Capitulo 42

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Sarah


Cuando Enrico me explicó de qué demonios iban las fiestas de Valentino no creí que el tiempo pasaría tan terriblemente lento. Ni que compartirlo con él me aportaría tal perturbación. Era como si me hubiera quedado atrapada bajo una gigantesca roca y no pudiera respirar. Y tuve que disimular. Si manifestaba cualquier atisbo de dolor, Enrico cargaría con más presión y suficiente tenía ya con saber que su hermana estaba en peligro.

Así que me tragué la quemazón constante que tenía en el vientre y soporté el silencio.

Definitivamente aquel estaba siendo un día largo y espantoso.

Enrico se lanzó a por su teléfono en cuanto sonó.

—Sí. —Mastiqué la incertidumbre. El corazón me latía en la lengua. Enrico me miró—. De acuerdo. Infórmame de cualquier cambio de planes, ¿entendido? —Colgó y enseguida se puso a teclear en la pantalla del aparato—. Valentino está regresando a Roma. —Que hablara entre dientes e intentando dominar su aliento denotaba lo furioso que estaba.

Fruncí el ceño.

—¿Y Kathia? —Me bombardeó el sonido de mi voz. El Materazzi sonrió desganado.

—Ese es el punto curioso del asunto: Vuelve solo.

Suponiendo que se hubiera tratado de un ataque aislado, ¿qué cojones hubiera pasado con ella?

Cierto. Valentino se había desentendido de Kathia sin importarle en absoluto su integridad. Pero teniendo en cuenta hacia donde la llevaba y lo que estaba dispuesto a hacerle, no era sorprendente. Había dejado claro la clase de monstruo que era.

—Enrico... —musité tímida, queriendo que aquel susurro le transmitiera fuerza.

—No, Sarah... No pienso calmarme. —Negó con la cabeza antes de mirarme unos segundos. Después empezó a colocarse la americana—. A partir de ahora, las cosas van a hacerse a mi manera.

Se iba...

¿Dónde está ella? ¿Y Cristianno? —Aún no lo había dicho.

—A salvo.

—Gracias a Dios...

—No, cariño, no —me interrumpió—. Gracias a la mafia Gabbana. Dios no tiene nada que ver en esto.

Se guardó el móvil en el bolsillo y se encaminó hacia la puerta mientras se ajustaba las mangas de la chaqueta. Le seguí acelerada.

—¿Qué vas a hacer? ¿A dónde vas? —pregunté tras él, súbitamente atemorizada. Si a Enrico le pasaba algo, yo...

De repente se detuvo. Casi me estampo contra su espalda. Me observó con una fijeza escalofriante. Me deshice bajo su mirada, pero no era momento para pensar en lo guapo que era y en lo mucho que me descontrolaba que me observara de aquella manera.

Enrico echó mano al bolsillo interior de su chaqueta y extrajo un pequeño dispositivo. Me lo entregó al tiempo en que descubría que era un mensáfono.

—Coge esto. Te informaré de todo, ¿de acuerdo? —dijo mientras por un momento sus dedos se enredaban con los míos.

Se alejó de mí y reanudó su camino hacia el exterior mientras aquel aparato ardía sobre la palma de mi mano.

—Espera... —jadeé sabiendo que él no me había escuchado. Eché a correr tras él. Le cogí del brazo y le obligué a mirarme—. Ten cuidado, por favor.

Apenas nos separaba un metro, pero Enrico se encargó de eliminarlo en cuanto me cogió con arrebato de la cintura y me arrastró hacia su pecho. Sus labios tocaron los míos para darme un beso suave.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora