el regalo y saco una matrioska; una de esas muñecas rusas que tienen más dentro de ellas.

Siempre me han parecido horribles; te miran con esos ojos siniestros y encima se comen a las demás, pero me quedo sorprendida al ver lo bonita que es ésta.

Es de un color rojo potente con decorados en color crema y una cara que hasta parece inocente.

Mijaíl y Lenna se acercan a mí interesados.

-Son originales; de una marca rusa. -dice Mijaíl leyendo un extraño nombre por detrás.

-Son preciosas. -digo sacando el resto de dentro.

Los ojos se me humedecen. Definitivamente acabo de tomar una decisión con respecto a Daniel, y esta vez nada va a fallar en mi sencillo plan: ir a su casa.

Sé dónde está según la orientación que pude observar desde su pared de cristal.

****

-¿Estás segura que sabes dónde vive? -pregunta Laia, que no está muy segura de que ir a acorralarlo a su casa sea una buena opción.

-Claro. -respondo para nada convencida una vez el autobús arranca.

-Me estás metiendo una trola...

Sonrío y le saco la lengua, pero sé que aunque la arrastre hasta París a vagabundear por las calles hasta encontrar su casa, me seguirá queriendo.

-Dime, ¿qué sientes ahora exactamente por Daniel? Porque como un día lo amas y al otro lo quieres matar...no sé si tengo que estar preparada para una sesión de besos o para un crimen.

Su comentario me hace reír, pero en seguida vuelvo a ponerme seria.

-No sé qué es lo que siento. O sea, sí pero no. Quiero decir, le quiero; no sé cómo en tan poco tiempo lo he podido querer tanto. Lo he llegado a amar más que a nada en esta vida. Y por más que me propongo odiarlo; por más que me da motivos para odiarlo...no puedo. -suspiro. -No puedo dejar de pensar en sus brazos rodeándome la cintura, en sus besos... No puedo dejar de pensar en su mirada, en el día de la playa...y no puedo dejar de pensar en el "lo siento". Estúpido "lo siento". ¿Qué siente? Porque yo lo único que siento es que cuando no está el me falta el aire. -hago una pequeña pausa. -No tienes que prepararte para un crimen, pero tampoco para una sesión de besos. Yo no puedo obligarlo a quererme, pero no puedo conseguir entenderlo. Yo lo que quiero es una explicación; quiero que me explique qué narices está pasando; por qué huye de mí y luego me manda regalos de cumpleaños. Por qué me vigila pero al mismo tiempo no me dedica ni una sola mirada.

Laia suspira.

-¿Y qué pasa si no te gusta su explicación? Quiero decir, si tiene un motivo para estar así.

Fijo la vista a través de la ventanilla viendo pasar montones de árboles difusos; sin mirar nada en concreto. Noto cómo se me secan los ojos.

-Si hay una razón por la que él está así...entonces dejaré que se aleje de mí.

-¿Y si no la hay? En tres días contados volvemos a Zaragoza. ¿Qué vas a hacer?

Niego con la cabeza.

-No lo sé. ¿Tú que vas a hacer con Mijaíl?

Laia sonríe en cuanto pronuncio su nombre, lo que me hace sonreír a mí, pero parece más una mueca.

-No voy a alejarme de él. O él intentará venir a España, o yo pediré ir a estudiar a Rusia. Ya se me ocurrirá algo.

-¿Y tus padres no se mosquearán? -pregunto haciéndome a la idea por un segundo de no tener a Laia a mi lado el próximo curso. Imposible. Si hacía falta, yo me iba con ella.

-Me da igual si se mosquean o no. Lo amo, quiero estar con él.

El autobús para en el centro de París y bajo de él. Hace un calor sofocante. Miro hacia atrás para esperar a Laia, que se tropieza con el escalón del autobús y cae al suelo rodando por la acera mientras los franceses la miran como si estuviera loca. Laia empieza a reírse como una hiena perversa y a hacer la croqueta por la acera mientras grita.

-¡SOY UNA GAMBA!

En ese instante casi muero de risa. Me sujeto la tripa con las manos retorciéndome en el suelo mientras Laia sigue rodando y se choca con los pies de una abuelita que la mira con cara de asesina. Mi amiga se levanta rápidamente y echa a correr como una loca, y yo la sigo como puedo para evitar que se pierda. (Sí, que se pierda ella, porque yo nunca me pierdo, soy así de guay).

-Es por aquí. -le digo a Laia cuando reconozco una calle por la que pasamos con la moto.

Andamos durante media hora avanzando y retrocediendo por las calles hasta llegar a la que estaba segura de que era la calle en la que vivía.

Camino despacio, como en los típicos momentos en los que tienes que hacer algo de lo que has estado segura toda tu vida, pero que a la hora de la verdad te mueres de nervios, de miedo y de todo lo demás por lo que se pueda morir.

-Mireia. -me llama Laia cuando llegamos al portal. Me giro nerviosa; temblando. -¿Estás segura?

No contesto. ¿Si estoy segura? No, no lo estoy. Tengo unas ganas tremendas de dar media vuelta y echar a correr hasta el hotel; o hasta mi casa. Quiero encerrarme en mi cuarto a comer helado de chocolate, a dormir, o a llorar. Quiero que todo esto haya sido un sueño, o al menos un recuerdo que queda en el recuerdo: el peor verano, en el que me intentaron violar por segunda vez, en el que sufrí...pero no era cierto, porque había sido el mejor verano; el verano en el que estuve con mis mejores amigas; el verano en el que me enamore, de verdad, por primera vez.

La puerta se abre y salen una pareja anciana que nos sostiene la puerta para que podamos entrar. Sin pensarlo dos veces entro. Ya está; ahora solo tengo que hacerlo sin pensar.

Laia cierra la puerta detrás de nosotras y subimos por las escaleras hasta el piso correspondiente. Me planto en frente de la puerta sin saber si llamar al timbre, tocar con los nudillos o tirar la puerta abajo. Finalmente toco al timbre; para algo está, ¿no?

Nadie responde. No se oyen pasos ni ruidos dentro. Me doy la vuelta para marcharme enfadada cuando Laia vuelve a llamar. Otra vez silencio, pero a los segundos se oye girar el picaporte y la puerta se abre.

Me doy la vuelta y lo veo. Está ahí, enfrente mío. Observo sus ojos casi negros, sus labios gruesos y su pelo...rubio. Me acerco a él y cojo su mano. Su piel es fría; muy fría, y su tacto me hace echarme hacia atrás. Se queda mirándome sorprendido, pero no tan sorprendida como yo lo miro a él...pero ¿a quién?

Oh la la ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora