Allí yacía él, desnudo y vulnerable en aquel extraño cuarto con una enfermera inmóvil que no sabía por dónde empezar. Comenzó por cambiarle la bolsa recolectora, lo cual a pesar de la delicadeza que se requiere lo hizo lo más rápido posible. Por pudor y por prudencia decidió no mirar directamente sus partes mientras lo aseaba, al menos no prolongadamente. Terminó lo más rápido que pudo y luego se tiró en la silla con las manos enguantadas en el aire. Se sentía extenuada, como si hubiese cumplido con la labor más ardua del mundo. Estuvo así unos minutos y luego recogió todos los implementos que había utilizado para el aseo de Henry, llevó los descartables hasta el cuarto de desechos médicos y los que podía volver a utilizar con él los dejó en un pequeño gabinete del cuarto de baño.
Ya era un poco más de medio día y decidió comer algo aunque fuese más por obligación que por hambre. Había llevado algo de pasta del día anterior y quería calentarla en el cuarto de descanso pero estaba repleto, así que en vez de eso se dirigió nuevamente a la habitación y revisó los medicamentos de Henry. Se recostó un momento en un pequeño mueble que estaba al fondo de la sala y sin darse cuenta se dejó arrullar por el cansancio hasta que cayó rendida. De pronto se abrió la puerta y ella se despertó con un pequeño sobresalto.
— Lo siento. No quería despertarte— dijo Adrián al entrar en la habitación con dos vasos de café en las manos.
— Discúlpame tú. Se supone que no debería haberme dormido— respondió ella mientras se desarrugaba el traje de enfermera y se ajustaba el cabello en la cola de caballo que tenía hecha.
— Tranquila. Venía a ver como estaba.
— Esta mejor. Recuperándose, aunque aún no ha reaccionado pero sus heridas están evolucionando muy bien.
— La verdad no me refería a él— le dijo mientras le ofrecía uno de los vasos de café. — Esto es para ti. Espero te guste el cappuccino.
Ella lo miró perpleja con su cabeza levemente ladeada y tratando de interpretar toda aquella situación. Decidió no hacerlo más y tomo el café.
— La verdad es que sí. Es mi favorito.
— ¡Qué bueno!— exclamó Adrián con esa sonrisa espontánea y perfecta que ya Annie había visto antes. — No quería volver a equivocarme con usted, perdón, contigo.
— ¿Equivocarte? ¿Cómo así? No sé de qué hablas.
Adrián se echó a reír y se calló de pronto como recordando de repente donde estaba. Annie se llevó la mano a la boca para reírse calladamente de aquella situación. Hacía mucho que no se sentía tan cómoda y relajada con alguien.
— La primera vez que te vi— empezó a explicar Adrián— tenía una mala impresión de ti, como de alguien que le gustara inmiscuirse en cosas que no debe, pensé que serías una de esas enfermeras preguntonas que desean ser policías o algo así. Te traté duramente, bueno espero no haber sido tan duro.
Annie tomó un sorbo de café y echó la memoria hacía atrás tratando de recordar el encuentro anterior. Siendo sincera consigo misma ella estaba muy nerviosa y él si estaba un poco serio, pero no recuerda para nada tal severidad.
— No fuiste severo, para nada. Esperaba al poli malo porque ese no eras tú.
Ambos se rieron de aquel pequeño chiste y chocaron las miradas extrañamente. Annie se encontró a sí misma reflejada en aquellos ojos ámbar que estaban abiertos de par en par viéndola fijamente. Sintió como la sangre se le inyectaba en las mejillas así que decidió dar un largo sorbo del café que tenía entre las manos mientras desviaba la mirada hacia otro lado.
— Entonces eso ya no me sirve de excusa.
— No te entiendo. Todos los policías son así de enigmáticos.
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El Mensaje
RomanceUna dedicada acaba de terminar una larga relación, y en medio de el esfuerzo por superarlo todo se encuentra con un maletin que formó parte de su pasado y parece haber vuelto para recolver el presente. Un accidente de tren, un paciente en coma y alg...