Capitulo 3

98 8 0
                                    

Mauro


No quise ver y lo conseguí cerrando los ojos.

Pero tampoco quise imaginar, y eso no hay forma de evitarlo tan fácilmente. Porque ya había visto el odio de Giovanna en su mirada.

Había despertado en cuanto se desató la furia de Kathia contra Enrico y quiso seguirla cuando huyó de la casa, pero no pudo. Y uno de los motivos que la detuvo fue que yo estaba allí, a unos pocos metros de ella, siendo partícipe de lo que estaba pasando a su alrededor.

Hubiera querido contarle las cosas con calma, en un ambiente en el que solo estuviéramos los dos, a solas. Intentar hacerle entender la situación. Pero ella ya había sacado sus propias conclusiones y no hacía falta que me dijera lo innecesario que era justificarme. Tenía su punto de vista de sobra definido.

Resistiéndome, respondí a su mirada.

Fue en ese preciso instante cuando supe que me había enamorado de ella y que no había forma de erradicarlo. Ya no había vuelta atrás.

Me sentí confuso. No sabía qué hacer con aquella explosión de sentimientos, nunca me había ocurrido nada parecido.

Giovanna arrancó a caminar cuando escuchó unas protestas lejanas de Kathia. La seguí cabizbajo y con las manos en los bolsillos presionando con fuerza mis costados. Estaba nervioso. Por mí, por ella, por mi primo, por Enrico, por Kathia. Por todo y todos. Jamás había sentido con tanta fuerza una alteración como aquella. Supongo que se debía al desconcertante cúmulo de sensaciones que se estaba desatando en mi interior.

Me costaba dar un paso sin sentir los malditos temblores que se me habían instalado en las piernas.

Giovanna caminaba acelerada, echando una ojeada hacia atrás cada pocos segundos y buscando con ahínco el lugar de donde provenían los jadeos y el llanto. No tenía demasiado claro hacia dónde iba, pero algo de ella la empujaba. Era obstinada y persistente, no descansaría hasta descubrirlo.

De pronto se detuvo y ahogó una exclamación. Acababa de toparse con la imagen. El menudo cuerpo de Kathia enterrado en la inmensidad del abrazo de Cristianno. Se balanceaban mientras el llanto de ella penetraba en nosotros pulverizando cualquier control sobre nuestras emociones. A Giovanna se le erizó el vello y se cruzó de brazos para contener la fuerte convulsión que había nacido en sus hombros en forma de escalofrío. Yo tragué saliva y acepté lo que aquella escena, tan

triste como intensa, me proporcionó: asombrosa desolación.

Me moví cauteloso, sin perder detalle de su reacción. Pero Giovanna no pareció percibir mi absoluta cercanía. Estaba demasiado fascinada y consternada con la visión de Kathia y Cristianno. Aquella era la primera vez que los veía juntos y eso incluso a mí me impresionaba.

—Tengo miedo —le susurré al oído.

—¿A... qué? —preguntó.

Entonces Kathia perdió el conocimiento y Giovanna agachó la cabeza incapaz de continuar. Era cierto que lo que la unía a la que una vez creyó su prima comenzaba a ser muy profundo.

—A perderte —suspiré y me abrumó la realidad de mis palabras. Giovanna me miró fijamente. Fui incapaz de descifrar su mente.

—Puede que nunca me tuvieras —decisiva, mordiente, supo perfectamente cómo golpearme.

La cogí de un brazo.

—Giovanna... —Se apartó bruscamente.

Y entonces olvidé reaccionar como hubiera querido, porque Cristianno arrancó el coche y desató una de las peores noches de nuestras vidas.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora