Capítulo 1: Desgracia

4.4K 199 34
                                    

A pesar de pasar mis días en Ikebukuro, el barrio en que todo hay, mis días no podían ser calificados como extraordinarios. Todos los días significaban una rutina: golpes, furia, ruido, molestia, un cigarrillo, una hamburguesa, tal vez una copa, tal vez una persecución, noche, mi insípido apartamento y vuelve a empezar. Sin embargo, sí podía calificar mi día como «bueno», desde que ese pequeño insecto no se cruzara por mi frente.

Ese era un día como cualquier otro en Ikebukuro. Igual que todas las mañanas, me levanté, desayuné lo primero que encontré, me enfundé en mis ropas con los dos extremos del color, y me dirigí a mi trabajo. Andaba tranquilo, como tanto me gustaba estar, pero poco les gustaba a los demás verme, con la vista perdida en alguna parte, disfrutando de los primeros rayos de sol, pidiendo en silencio al calor y al viento que tocaban mi piel, que nadie tropezara conmigo y me hiciera perder mi tan preciada serenidad.

Caminábamos con Tom-san por la calle rumbo a ningún lugar, él tan inexpresivo y meditabundo como siempre que se veía cargado de mucho trabajo; no me miraba, solo se limitaba a decirme alguna cosa de vez en cuando y a esperar que yo asintiera. Miré su cabello hecho rastas casi impecables, como si siguieran sus remolinos y formas naturales, y no pude evitar pensar en lo agradecido que me encontraba con él por el trabajo que me había ofrecido a pesar de mis temibles y lamentables antecedentes, justo después de enterarse de mi inminente despido como barman; pensé que tendría que empezar a vivir en la calle si no conseguía alguna otra cosa que hacer, cuando él, con su bondad, dio solución a mi desgracia. Me disculpé luego, en mi mente, por hacerlo siempre partícipe de mis perdidas de luz, de esos momentos en los que mis encuentros con tipos molestos, dejaban como resultado la perdida de mi paz y la ceguera que siempre teñía todo de rojo; siempre me consideré un tipo tranquilo, pero por desgracia, con muy poca paciencia; cuando esa ceguera me obnubila, a mi cuerpo lo posee una fuerza inhumana y luego toda mi desgracia vuelve a comenzar. Cuando mi vista vuelve, todos están en el suelo casi muertos. Por fortuna, Tom-san es un buen amigo y jefe, y siempre logra entender que ese mal que me aqueja, es algo que no puedo controlar.

Giré mi vista hacia la carretera ya atestada de automóviles al reconocer, con la misma rapidez de siempre, el automóvil que se abría paso por el tráfico que avanzaba. Un gran árbol se interpuso en mi camino borrando momentáneamente la silueta de aquel auto que conocía tan bien. El semáforo cambió, todo se agilizó y, con rapidez, el lujoso auto gris que no podía parar de mirar, avanzó por la carretera en dirección opuesta a la mía. Nuestras miradas se cruzaron por poco tiempo, lo suficiente para que pudiera ser tomada como un saludo. Sí, mi hermano menor, la única luz que había en mi vida, había decidido hacer una de sus visitas fugaces para comprobar nuestro mutuo bienestar con una mirada que significaba una charla, un abrazo, un café, un saludo y una despedida. Recordé cuando me regaló mi ropa de camarero, lo feliz que fui cuando la recibí; ese era un regalo por mi nuevo trabajo, y el primer que recibía de su parte y por lo menos, por un momento pude compartir con él. Amaba a mi hermano, pero su lugar estaba en otro sitio, sitio que no era mi estúpido apartamento. Le respondí con otra mirada y dejé que siguiera su camino sin mayor percance; para mí, verlo, era más que suficiente.

El día pareció iluminarse más de pronto, convertirse en un telar mucho más feliz; mi hermano tenía ese poder en mí. Pensé entonces, que las cosas no podrían ir mejor, que la mañana era lo más bonito que me había pasado en la semana, y que nada ni nadie allí, en ese atestado barrio de Tokio, lograría que yo perdiera la cordura. En la esquina del restaurante de sushi Ruso, Simón ofrecía a gritos y cantos su raro pero delicioso menú; por allí mismo, y por las aceras vecinas, varios Pañuelos Amarillos caminaban encorvados, agravando su cara de vándalos; incluso, por mi lado, se escuchó el relinchido que avisaba de la visita de Celty, quién pasó a toda velocidad, escapando de una moto de policía. Tanto ruido y yo me sentía tan tranquilo, tan pleno... y pensé que así seguiría, pero entonces él apareció.

1. Si pudiera matarte...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora