Capitulo 32

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Kathia


El ruido a veces puede ser un aliado. El murmullo del frío, de las voces, de la calle. El rumor de mis pensamientos... El latido indeciso de mi corazón...

—Diecinueve. —Valentino no se dio cuenta de lo mucho que me molestó oír su maldita voz.

—¿Qué? —Le miré extrañada.

—Las veces que has mirado por el balcón. Diecinueve —sonrió al tiempo en que se introducía un trozo de carne en la boca.

Era viernes por la tarde cuando Gio se plantó en mi habitación y me comunicó que Valentino venía de camino. El "bendito" Bianchi había reservado mesa en una de las terrazas más solicitadas de Roma para ir a cenar esa misma noche, así que no me quedó más remedio que aceptar... Demasiadas cosas dependían de mi actitud.

—Entiende que no eres la mejor compañía —mascullé y volví a mirar hacia el exterior.

«Ya van veinte, idiota...», pensé. Todavía no había tocado mi plato.

—Por más que insistas no lo vas a encontrar —susurró jocoso. Lo que me produjo un fuerte estremecimiento.

Él sabía bien que Cristianno era un tema vetado entre nosotros, no le consentía que hablara de él. Pero a Valentino le pareció divertido mencionarle. Me pregunté cómo me habría sentado ese comentario de haber continuado creyendo que estaba muerto...

Con un golpe, solté la servilleta sobre la mesa y me levanté. Iba a largarme de allí de inmediato, pero Valentino me cogió de la mano y dejó que un rastro de su maldad se paseara por su cara.

—Si te levantas, darás un espectáculo y provocarás que toda la prensa que espera fuera te persiga

—espetó clavando una fuerte mirada esmeralda en mí. Lentamente volví a tomar asiento—. No puedes huir, Kathia.

Apreté los dientes y le retiré la mano con brusquedad.

—¿Me has traído hasta aquí para hablar de él? —mascullé. Y miré el cuchillo. Con un poco de habilidad, podría clavárselo...

—Ya ha pasado más de un mes... —comentó él—. ¿Por qué no tratas de olvidarlo? Si al menos lo intentaras, podría hacer alguna que otra concesión contigo. Algo especial —terminó susurrando, indulgente.

«Maldito hijo de puta...»

Ladeé la cabeza. Me dolía la mandíbula de tanto apretar.

—¿Cómo mantenerme con vida? —ironicé. Algo que a él le impresionó bastante.

A diferencia de mí, Valentino tuvo mucha más capacidad de disimulo. Se controló en segundos y mostró una de sus mejores sonrisas.

—Es posible, sí. —Un instante más tarde supe a qué demonios se debía su actitud.

¿Más vino, señor Bianchi? —preguntó el camarero.

—Así está bien, gracias. —Como todo un caballero, lo despachó y volvió a comer con normalidad—. Te quiero, Kathia. No me cuesta nada reconocerlo, ni tampoco demostrártelo. Si me dejas, claro.

Si hubiera sabido que podía conseguirlo, le hubiera soltado un puñetazo.

—Deja de decir gilipolleces —gruñí—, pones en evidencia la inteligencia que dices que posees.

—¿Acaso no es cierto? —Alzó las cejas—. Soy yo quien está aquí, Kathia. Quien te mira y dispone de ti cuando le place, sin restricciones.

Me incliné hacia delante, amenazante.

—Tú eres mi mayor obstáculo, Valentino. Si no te hubieras interpuesto en mi camino, sería Cristianno el que estaría ahí sentado. —Mierda...

—Ya dices su nombre... —sonrió. Él también se había dado cuenta—. Estamos logrando avances, me siento orgulloso. —Su móvil intervino—. ¡Oh!

Se limpió la comisura de los labios, echó mano al bolsillo interior de su chaqueta y extrajo el teléfono. Era un mensaje y por la expresión que puso debía de ser bastante importante. Asintió con la cabeza en un gesto disimulado y se dispuso a guardarlo.

No lo pensé demasiado. Mis impulsos actuaron por mí.

Di un brinco y tiré la copa de vino sobre la mesa salpicando la camisa de Valentino.

—¿Pero qué coño...? —Enseguida soltó el aparató y se apartó sacudiéndose la tela. No hizo más que extender la mancha roja.

Mis movimientos habían sido tan naturales que no se dio cuenta de la intención. Se levantó y se encaminó a los servicios dejándome al alcance mi objetivo: su móvil. Si resultaba que ese mensaje era importante, merecía la pena tentar tantísimo a la suerte.

Percibí una sonrisa y me topé con Gio. Él era el esbirro encargado de atesorar nuestra tranquilidad en aquella terraza privada.

Tragué saliva. No sabía cuánto podía confiar en él. Trabajaba para Thiago y Enrico, pero nunca había hablado con él sobre su posicionamiento en aquella guerra fría. Por tanto, no estaba de más desconfiar...

Pero un destello en su mirada, una señal de complicidad... Gio sabía que la maniobra era peligrosa, pero me instaba a llevarla a cabo. Así que me lancé al teléfono de Valentino sabiendo que el joven esbirro vigilaría su regreso.

Entré en "mensaje" y abrí el último:

Paso subterráneo, Polígono. Sábado, medianoche

Fruncí el ceño. ¿Qué quería decir aquello? Era una información demasiado escueta, muy difícil de entender. Leí el mensaje una y otra vez intentando asociarla con algo que yo ya supiera...

«Los Cuatro...»

—Kathia, rápido. —Me instó Gio.

Valentino se acercaba, así que solté el móvil sobre la mesa y actué con total normalidad. Él tomó asiento. Al parecer le habían entregado una camisa nueva.

—Lamento la tardanza. —Le ignoré, estaba demasiado ofuscada con el mensaje—. ¿Por dónde íbamos...?

Entrecerró los ojos al tocar su teléfono. Algo en él cambió, me causó incertidumbre. No era habitual que Valentino mostrara tanto una emoción a menos que fuera corrosiva para la persona a la que iba destinada. Solía ser imperturbable. Pero en esa ocasión...

—Por el postre. Yo ya he terminado y estoy cansada —espeté levantándome de mi silla. Capté su atención—. No te molestes en acompañarme, Gio me llevará de vuelta a Prati.

Teníamos que salir los dos de allí antes de que Valentino empezara a atar cabos y sospechara de mí.

Esquivamos a la prensa saliendo por la parte de atrás.

—"Paso subterráneo, Polígono. Sábado, medianoche" —dije en cuanto Gio arrancó el coche.

—¿Qué? —dijo Gio, confuso. No había perdido la calma ni un instante, pero sabía que estaba nervioso. Él solo no habría podido hacer mucho.

—El mensaje —concreté— "Paso subterráneo, Polígono. Sábado, medianoche." No había más, pero es probable que a Enrico le valga. —Miré por la ventana.

—Eso seguro...

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora