Capitulo 25

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Mauro


Diego regresó al Edificio en torno a las once de la mañana y apenas tuvo el valor de saludarme. Tan solo me envió unas miradas indecisas y se preparó un café.

Esperé una presencia desastrosa en él y el habitual olor a alcohol que últimamente desprendía. Pero me topé con un hombre descansado y compuesto, aunque con la misma ropa que la noche anterior. Algo ya de por sí desconcertante.

Tomó asiento en la mesa de la cocina y se concentró en darle vueltas al café mientras me dejaba inspeccionarle con detenimiento. En otro momento, me habría mandado a la mierda tras haberme mostrado su admirable conjunto de ojeadas, pero no fue así.

Me pregunté qué había hecho, dónde había estado. Si Eric tendría algo que ver con aquella actitud. Inexplicablemente, Diego emitía serenidad y eso ya era extraño teniendo en cuenta que, de todos nosotros, él era el más intolerante y complicado.

—¿Todo bien?

«¿Pero qué coño...?»

Diego me miró por encima del filo de la taza y asintió con la cabeza.

—Sí, ¿por qué? —Preciso, cortante. Como siempre. Íbamos bien, sí.

—No sé, pareces... ¿tranquilo?

—Lo estoy.

Bien, aquello era la señal de que no tenía ni pizca de ganas de hablar. De todos modos, no pude evitar insistir.

—¿Dónde... —dudé un poco— has estado?

—Mauro. —Alerta. Debía parar.

Y entonces, Alex entró en la cocina con brío.

—¡Buenos días! —exclamó, y acto seguido miró a Diego.

Primero empalideció y después se acercó a él y le estampó un manotazo en la espalda a modo de saludo que cerca estuvo de hacerle derramar el café.

Contuve una carcajada.

—¿Qué pasa, Diego? ¿Todo bien, colega? —Unas miraditas asesinas fueron la mejor respuesta

—. Veo que sí, en fin... —Soltó una bolsa de papel empapado en aceite sobre la mesa—. ¿Unos churros?

«Me cago en la puta», pensé al ver la cara que puso Diego y lo poco que tardó Alex en darse

cuenta de lo que escondía la sugerencia.

Si Cristianno hubiera estado allí nos habríamos descojonado de la risa, pero en ese instante, todo fue tensión. No era el momento de hablar de churros. Diego no sabía que le habíamos visto besar a Eric, joder.

—Mejor te preparo unas tostadas. —Alex terminó de coronarse. Diego se levantó de la silla.

—No, mejor quédate quieto —sugirió para mi alivio y se marchó.

—Eres gilipollas... —dije en cuanto nos quedamos a solas.

Alex se resignó, cogió un churro, se apoyó en la encimera y mojeteó su desayuno en mi café. Ni siquiera me molesté en protestar, hubiera sido perder el tiempo.

Resoplé.

—¿Qué sabemos? —preguntó masticando.

—Acababa de llegar —comenté—. No ha dicho ni una palabra.

—He llamado a Eric de camino aquí, no me ha cogido el teléfono. —Volvió a bañar el churro. Llegados a ese punto, lo mejor fue entregarle el café.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora