Capitulo 14

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Kathia


Atardecía.

Y lo único que me importó fue que no lo hacía junto a él. Cristianno respiraba, estaba a mi alcance y, sin embargo, la situación no parecía diferenciarse de las últimas semanas.

No, aquel atardecer no fue distinto de los anteriores.

Me aovillé un poco más en el alféizar interior de la ventana. Las rodillas bien pegadas a mi pecho, los brazos rodeando mis piernas, mi aliento estrellándose contra el cristal y ese vacío que no se iba... Ni aun sabiendo que Cristianno estaba vivo.

Súbitamente aquella repulsiva tranquilidad se esfumó. Mis instintos se alarmaron con el sonido de unos pasos que poco a poco se acercaban a la habitación. Me retorcí por dentro. Si mi fuero interno se había crispado tan de repente, entonces no era una buena señal.

El pomo de la puerta se giró con lentitud. Ahogué una exclamación y apenas pude contener la fuerte convulsión que me atravesó cuando me topé con la mirada escabrosa de Valentino. No había compartido un momento a solas con él desde la noche en que me forzó.

—Me apena que no te alegre verme —intervino Valentino, terminando de entrar en la habitación. Cerró la puerta tras de sí y guardó las manos en los bolsillos. No moví ni un músculo—. Incluso diría que ahora mismo me tienes miedo. —Toqueteó el filo de la cómoda y miró de reojo la cama

—. Pero, bien mirado, mejor así, ¿no? —Sonrió.

—Vete al infierno —Mi comentario fue tan inesperado como la carcajada que soltó el Bianchi.

—Eso me recuerda que tengo un regalo para ti.

Sacó un sobre dorado del bolsillo interior de su chaqueta y se acercó a mí. En un estúpido acto reflejo me encogí contra el hueco que formaba la pared y la ventana en vez de saltar del alféizar y escapar hacia la puerta, hecho que Valentino aprovechó para acorralarme. Me obligó a abrir las piernas y se colocó entre ellas encargándose de que su pelvis estuviera bien pegada a la mía.

Apreté los dientes. Me temblaron las mejillas.

—Espero que te guste —susurró entregándome el sobre—. Hemos enviado al mejor para hacer este tipo de trabajo. Tú le conoces bien. Recuerdo que una vez lo adoraste. —Enrico. El papel comenzó a arder entre mis dedos—. Vamos, ábrelo. No seas tímida.

No tuve más remedio que obedecer. Sus ojos verdes me abrasaron.

Lentamente abrí el sobre y descubrí el filo de una fotografía echa con una cámara de impresión instantánea. Tragué saliva mientras la capturaba temiéndome lo peor. El nombre de Cristianno me latía en la piel.

Pero no era él a quien vi en esa imagen. Sino el cadáver de una mujer sobre la plancha de metal de una morgue con su nombre impreso en una cartulina que cubría sus pechos.

Sarah Zaimis.

Solté la imagen al tiempo en que una terrible sacudida me invadía.

—¡Oh, dios mío...! —exclamé llevándome las manos a la boca. Las lágrimas no tardaron en aflorar.

—Está algo demacrada, pero creo que la has reconocido, ¿no es cierto, amor? —comentó Valentino cogiendo la foto y aireándola junto a mi cara—. Con la vida que tuvo es muy probable que me haga compañía en... ¿cómo has dicho? ¡Ah, sí! El infierno. —Sonreía, se divertía. Acababa de superar su límite de crueldad. O probablemente acababa de mostrarme su rostro al completo. No lo sabía.

—Sádico, hijo de puta —farfullé entre sollozos.

Y eso le borró la sonrisa de la cara. Apoyó las manos en mis muslos, los apretó y se acercó mucho más a mí.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora