Capitulo 54

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Sarah


Observé los dedos de Enrico enredándose con los míos mientras su aliento se resbalaba por mi sien y terminaba colándose en mi boca.

Estaba desnuda, tendida en la cama junto a su cuerpo ardiente. Me tenía abrazada y completamente pegada a él.

Me había despertado cuando apenas amanecía y me había hecho el amor hasta hacerme creer que explotaría de deseo.

—Tokio, ¿eh? —susurré. Acababa de contarme que en aproximadamente una hora cogería un jet privado con Mauro con destino al país nipón.

Regresaba al lugar que hizo posible mi vida junto a Enrico.

—Exacto —repuso él antes de darme un beso en la frente.

Me coloqué sobre él y apoyé la barbilla en su pecho mirándole a los ojos. Enrico produjo una sonrisa que me hizo pensar en la adolescencia.

—¿Por qué? —Quería saber lo que estaba barruntando.

—Tendrás que descubrirlo cuando llegues allí.

—Te gusta el misterio, ¿verdad?

—Un poco —Sonrió. Y en seguida se incorporó.

Me sentó a horcajadas sobre su regazo sin imaginar que me estremecería al sentir la cercanía de su turgencia acariciando el centro de mi cuerpo.

Enrico se mordió el labio mientras perfilaba mi espalda. Me gustó que mi piel se erizara bajo su contacto mientras los primeros rayos de sol entraban por la ventana.

—No me has contado todavía lo que estuviste hablando con Valerio —murmuré pendiente de su boca.

—Deja que quede entre nosotros dos.

—Solo dime que todo está bien entre vosotros.

Todavía me condicionaba que no volvieran a entenderse como supe que lo hacían en el pasado.

—Todo está bien entre nosotros —susurró en mis labios—. ¿Contenta?

Mi sonrisa quizás habría sido más amplia si Enrico no hubiera decidido besarme en ese instante.

—Anoche tuve mi primer antojo —le confesé recordando lo mucho que me había costado conciliar el sueño mientras pensaba en él.

—¿En serio? —Abrí los ojos sorprendido. Le resplandeció la mirada—. ¿Y de qué se trataba?

Rodeé su cuello con mis brazos y apoyé mi frente en la suya.

—De ti —suspiré.

De pronto me vi lanzada sobre el colchón. Se me escapó una sonrisa al tiempo en que Enrico colocaba su pelvis entre mis piernas y me mordisqueaba el cuello.

—Deberías reservarte ese tipo de comentarios —dijo al mirarme—. Tenemos que irnos ya.

Cierto. Y no teníamos tiempo de volver a repetir el momento en que él entraba en mi habitación y me cubría de besos y temblores.

¿Cuándo volveré a verte? —le pregunté con los ojos cerrados.

—En dos días —me susurró al oído antes de mirarme fijamente a los ojos.

Empecé acariciando su frente, perfilando sus cejas, su nariz, su boca. Todo ello mientras me perdía en la intensidad de su mirada tan azul como el cielo.

—Eres tan increíblemente guapo... —jadeé sabiendo que no tardaría en ruborizarme—. No me canso de mirarte.

—Me alegra que entiendas lo que se siente. —Se me cortó el aliento.

¿Así que él sentía el mismo vértigo que yo al mirarme o tenerme cerca?

Le besé. Me permití tomar las riendas y marcar el ritmo de ese beso pensando que habría sido increíble poder haber estado haciéndolo durante todo el día.

¿Lista? —gimió al separarse de mi boca.

—No...

No quería irme de su lado.

Cristianno


Kathia dormía ajena a que yo lo había hecho junto a ella.

Nada más regresar del edificio, me preparé café, me senté frente a la expansión de monitores y dejé que el tiempo me acercara y me alejara de ella.

Kathia había sido la última imagen que había visto antes de quedarme dormido. Y la primera al despertar.

Acaricié su cuerpo a través de la pantalla. Coincidió con su movimiento. Kathia cambió de postura regalándome una panorámica del arco de su cintura y la curva de sus muslos. Era asombrosamente extraordinaria.

—¿Vas echarme de menos? —La voz de Mauro me hizo sonreír.

Suspiré y le miré por encima del hombro. Se había apoyado en el marco de la puerta de aquel sótano adoptando una pose

intencionadamente sexy. Se quejaba de mi narcisismo, pero él lo derrochaba por todos los poros de su piel.

—Ni una pizca —bromeé al tiempo en que avanzaba hacia mí. Me dio un golpe en la espalda que por poco me tira de la silla.

—Serás estúpido... —gruñó.

—Ven aquí, princesa. —Tiré de él para darle un fuerte abrazo.

—Trátame con delicadeza, querido —bufoneó.

No hubo palmetazos que hicieran honor a lo hombres que éramos, ni tampoco oscilaciones de un

lado a otro. No hubo prisa, ni vergüenza. Simplemente disfrutamos del contacto y saboreamos la satisfacción de estar uno en la vida del otro, formando un tándem imposible de destruir. Era mi socio, mi gran compañero.

—Dos días, Mauro —dije todavía aferrado a él.

—Dos días, Cristianno. Solo dos putos días, compañero.

Mauro


Sarah terminó de subir al jet privado que nos llevaría a Tokio mientras Enrico y yo observábamos la explanada del aeródromo privado de Civitavechia.

—Terracota me ha dicho que tiene un embarazo de riesgo y que puede perder al niño en cualquier momento —comentó Enrico sin dejar de mirar al frente.

Me estremecí solo de pensar que eso podía suceder.

—Me gusta que seas tan delicado para dar este tipo de noticias —ironicé intentando quitarle fuego a las perturbaciones de Enrico.

Lo último que necesitaba era que yo le compadeciera. Me habría mandado a la mierda, seguro.

—Ella cree que no lo sé —admitió—. Y de hecho me costó descubrirlo, Thiago estaba empeñado en respetar las decisiones de Sarah.

Al parecer, su segundo fue consciente de la gravedad de la gestación desde el principio, pero ella le había pedido que guardara silencio.

Supuse a la perfección el porqué de aquel acto.

—No querría preocuparte —dije mirándole de reojo. Enrico agachó la cabeza y frunció los labios.

—Lo sé... Lo sé —susurró. No se venía abajo porque su propia entereza no se lo permitía. Pero que hablara así ya indicaba suficiente hastío.

—No perderás a tu hijo, Enrico —le aseguré buscando su mirada. Él tragó saliva—. Cuidaré de ella.

Asintió con la cabeza. No tenía nada por lo que preocuparse si yo me marchaba con Sarah.

—Gracias, Mauro.

—Tú encárgate de que todo salga como está previsto.

—Por supuesto. —Ni siquiera lo ponía en duda—. Ken Takahashi os espera en Haneda.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora