Capitulo 31

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Cristianno


—¿Estás bien? —pregunté a Eric cuando, tras varios minutos observándole, deduje que no se movería del porche principal.

Había estado todo el día dándole vueltas al momento que había compartido con Kathia en los lavabos del hotel. Anduve de un lado a otro, me desesperé con la idea de imaginarla posando junto a Valentino, pero también sonreí sabiendo que cada segundo que pasaba me hacía estar un poco más cerca de ella. Habría besado a Kathia, me lo habría permitido si Olimpia no hubiera interrumpido en el mejor momento. Pero esa intromisión no hizo que mis pensamientos se dispararan.

Eran más de las diez de la noche cuando escuché a mi amigo llegar en su moto.

Salí fuera porque le vi dudar. Se miraba los zapatos, se estrujaba los puños de su chaqueta y fruncía los labios como queriendo decir algo de lo que todavía no estaba seguro.

¡Eh! —exclamé con un susurro cariñoso al tiempo en que le tocaba una mano.

Fruncí el ceño al recibir sus miradas impresionadas ante mi gesto y me retiró el brazo. Tuve la sensación de que había tenido una especie de calambrazo.

—No debería haber venido... —espetó y se lanzó a bajar las escaleras. Le seguí al trote y le corté el paso.

—¡Eric, para! —dije cogiéndole de los hombros—. Si estás aquí es porque me necesitas y no te haces una idea de lo mucho que me gusta saber que tengo tu confianza.

Él tragó saliva. Pocas veces (por no decir nunca) había visto a mi amigo tan vulnerable.

—No sé cómo demonios lo haces —comentó cabizbajo—, pero siempre consigues que me sienta seguro. Aunque seas un capullo mentiroso. —Puse los ojos en blanco antes de cogerle de la barbilla y obligarle a mirarme.

—Mentiras piadosas, guapito. —Le hice sonreír. Y apoyé mi frente en la suya completamente enternecido por la fragilidad de mi amigo.

Él siempre había sido el más tímido, en ocasiones incluso temeroso. Entre todos le habíamos enseñado a ser más decidido, a afrontar las cosas con valentía. Y ahora era indispensable para nuestras vidas.

Le insté a regresar al porche y nos sentamos en las escaleras. No le forcé a hablar. Eric decidiría cuándo, pero estaba seguro de que me lo contaría y de que sería el primero en saber lo que le provocaba tal desazón. De lo contrario, no habría ido hasta allí.

—No lo evité, Cristianno —declaró con un lamento. No lloraba y tampoco creí que terminara haciéndolo, pero su actitud dejó muy clara la pesadumbre que sentía—. Me miró con aquellos ojos

y me dejé llevar. Lo más extraño de todo es que él también respondió, pero ahora no me miraba ni a la cara.

Contuve el aire y miré al frente haciéndome una perfecta idea de lo que iba el tema.

—Diego... —Solté el aliento.

—Entendería que rechazaras esta conversación —dijo de súbito—. Estoy hablando de tu hermano, pero...

—Es un maldito obstinado, Eric —le interrumpí—. Siempre fue el más callado de todos, nunca hablaba con nadie. Mi madre incluso pensó que tenía algún tipo de autismo. —Le miré de reojo al tiempo en que me humedecía los labios—. La verdad es que en ocasiones hubiera querido que hablara más. Sobre todo cuando se dio la ruptura con su ex novia Michela.

A Eric le tembló la respiración antes de hablar.

¿Crees que la dejó por...? Clavé mis ojos en los suyos.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora