Capitulo 8

87 6 0
                                    

Sarah


«No has cumplido con tu promesa.»

La voz de Enrico me perseguía con la misma violencia que cuando me susurraba al oído. Se había expandido por todo mi cuerpo apoderándose de zonas que ni yo misma sabía que existían, saturando hasta el último de mis recuerdos. Fue imposible asimilar, me abrumó demasiado comprender y, a la vez, odié no haber sido capaz de entenderlo antes.

Incluso ahora, que ya había pasado un día desde ese instante, me saturaba saber que Cristianno seguía con vida y que compartía techo con él.

Me había mirado, me había tocado y me había entregado una disculpa tan poderosa como desgarradora mientras me observaba con aquella extraordinaria mirada que tanto había añorado.

Me había costado mucho comprender que le tenía delante, vivo. Quizás porque estaba demasiado asustada con la idea de morir a manos de Enrico. Pero rápidamente todo cobró sentido. Un contexto tan explícito que me resultó apabullante. De pronto lo había recuperado todo. Cualquiera de las cosas que había creído hasta el momento ya no tenían lógica. Me había pasado las últimas semanas rogando que todo lo ocurrido tuviera una explicación. Que Enrico fingía cuando decía que no me amaba, que Cristianno no había muerto delante de Kathia, que nada de aquello podía ser real. Pero mi mente prefirió quedarse

con las evidencias y para colmo le di razonamiento.

No me permití contradicciones. Aun sospechando que existían... Dios, cuántas cosas habían regresado de golpe.

Y Kathia... Ella podría tener a Cristianno de nuevo.

Cuando tras ese instante decidí esconderme en aquella habitación, supe enseguida lo que me sucedería. Me sobrepasaría la realidad, sentiría cómo el mundo me aplastaba y rememoraría cada detalle de lo acontecido hasta el momento en que viera a Cristianno con mis propios ojos.

Sí... Eso fue exactamente lo que ocurrió.

Mi cuerpo no quería responder. Estaba segura de la realidad, pero todavía me costaba enfrentarla. Las emociones continuaban colapsándome, me asfixiaban.

Maldita sea, había entrado en aquella casa creyendo que iba a morir, no que Cristianno estaría allí esperando. Aquella imagen se quedaría grabada en mi memoria el resto de mi vida como una de las mayores experiencias.

Apreté los ojos y suspiré.

Había rechazado la comida, no me había movido de aquel sillón. No dejé ni un instante de mirar el

horizonte desde la ventana. Sentía profundo pavor a salir de allí, a toparme con Enrico, a mirar a Cristianno.

Hasta que decidí dejar de ser esa mujer débil y melancólica.

En ese tiempo había aprendido una cosa: o se lucha hasta la muerte o la lucha te mata. Morir ya no era una alternativa, dejó de serlo en cuanto conocí a los Gabbana, a Enrico. Tenía que pelear, estaba en la obligación de hacerlo, y la mejor forma de comenzar era enfrentándome a la presencia de Cristianno.

Así que me levanté, me puse una chaqueta y salí de la habitación. Al principio me noté inestable mientras bajaba las escaleras. No me fiaba de soltar la barandilla. Pero poco a poco fui tomando el control de mis músculos, que comprendieron que era yo la que mandaba en mi cuerpo.

Todo estaba desierto.

Aunque las luces estaban encendidas y daba la impresión de que había gente, apenas me encontré con Benjamin, el esbirro inglés condenadamente corpulento de Cristianno. El hombre me miró y por poco me hace sonreír la expresión de jovialidad que puso al verme en el centro del salón.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora