Capitulo 18

103 7 0
                                    

Mauro


Miré mi móvil una docena de veces más.

Giovanna no quería hablar conmigo. Había desviado cada una de mis llamadas y no parecía que fuera a contestar los mensajes urgentes que le había enviado. Así que, por importante que fueran mis corazonadas, todo apuntaba a que esperaba en balde.

El tren procedente de Milán acababa de llegar y decenas de pasajeros inundaron la estación de Termini. Eran las cinco de la tarde del último domingo de marzo.

Miré al techo y suspiré algo agobiado antes de volver la vista al tumulto de gente. Entonces contuve el aliento. Giovanna se abría paso entre los transeúntes caminando con firmeza.

Mi intuición no falló al pensar que vendría y eso me provocó una sonrisilla nerviosa. Algo en mí se contrajo al observarla. Supongo que fue el hecho de que estaba enamorado de ella y la había perdido justo cuando me había dado cuenta.

Se ahuecó la melena cobriza y me envió una ojeada. Me detestaba, de eso no cabía la menor duda.

—No tengo mucho tiempo. —Me plantó cara cruzándose de brazos—. ¿Qué quieres?

A partir de ese instante teníamos apenas cinco minutos para evitar sospechas. Muy poco tiempo para todo lo que deseaba decirle.

«¿Cómo demonios ha conseguido que me vuelva tan loco?», pensé observando el matiz rosado de sus labios.

—Necesito que hagas algo por mí —comenté.

—¿Con qué objetivo? —Exigió saber. Había dureza en su forma de hablar y eso me enervó.

Sabía a la perfección que estaba enfadada conmigo, pero, por encima de nosotros y nuestros sentimientos, había algo mucho más importante.

—El mismo que ya deberías saber —dije rotundo y áspero.

—Kathia ahora mismo no quiere saber nada de ninguno de vosotros —explicó—, y mucho menos de Cristianno. Así que...

—¿Ahora eres su portavoz? —la interrumpí. Giovanna entrecerró los ojos. Me retaba.

—¿No es lo que he sido hasta ahora? ¿Una simple intermediaria?

Apreté los dientes. Estaba empezando a molestarme su actitud.

—Giovanna, no...

— ¿Has terminado? —Ahora era ella la que me interrumpía.

Resoplé asqueado y cogí la carta del bolsillo trasero de mis vaqueros. Se la entregué sabiendo que ella no la cogería de inmediato. De hecho, ni siquiera hizo el amago.

—Tienes que entregarle esto a Kathia.

Miró a su alrededor con aire aburrido. Lo que hizo que mi alteración ascendiera de nivel y me complicara demasiado mantener el control. En ese momento y siendo asquerosamente sincero, le habría llevado hacia los lavabos, empujado contra la pared y le habría hecho el amor hasta hacerla gritar. Por supuesto, en ninguna de esas maniobras habría sido cariñoso.

Me mordí el labio más furioso que excitado y le clavé una mirada violenta. Ella pareció darse cuenta de lo que pensaba y se ruborizó. Razón de más para disparar mi acaloramiento.

—No pienso hacerlo —admitió con un quejido.

—¡Se trata de algo importante! —exclamé entre susurros, cogiéndola del brazo. Ella se sobresaltó, pero no se alejó de mí—. ¿Podrías dejar tus sentimientos a un lado y pensar fríamente? Se te olvida cual es nuestro plan.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora