Capitulo 35

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Kathia


Una parte de mí se fue con él.

Se me había empañado la vista por la aparición de las lágrimas. Pero enseguida las sequé e intenté unirme a la normalidad que se respiraba en aquella mesa. Nadie comentó el arrebato de Cristianno. Todo el mundo comprendió que era lo que él necesitaba en ese momento. Simplemente lo aceptaron.

No dejé de mirar hacia el lugar por donde había desaparecido. Ni siquiera cuando Sarah me habló.

—Kathia... —me susurró—. Sé que es duro. No podría ser de otro modo en una situación como esta, pero... —se detuvo a suspirar y a observar cómo mis pupilas temblaban—, ¿realmente crees que merece la pena resistirse a la verdad?

«Debes ir con él», eso era exactamente lo que Sarah intentaba decirme.

Sin saber cómo, me levanté de la mesa y comencé a caminar. La realidad dejó de existir. Tuve la sensación de que me había colado en una dimensión en la que solo existíamos yo y mis deseos. Donde la humedad que empañaba mi vida empezaba a disiparse, como un trozo de hielo bajo un tórrido verano.

Cristianno estaba junto a la orilla del lago, con los brazos rodeando sus piernas encogidas y la cabeza apoyada en las rodillas. Observaba la oscuridad, encerrado en la soledad de sus pensamientos.

Sentí esa presión incandescente que se apoderaba de mí siempre que le miraba. Y también sentí cómo mis pasos se volvieron más lánguidos. Me pesaba el cuerpo, me pesaba respirar.

Poco a poco me senté junto a él, en la arena. Cristianno evitó mirarme, supo que si lo hacía me cohibiría. Me permitió adaptarme a estar de nuevo a su lado.

La pálida luna se colaba por entre las nubes y los árboles, y destellaba sobre el agua. Cristianno no lo sabía, pero le brillaban las pupilas gracias a ese maravilloso efecto de luz. La suave brisa y su delicado sonido me envolvieron cuando levanté la cabeza. Cerré los ojos. Olía a tierra húmeda y hacía frío.

—Te he perdonado... —susurré muy bajito. Casi pareció un suspiro y temí que Cristianno no me hubiera escuchado.

Cristianno

Contuve el aliento.

«Te he perdonado...»

Quise gritar en ese momento, quise sentirme capaz de al menos poder mirarla a los ojos. Y creí que explotaría por no hacerlo. Aquel sentimiento, todo lo que sentía por ella y lo que ella sentía por mí, era demasiado. Absolutamente todas mis facultades se habían quedado atrapadas en sus palabras.

Un tremendo escalofrío me recorrió y se propagó con violencia hasta hacerme temblar. La piel se me erizó. El frío se hizo mucho más intenso, pero también el calor. Nacía desde el centro de mi pecho y me quemaba suavemente.

Muy despacio, giré la cabeza y la miré. Kathia había visto mi reacción y me observaba fijamente. Su gesto era un tanto inaccesible, no pude hacerme una idea de lo que pensaba, pero en ese momento mis sensaciones me exigían toda la atención. Así que no me importó ignorar sus pensamientos. Como tampoco me afectó saber que estaba muy cerca de derramar una lágrima.

Nunca creí que un perdón llegaría a simbolizar tanto. No me permitiría volver a estar con ella, aquello no significaba que Kathia fuera capaz de borrar todos sus perjuicios y volviera a unirse a mí como si no hubiera ocurrido nada entre nosotros. Puede que incluso apenas pudiéramos ser amigos. Pero saber que no me odiaba, que ya no me guardaba rencor y que poco a poco comprendía el verdadero fin de mis actos, ya era todo un logro.

Luché contra mi llanto con todas mis fuerzas. Llorar era un signo de debilidad... De acuerdo, sí, pensar eso era muy estúpido, pero es que yo no era una persona acostumbrada a hacerlo en público. Ni siquiera había llorado a solas.

Pero temblé cuando una lágrima se me escapó de la comisura de mis ojos. Kathia ahogó una exclamación y la observó impresionada, le temblaban las pupilas. Ella, a su manera, también contenía las ganas de llorar.

Me expuse demasiado. Maldita sea, abrí mi pecho en dos y puse a sus pies todo lo que me definía como persona a través de aquella lágrima y contra todos mis principios.

Apreté los dientes y agaché la vista consciente de que Kathia no dejaría un instante de mirarme a menos que me marchara de allí. Y todavía no me veía capaz de ponerme en pie. Así que aguanté, compartiendo un silencio con ella que incluso emocionaba.

De pronto lo sentí. Sus dedos sobre mi mejilla. Me estremecí bruscamente, estupefacto por el contacto y por la manera en que su pulgar estaba borrando el rastro de humedad sobre mi piel.

Cerré los ojos.

Si mi corazón hubiera dejado de latir en ese momento... toda mi vida habría valido la pena.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora