Capitulo 22

104 9 1
                                    

Mauro


Era martes. El fin y principio de semana que había sido terroríficamente tranquilo, casi soso, teniendo en cuenta el ritmo de la situación de un tiempo a esta parte. Precisamente eso fue lo que hizo que la llamada de Giovanna me descontrolara tanto. Todavía notaba el hormigueo que me había producido su voz.

Me había pedido que nos viéramos de inmediato y lo había dicho con una timidez que por poco me provoca un orgasmo. No sabía qué pretendía, ni si era malo o bueno. Pero tampoco me detuve a pensarlo. Teniendo en cuenta que estaba en clase, no creía que Giovanna se arriesgara tanto para contarme una tontería. Y si hubiera sucedido algo verdaderamente alarmante, por supuesto, yo ya estaría enterado.

Bordeé el instituto San Angelo a tiempo de ver cómo terminaba el recreo. Tuve un latigazo de nostalgia al mirar las gradas. Allí habíamos pasado buenos momentos durante la época en la que la posibilidad de morir nos parecía un juego de niños.

Rechiné los dientes y advertí a Giovanna escondida entre los matorrales que había cerca de la piscina cubierta del colegio.

Me dirigí allí aprisa, la cogí de la mano y tiré de ella sin molestarme en dirigirle un saludo. No opuso resistencia ni tampoco exigió una explicación por mi comportamiento. Supongo que comprendió que lo único que quería en ese momento era encontrar un refugio donde poder hablar sin miedo a que nos vieran. Teníamos muy poco tiempo antes de que los profesores echaran en falta su presencia.

Nos escondimos en uno de los cuartos de mantenimiento que había en el gimnasio.

No encendí la luz, no mencioné palabra. Tan solo me apoyé en la pared y la observé atento, deleitándome en los detalles que habían hecho que la deseara como nunca antes había deseado a alguien. Sus caderas, la curva de sus pechos, su cintura, todo su cuerpo ataviado con aquel insinuante uniforme. Aquella boca, ahora entreabierta en busca de más aire. Giovanna no sabía cómo detener mi inspección, ni tampoco cómo controlar los nervios que se le habían instalado en las manos.

«Joder, tenemos un problema de autocontrol, colega», me dije hablándome cual estúpido mientras notaba la reacción que su presencia había provocado en mi cuerpo.

—Yo... —titubeó.

Llegados a ese punto estuve seguro de que lo que quería decirme era algo muy importante, pero solo para nosotros dos.

—Tú... —la insté suavemente. Cogió aire.

—He pensado mucho en todo lo que te dije la otra noche —habló con rapidez, como si hubiera

memorizado la frase.

—¿Por eso estamos aquí? —Ojalá hubiera sonado menos vulnerable.

—La semana pasada me preguntaste en la azotea de mi casa si te perdonaría después de haber visto al hombre en el que te habías convertido y yo te respondí con un beso. —¿Por qué demonios tuvo que recordar eso?

Apreté los dientes y agaché la cabeza. No me gustaba pensar en lo mucho que tendría que luchar para olvidarla.

—Cómo olvidarlo. —Un gruñido que Giovanna ignoró.

—No comprendí lo que habías querido decirme hasta el momento en que vi cómo mirabas a... tu primo.

Me impulsé hacia delante sin saber que mi cuerpo oscilaría hasta el suyo y terminaría prácticamente pegado a ella. Giovanna se estremeció al sentir mi aliento sobre sus labios. Pero aquello no buscaba ser un momento romántico, sino impedirle que me juzgara de nuevo y que hablara de Cristianno. Mi piel hervía furiosa y excitada al mismo tiempo, pensando que quererla había sido una absoluta pérdida de tiempo.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora