Capitulo 27

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Kathia


Definitivamente, Thiago era un suicida al volante.

Ahora comprendía el porqué Gio le había dicho que los semáforos en rojo servían para detenerse. Pero que su esbirro se lo recordara no significaba que él obedeciera.

Había sido un milagro que no me descubriera. Un milagro que debía agradecerle a la fuerza de mis uñas y mi trasero. Tuve que hacer sacrificios para mantener el equilibrio allí metida. Tanto traqueteo durante el viaje había logrado que estuviera más pendiente de no hacer ruido o estamparme de morros contra el cristal que de la ruta. Así que cuando se detuvo, no tenía ni idea de donde estábamos.

Me asomé con cuidado en cuanto Thiago se bajó del coche y le vi caminar hacia una nave, atento a su entorno.

Era una zona industrial, una especie de polígono bastante deteriorado, con unos recovecos que, ahora que atardecía, resultaban de lo más siniestros. Por cómo lucía el lugar, sospeché que allí se movían indigentes y quizás politoxicómanos.

Tragué saliva. Un ramalazo de miedo me erizó el vello. No sabía si había sido buena idea ir sola hasta allí. Y además, si me descubrían, probablemente se enfadarían demasiado.

Pero al coger aire, dejó de importarme todo aquello. Tenía una misión e iba a conseguirla.

Esperé a que Thiago entrara en la nave y bajé del todoterreno. Tendría que buscar otro modo de entrar, no podía hacerlo por la puerta principal. Así que me moví rápido hacia uno de los callejones que rodeaban la fábrica.

Tuve que sortear charcos de dudoso contenido y alguna que otra rata en proceso de descomposición mientras mi pecho ardía por la agitación. Se mezclaba con la curiosidad y la ansiedad que sentía cada vez que pensaba en la posibilidad de que Cristianno estuviera allí dentro.

Tras varios minutos buscando el modo de entrar, tan solo di con dos puertas cerradas a cal y canto. Habría sido estúpido pensar que podría estar a la altura de agentes como Thiago, joder. Probablemente había logrado engañarle hasta ese momento, pero eso no tenía por qué darme un pase de entrada.

Me apoyé en el ladrillo un tanto derrotada y me obligué a respirar con normalidad, pero era muy difícil hacerlo teniendo en cuenta el olor que desprendía el lugar. Asqueada, eché la cabeza hacia atrás.

La visión de una ventana por poco me marea. Enseguida me recompuse y me alejé un poco para poder ver mejor su forma. No era muy grande, pero me valdría para colarme por ella. El problema

estaba en su altura. Más de seis metros la separaban de mi posición. Pero no tardé en dar con la tubería de cobre grueso que recorría toda la longitud de la pared.

Miré a mi alrededor. Solo necesitaba el primer empuje para colgarme de la tubería y trepar hasta la ventana. Y eso me lo daría el contenedor que había junto a mí. Con habilidad y ayudándome de los sobresalientes de los ladrillos no debería ser difícil. En teoría, claro. Desde luego, si resultaba que mi habilidad se negaba a hacer presencia, la caída sería bastante aparatosa.

Saboreé un instante la desquiciante exaltación del momento antes de cerrar las manos en puños y armarme de valor.

Cristianno


—¿Quieres decir que a estas alturas no tenemos ni pajolera idea de quién es el último de Los Cuatro? —dijo Mauro mientras yo me pellizcaba el entrecejo.

Llamábamos Los Cuatro a los esbirros que Angelo y Valentino habían contratado para tener los suburbios controlados. Algo poco alarmante si obviamos su verdadera misión: matar a Kathia como les viniera en gana. Por tanto, eso no le aseguraba una muerte fácil y sencilla.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora