Capitulo 10

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Sarah


Mentiría si no admitiera que me sorprendió ver a Ben tan preocupado. Se había sentado a mi lado, cogido mi mano y controlado mis constantes vitales con una determinación alarmante. No había dejado de observarme, analizando a través de mis ojos si falseaba cuando le decía que me encontraba un poco mejor.

Tuve que hacer malabarismos para tranquilizarle y evitar que pidiera ayuda. Conforme estaba la situación, no era lo más adecuado. Así que, entre contracción y contracción, recurrí al pésimo repertorio de chistes que Mauro me había contado para destensar el ambiente. No conseguí que el inglés se carcajeara (yo no tenía la gracia del Gabbana), pero al menos se relajó y soltó varias sonrisillas. Era un buen tipo.

Y lentamente los dolores cesaron.

Mi cuerpo se relajó y entré en un estado de duermevela agobiante que hizo que Ben se empeñara en llevarme a la habitación. Pero me negué y él respetó que no quisiera moverme de allí hasta saber que Mauro traía de vuelta a Cristianno sano y salvo.

Apagó las luces del salón y me dejó a solas para que descansara.

Quizás lo hubiera logrado si mi corazón no hubiera insistido tanto en golpearme. Latía fuerte y discordante. Estaba realmente preocupada por todo.

Suspiré llevándome las manos a la frente y negando con la cabeza. Sentía el cuerpo contraído, acorchado en las extremidades y me notaba cansada.

Ya eran casi las cuatro de la madrugada.

De pronto escuché a alguien entrando en la casa. Me incorporé temerosa y cogí aire antes de ponerme en pie. No había rastro del dolor, solo un ligero signo de fatiga.

Empecé a caminar. Estaba tan convencida de que vería a Cristianno que no me planteé la posibilidad de que pudiera tratarse de otra persona. Y así fue. Toparme con Enrico me cortó el aliento. Me desconcertó y disparó los latidos de mi corazón.

Un instante más tarde, me estremecí.

—¿Dónde está? —preguntó con voz ronca y cansada, dando pasos cortos hacia mí. Era la primera vez que le vía desde el momento en que me mostró a Cristianno con vida.

Tragué saliva y me llevé instintivamente las manos al vientre. Como era de esperar, Enrico me analizó y no tardó en sospechar que algo ocurría.

—No lo sé —tartamudeé y agaché la cabeza—. Aún no han regresado —admití. Enrico torció el gesto.

—¿Plural? —Su voz me acarició la frente.

Que se hubiera apegado tanto a mí, tan delicado y sensual como siempre había sido, me hizo odiarlo un poco más. Me había arrebatado toda esa exquisitez que caracterizaba sus movimientos y ahora me la devolvía de golpe sin pensar en lo difícil que me resultaría gestionarla.

Asentí.

—Mauro.

—Es bueno saber que al menos está con él —suspiró y miró rápidamente al techo. Su cansancio era de sobra evidente.

—Estás herido —murmuré señalando los moratones de su cara.

—Cristianno sabe muy bien cómo pelear. —Pero aunque quise preguntar, su mirada me dejó bien claro que no era el momento de hacerlo.

—Iré a por el botiquín. —Subí las escaleras y me dirigí al baño que había al final del pasillo.

Me sentía como si aquella fuera la primera vez que compartía un momento a solas con Enrico. Y en cierta manera, así era. Nunca había terminado de conocerle, aquel hombre era desconocido para mí.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora