capitulo 28

93 7 0
                                    

Kathia

Cristianno me arrastró con fiereza por un pasillo en penumbra verdaderamente escalofriante. Iba tropezando con mis pies y los suyos, me costaba respirar. Ni siquiera en mis peores pesadillas imaginé una respuesta así en él. Estaba muy furioso y eso me inquietaba. Confiaba en él, pero temía la decisión que le había hecho tomar mi actitud.

Me empujó contra la pared antes de echar mano a uno de sus bolsillos y extraer una pequeña argolla. Seleccionó una llave y la introdujo en la cerradura. Pero no abrió de inmediato. Su mirada súbitamente perturbada se perdió en algún punto de la corta distancia que nos separaba. Apretó la mandíbula y yo entorné los ojos. Tuve la urgencia de saber lo que albergaba su mente y sentí un poco de melancolía al tenerle tan cerca y a la vez tan lejos de mí.

Un instante antes de que me empujara con rudeza dentro de aquella habitación, supe que él lamentaba haber llegado hasta ese punto. Aunque ambos sabíamos que ya no había vuelta atrás, debíamos afrontar aquello.

Fui consciente del lugar al tiempo en que Cristianno nos encerraba dentro con un sonoro portazo. La sala era espeluznantemente sobria. De paredes sin encofrar y suelo de hormigón. En las esquinas del fondo había una pila de palés, hierros y también alguna que otra herramienta pesada. El típico compartimento de una fábrica donde guardar material... Siempre que no se tuviera en cuenta el tipo que había amordazado y maniatado en una silla.

Por cómo lucía, supe que le habían torturado en varias ocasiones con la suficiente maestría como para no provocarle una hemorragia que le llevara a la muerte. Tenía heridas recientes en los brazos, mejillas y piernas y un aspecto ensangrentado y sudoroso bastante alarmante.

Aquel hombre me clavó una mirada desesperada que me cortó el aliento y me hizo temblar.

Cristianno se colocó tras de mí. Su torso completamente pegado a mi espalda, su aliento agitado y furioso resbalando por mi nuca, y su brazo, que rodeó mi torso por encima del hombro antes de plantar su pistola contra mi pecho.

El exquisito aroma que desprendía su piel y la armonía con la que su respiración me acariciaba contrastó con su gesto. Me sobrecogió ver aquella arma tan cerca de mi corazón. Me dio la impresión de que buscaba compartir el amor que sentía por su dueño.

—Cógela. —Un gruñido que me provocó temblor—. Obedece, Kathia. —Y lo hice antes de mirarle y notar el calor de sus labios a unos centímetros de los míos. Cristianno miraba al hombre maniatado, pero tenía toda la atención puesta en mí—. Mata a este hombre.

Un latigazo de turbación me sobrevino bruscamente.

—¿Por qué? —tartamudeé.

—¿Qué te importa? —me susurró al oído—. Esto es la mafia, ¿recuerdas?

Cristianno se divertía, derrochaba su soberanía sin importarle lo que estuviera causando en mí. Ciertamente lo sabía, sabía que yo enloquecía por la tensión que se respiraba entre los dos y que poco a poco inundaba aquel sitio.

Quienquiera que nos viera allí no se habría creído que hacía unos meses coqueteábamos y discutíamos entre clase y clase. ¿Cuánto más nos quedaba por vivir...?

—Incluso si es así, se necesita un motivo —le reproché. No era buen momento para tener integridad. Si él me estaba pidiendo que le matara, seguramente habría suficiente motivos para hacerlo. Pero aquello fue la muestra de las debilidades que todavía me insistían y Cristianno se dio cuenta.

Aun así, no cedió. Buscaba darme una lección. Hacerme comprender de golpe. Me hubiera gustado gozar de una parte de su poder. La pistola me pesaba una tonelada. Había comenzado a sudar.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora