Capitulo 34

88 6 0
                                    

Kathia

No me importó que lloviznara sobre mí. Ni que una corriente húmeda me envolviera hasta hacerme temblar. De hecho disfruté de aquella extraña sensación de pureza pensando que era muy nostálgico mirar a un cielo encapotado como aquel y esperar una respuesta. Algún tipo de mensaje que me llevara a romper con todo el lamento del pasado. Con ese fin, ambicionando una metamorfosis definitiva en mí, me di por vencida. Dejé de resistirme a mis sentimientos y me liberé...

Lo que viniera a continuación, todo lo que me deparara mi vida, ya no dependería de mis rencores.

—Giovanna me ha dicho que te encontraría aquí... —Enrico se había apoyado en la barandilla de la azotea, dándole la espalda a la ciudad.

Saboreé el aroma que desprendía y la rotunda intensidad de su presencia.

—¿Cómo fue todo? El sábado en el puente, quiero decir. —Habían pasado dos días y no había tenido la oportunidad de saber nada.

—Sí —suspiró Enrico, agachando la cabeza. Supe que le costaba hablar conmigo de esos temas en concreto—. Bueno, resultó que el tipo que asistió al encuentro no es el que estamos buscando. Es probable que se trate de uno de sus esbirros. Lo hemos puesto bajo vigilancia. — Explicó sin hacerse idea de cuán dividida estaba mi atención en ese momento. Que me hablara con tanta complicidad casi me hizo sonreír.

Me mordí el labio y disfruté de la bella forma de su perfil observándole de soslayo. Apenas veintisiete años y Enrico ya era extraordinariamente sabio en su juventud.

—¿En qué momento te diste cuenta de que habías cambiado? —pregunté de repente.

Él tragó saliva y respondió a mis miradas con ternura. Acababa de darse cuenta de que mi cambio estaba rozando el final.

—Justo cuando vi que mi hermana Bianca no me seguía... —confesó resistiendo la oleada de tristeza que se paseó por su rostro—. Cuando supe que había muerto al lado de toda mi familia y yo no había hecho nada por evitarlo.

Suspiré.

—Eras muy pequeño...

—Incluso entonces ya experimenté la rabia. —Y contra eso no había nada que hacer.

De un hombre asolado por los rencores no se podían esperar ambiciones positivas, ni actos honestos. Principalmente porque se alimenta de la venganza.

Pero llegados a este punto yo ya no sabía si aquello lo pensaba por Enrico o por mí.

—Siento que... —tragué saliva— cada vez estoy más... preparada.

Enrico sonrió de medio lado y asintió con la cabeza en un gesto de comprensión.

—Es una buena noticia —admitió—. Me alegra ser el primero en saberlo. Alcé las cejas y le miré con una mueca en los labios.

—¿Qué te hace pensar que lo eres?

—No habrías dudado tanto al decirlo en voz alta. —Era tan astuto que incluso molestaba.

—Listillo... —refunfuñé y eso le hizo aún más gracia.

Pero esa complicidad que estábamos compartiendo se esfumó enseguida. Enrico no solo había ido hasta allí para estar un rato conmigo.

—Mañana tengo que trasladarte al hotel —repuso atento a mi reacción.

Ya lo sabía. Los últimos días me había enterado de que Olimpia y Angelo habían reservado todas las habitaciones del hotel Exedra para hospedar allí a los invitados a la boda. De ese modo, toda la atención se concentraba en un solo lugar y los Carusso podían manejarla a su antojo.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora