Capitulo 55

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Kathia


«Diez horas... Diez horas y seré la esposa de Valentino Bianchi», murmuró mi fuero interno, acuclillada junto al cristal de la ventana.

Y después, ¿qué? ¿Qué me deparaba el destino? ¿Qué beneficio podía obtenerse de todo aquello? ¿Qué se guardaba Cristianno...? ¿Qué estaría haciendo en ese momento...?

Me llevé una mano a la cabeza y enredé los dedos en mi cabello.

Tenía miedo. Me latía en la garganta, me perforaba la sien. Era tan estremecedor que no me creí capaz de moverme. Me consumía, me angustiaba muchísimo.

Al parecer, tener a Cristianno no había sido suficiente. No bastaba con saber que estaba vivo. Había comprendido que a partir de aquel sábado, él apenas sería la sombra de un amante que el mundo creía muerto. Y eso era muy poco con lo que conformarse. Yo lo quería todo de él, quería compartirlo todo con él. Cada minuto, cada segundo, cada momento.

Pero, ¿qué más daba todo eso? Tácitamente el ritmo de mi aliento se detenía, iba a morir. No debería haber estado pensando en cómo sería mi vida tras casarme. Porque no existía. Mi final ya estaba escrito.

—No puedes dormir... —Había escuchado la puerta abrirse y cerrarse, los pasos de alguien acercándose a mí, pero no me molesté en averiguar quién era. Me dio igual.

Hasta que Thiago buscó mi mirada. Me humedecí los labios.

—Sería extraño que consiguiera hacerlo, ¿no crees? —Me resistí a mirarle, pero finalmente

lo hice.

Su bonita y definida figura se recortaba en las sombras con tanta gentileza como presunción.

Thiago gozaba de una belleza ruda y suave al mismo tiempo.

Tiró de las pinzas de su pantalón antes de acuclillarse frente a mí. No me di cuenta de que le había observado con atención hasta que le tuve a la misma altura.

—Deberías —dijo sin saber que me produciría un escalofrío—. Tienes poco que temer. Me entraron ganas de llorar y cobijarme en su pecho.

—Ojalá confiara tanto... —repuse soportando el escozor de mis ojos. Sacudí la cabeza para

despejarme y traté de calmarme—. ¿Qué haces aquí?

Thiago torció el gesto. No le valía ninguno de mis intentos por evitar el llanto. Ya se había dado cuenta de mi estado.

—Tengo turno —comentó—. Custodio tu seguridad esta noche.

—Mi seguridad... —Y probablemente algo más.

El segundo de Enrico no habría entrado en la habitación a las dos de la madrugada así como así. Se suponía que yo dormía. Debía tener un propósito... O yo estaba aventurando demasiado, cabía la posibilidad.

—Kathia. —Que me tocara la barbilla con aquella delicadeza por poco termina con mis fuerzas.

—Humm... —No pude decir más.

—Divagas, ¿verdad?

¿Tú no lo harías? —Mi comentario le hizo pensar demasiado en qué palabras decir a continuación.

Por eso me sorprendió tantísimo su respuesta.

—Acompáñame. Tomemos algo. —Me entregó su mano.

Dudé si aceptarla o no. No me apetecía deambular por el hotel, ni tampoco estar en compañía de nadie, por muy agradable que fuera. Necesitaba estar sola, aunque eso me consumiera en mis pensamientos más nefastos.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora