Capitulo 13

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Mauro


Acababa de llegar a Roma y resoplé fatigado al bajar del coche. Apenas eran las nueve de la mañana y ya estaba agotado. Mi cuerpo me exigía un descanso urgente. Ciertamente, había dormido, pero lo había hecho con medio cerebro pendiente de Cristianno. Recuerdo que cerca del amanecer me desvelé y le encontré mirando el techo. Un rastro de humedad le recorría la mejilla, pero no hice nada más que observarle. Si había decidido llorar era porque creía que yo dormía, gesto que denotaba lo mucho que necesitaba pasar por aquello él solo. Aunque me muriera de ganas, si hubiera intervenido, le habría condicionado.

Entré en la comisaría central y saludé con la cabeza al recepcionista y a un par de carabinieri que rondaban por allí antes de aligerar hacia los ascensores. Quería hablar con Enrico, saber cómo estaba y qué pensaba hacer después de una noche como la que habíamos vivido. Pero aquella conversación no podría darse...

Valerio estaba allí.

Las puertas del ascensor se cerraron sin que ninguna de las personas que nos acompañaban en su interior se diera cuenta de la fuerte tensión que se disparaba entre mi primo y yo. No nos mirábamos, pero ambos sentíamos a la perfección la inquietud que había entre los dos.

—¿Qué haces aquí? —preguntó sin más preámbulos, y me molestó un poco.

Torcí el gesto y miré a mi alrededor. La respuesta que más me apetecía darle debía esperar. Suspiré aún más cansado que hacía unos segundos.

—Bueno, dada la situación, Enrico tiene muy difícil pasar por el edificio —comenté en voz baja. Esa era la verdad, en realidad—. Así que se me ha ocurrido venir a hacerle una visita. —Pero a Valerio no pareció satisfacerle mi explicación.

Frunció los labios y terminó mordisqueándolos un poco impaciente. El ascensor hizo su primera parada. Se bajaron tres personas, pero todavía quedaban cuatro más.

Valerio se acercó a mí.

—¿Desde cuándo crees que soy tan estúpido, Mauro? —cuchicheó bastante más cabreado de lo que parecía.

—Si no eres más preciso, me va a costar mucho entenderte, Valerio. —Sabía perfectamente a qué se refería, pero haberlo admitido habría sido aceptar que le ocultaba algo.

El ascensor volvió a parar, se bajaron dos personas.

—¿Qué escondéis? —espetó Valerio incluyendo a Enrico en sus reproches disfrazados de preguntas.

Le clavé una mirada furibunda.

—¿Y tú? —encaré en voz baja—. Me has preguntado, pero yo puedo hacer lo mismo. —Última parada antes de llegar a nuestro destino. Al fin nos quedamos solos—. ¿Qué haces aquí? —Me cuadré de hombros.

—Ambos vamos al mismo lugar —declaró—, así que no tardarás en saberlo.

Seguí sus pasos fuera del ascensor e ignoré el hecho de que todo el mundo en aquella oficina nos observaba de soslayo. En los tiempos que corrían no era habitual ver a dos Gabbana por aquellos lares.

Valerio caminaba rígido e intentando parecer impasible al mismo tiempo. Y esa impasibilidad casi me pareció indestructible, pero entonces vio a Enrico. Mi primo no se dio cuenta de hasta qué punto resultaron evidentes todas sus emociones.

Abrió la puerta del despacho conteniendo la exasperación que le causaba el Materazzi y lo fulminó con la mirada. Enrico mientras tanto aceptó la irritación de Valerio con elegancia y se acomodó en la silla que apenas días antes había sido de mi tío Silvano.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora