Fotosíntesis

945 52 9
                                    

Laia mira su plato de acelgas con asco. Había hecho una apuesta con Mijaíl y la había perdido, de modo que tenía que comer un plato de acelgas. Dato: Laia odia las acelgas más que nada en el mundo.

-¡Esto está asqueroso! -grita demasiado alto mirando con asco a Mijaíl. -Es que no se acaban; cómo pero no se acaban. Igual es que la luz de la lámpara fluorescente sirve para hacer la fotosíntesis y se reproducen.

-¿Las acelgas cocinadas? ¿En serio? -pregunto sin poder dejar de reír.

-No hay otra explicación.

-Quizás que ni siquiera las has probado...

-¡Cállate! ¡Claro que las he probado! Será el futuro castigo para mis futuros hijos.

-¿Y si les gustan las acelgas? -pregunto. Laia abre los ojos como platos como si acabara de decir una barbaridad.

-¿A QUÉ BICHO INMUNDO EXTRATERRESTRE LE GUSTAN LAS ACELGAS?

Mijaíl baja la cabeza mientras se sonroja un poco. Son tan tiernos juntos... Son tan tiernos que me dan ganas de vomitar arcoíris, si no fuera porque entendía lo que Laia sentía hacia el ruso mafioso.

Veo a Gabriel entrar al comedor y me pongo en pie. Su mirada pasa por mí, pero en seguida la aparta y se aleja hacia una mesa en el otro extremo del comedor.

-Mierda. -suspiro. -Chicos tengo que ir a arreglar algo. -digo alejándome. Desde la noche anterior, cuando mi cabeza me había pasado una mala jugada, no lo había vuelto a ver. Entendía que estuviera enfadado conmigo, pero quería que supiera que yo no intentaba jugar con él ni nada parecido, sino que realmente tenía problemas psicológicos, que estaba loca y tenía que ir a un manicomio antes de intentara violar momentaneamente a alguien más. Soy un peligro para la sociedad.

Me acerco a la mesa donde él se encuentra de espaldas a mí. Saludo a Carlos y a Javi que se sientan de cara a mí.

-Gabriel... -digo tocándole el hombro. Noto como sus músculos se tensan y separo mi mano de su piel. Gabriel aprieta la mandíbula y no responde. Los chicos se levantan y se van dejándonos solos. Me siento enfrente suyo y lo obligo a mirarme. -Gabriel, lo siento.

No responde, simplemente se oye una especie de gruñido, como si debatiera si debía escucharme o no.

-Lo siento, lo siento de verdad. No quiero que pienses que jugaba contigo. Anoche... anoche estaba confusa. Mi cabeza me hizo ver cosas que no había. Realmente es algo preocupante, no te lo digo porque sí. Gabriel, -él fija sus ojos en los míos y una especie de escalofrío recorre mi cuerpo. -lo que menos querría sería hacerte daño. Eres mi amigo, y yo...no quiero dejar de ser tu amiga por ser tan estúpida.

Se hace un silencio incómodo en el que deseo que dijera cualquier cosa. Siento el corazón en mi garganta, como si fuera a ahogarme por culpa de él.

-Dime una cosa Mireia. -dice con los ojos rojos. Asiento con la cabeza asustada y él traga saliva. No habla de inmediato; se queda en silencio durante medio minuto, como si tuviera que asegurarse de que hacía la pregunta correcta, o simplemente pensando si debía preguntármela. -Anoche, antes de que...antes de que no pasara nada, ya me entiendes; cuando dices que la cabeza te jugó una mala pasada, -vuelvo a asentir para que sepa que puede decirme lo que quiera, que yo voy a estar ahí para él. -¿pensabas en Daniel?

Solo al escuchar su nombre todo mi cuerpo se vuelve más pesado. Lo miro a los ojos con una mirada que suplica alzar una bandera blanca. Todo esto es demasiado para mí. Quería decirle que no, que Daniel se había ido y que el motivo de que no quisiera besarle no era porque seguía enamorada de Daniel. Quería decirle que él valía mucho más que Daniel, por haberme dejado cuando yo le pedí que se quedara. Quería abrazarle muy fuerte y pedirle que no me soltara nunca. Pero no podía. No podía porque no quería seguir mintiéndole ni engañándole.

Mis ojos se humedecen y abro la boca para responder, pero Gabriel niega con la cabeza y una lágrima recorre su mejilla.

-Yo nunca voy a poder ser como él. -observo la lágrima deslizándose hasta su mandíbula. Veo como se tambalea y como cae a cámara lenta sobre el suelo. Se levanta ruidosamente atrayendo la mirada de mucha gente y se pasa la mano por los ojos. No vuelve a mirarme; simplemente se da media vuelta y se va. Observo como empuja la puerta con fuerza y al salir le da una patada a algo que había en el suelo.

Todas las miradas se centran en mí. Me siento fatal; me siento horriblemente mal por tener que decirle, o más bien por no tener el valor decirle lo que siento a Gabriel, pero ¿qué siento? Ahora mismo lo único que siento es un nudo en la garganta. Siento que todas las desgracias giran en torno a mí.

-No pienses que todo es tu culpa. Es tu verano, y ya has tenido bastante hasta ahora; a partir de ahora te toca disfrutar, y yo me voy a encargar de que lo hagas. -dice Laia a mi espalda abrazándome fuerte.

****

-¡Laia te quiero! -digo gritando cuando viene con algodón de azúcar. Su plan de diversión había sido llevarme al parque de atracciones. Bueno, habíamos ido todos: Alba, Natalia, Ari, Mijaíl, Lenna, Javi, Carlos, Leo, Pietro, Jeiden, Miriam, Michelle, Lorena y por supuesto, Gabriel. Solo que este último no había mostrado interés en hablar conmigo desde que habíamos llegado.

-Lo sé, lo sé, soy tu diosa sublime. -contesta Laia subiendo las cejas.

-No, yo soy tu diosa, tú me traes comida. -digo riendo. Laia me saca la lengua y entrelaza su mano con la de Mijaíl. -¿Quién se monta en esa? -grito señalando un palo de caída libre muy alto. El silencio se hace a mi alrededor.

-Cri cri, cri cri. -dice Ari imitando a no sé qué animal que haga cri cri.

-¡Pues yo me voy a subir! -corro hacia la cola y veo que nadie me sigue. Qué más da, que ellos sean unos miedicas no va a cambiar que me encante la caída libre. Es como si volara, como si en el momento en el que caigo todo fuera insignificante como para preocuparme tanto por ello.

La barrera de entrada se abre y corro hacia un asiento desde el que podré contemplar las mejores vistas. Bajo el agarre y me abrocho el cinturón. Un momento después suena un pitido y los asientos comienzan a subir. Oigo como mis amigos me gritan desde abajo mientras yo pongo caras raras en su honor. Deslizo mi mirada por todos ellos y me paro en Gabriel. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho y mira hacia arriba.

La atracción se queda parada durante unos segundos creándome impaciencia. Me pongo nerviosa cuando no sé cuánto tiempo estaré allí arriba ni cuándo caeré, pero es una de las sensaciones que más me gustan.

Vuelvo a mirar a mis amigos y les sonrío. Pero detrás de ellos...detrás de ellos hay alguien a quien conozco. ¿Es...? Abro los ojos como platos mientras un fuerte sonido suena y caigo a una velocidad vertiginosa. Siento como floto sobre el aire y como cada uno de mis órganos se para. Automáticamente cierro los ojos.

Oh la la ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora