Capitulo 12

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Kathia


Todo aquello estaba comenzando a sobrepasarme.

Supe que Enrico me observaba, sentía sus miradas recorriendo mi rostro, pero las ignoré. Hasta que volvió a hablar.

—Mi padre conoció a Hannah un mes más tarde de que ella estableciera vínculos con Fabio. —Se detuvo un instante a coger aire. Al parecer lo siguiente que iba a decir le contenía. Quizás por el fuerte peso emocional...—. Ellos dos eran como hermanos. Daba igual la diferencia de edad y los kilómetros que les separaran. —Tragó saliva, y yo con él. Me temblaban las mejillas, no quería ponerme a llorar porque sería un signo de empatización con Enrico que más tarde detestaría. Pero lo cierto fue que, más allá de mis sentimientos hacia él, la conversación me superaba por momentos—. Leonardo era el único que sabía de la existencia de la mujer. Pero nadie contó con que se enamoraría de ella, y a Hannah le pareció divertido jugar a otro tipo de juego.

Me mordí el labio. Una repentina ira me sobrepasó y me aferré a la colcha hasta hacerla crujir. Ni siquiera conocía a Hannah, hasta hacía apenas unas semanas no había sabido de la existencia de mi verdadera madre. Sin embargo, ya se había ganado mi odio.

—¿Cómo descubrió Fabio que yo era una Materazzi? —pregunté con los ojos cerrados .

—Meses después de que mi familia muriera, Hannah extorsionó a Fabio. Había consumido la recompensa obtenida de los Carusso y necesitaba más. Le confesó que no eras su hija y que si no hacía lo que ella le pedía terminaría declarándoselo a Olimpia. —Enrico suspiró agobiado—. Por tanto, ellos no te necesitarían y podrían eliminarte.

Negué con la cabeza. Siempre había sabido que Olimpia di Castro era perversa y vanidosa, pero nunca hubiera imaginado que llegaría a tal punto.

—¿Por qué continuar protegiéndome? —protesté cabizbaja recordando las últimas miradas de Fabio antes de morir—. No era su hija, ¿qué más daba?

—Te quería como tal. Sabía que era la única familia que me quedaba. —Una confesión rotunda, muy decidida. Miré a Enrico con fijeza. Él me devolvió la mirada con algo de nostalgia. Supe que me observaba a mí, pero que su atención estaba lejos de allí—. Él fue quien me salvó... Le quise como a un padre. Solo buscaba protegernos a ambos...

¿Por qué demonios tuvo que contarme aquello? No esperaba que sus palabras me hirieran tanto.

Contuve el aliento y me obligué a continuar. Me exigí seguir hacia delante y dejarme de sentimentalismos por muy arraigados que estuvieran.

—¿Y tú...? —espeté con cierto grado de ironía—. ¿También me proteges?

—Es lo único que me preocupa... —susurró y yo sonreí sin ganas.

—Quiero que entiendas algo —junté mis manos, las coloqué entre mis muslos y apreté hasta cortarme la circulación—: nunca serás mi hermano... —extrañamente aquel gruñido cargado de rabia me hirió— nunca te perdonaré el daño que me has hecho. Y lo único que deseo de ti es que desaparezcas de mi vida... —el llanto ya era un protagonista— no eres nada para mí, no quiero que me hables, ni que te me acerques. Te odio... profundamente, Enrico.

«Mientes...»

Quizás... Pero ya no había vuelta atrás. Ninguno de los dos podía ignorar lo que acababa de decir.

Aun así, ser consciente de la gravedad de mi discurso no fue lo que más me vulneró, sino el hecho de que Enrico estaba frente a mí luchando por digerir aquello. Casi agradecí que optara por mostrarse tan impertérrito como siempre.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora