Sus manos firmes se deslizaron por la espalda de Annie mientras muy sutilmente le bajaba la tira del vestido. Sus labios fríos se posaban sobre aquellos omóplatos regalándole besos como quien regala caramelos en un carnaval. Lentos y firmes se sembraban los besos en su piel. Hacía mucho que Annie no sentía besos de aquella manera. Besos firmes, besos sinceros, besos que solo pertenecían a ella y a nadie más. Trato de girarse para sentirlos en sus labios pero las mismas manos que la estaban desnudando la aprisionaron contra la pared. Sus mejillas descansaban contra una pared cálida, blanca, sutilmente decorada con unos vaporosos cortinajes del mismo color. Los besos seguían poblando su espalda en el momento que sintió como su vestido se despedía de ella para descender por sus caderas dejando su piel expuesta a la fría brisa que filtraba el invierno. Contra su espalda se encontraba toda aquella humanidad que le sembraba besos en la nuca haciéndole que su cuerpo recibía escalofríos. Sus manos estaban aprisionadas entre su cuerpo y la pared pero deseaba zafarse y poder tocar el cuerpo de aquel que le regalaba besos a diestra y siniestra.
— Ahora hueles a mí— le susurró en la oreja.
Aquello era cierto. Eran tantos los besos y tantas las caricias que recibió en su piel que no había duda de que aquello fuese así. Ahora su cuerpo emanaba aquel aroma dulzón de musgo y vainilla. Sus poros abiertos sudaban un aceite aromático que embadurnaba la habitación por completo. Cada espacio, cada esquina, cada trozo de aquel cuarto estaba lleno de aquella fragancia.
Henry la volteó y ella se encontró de frente con unos labios carnoso que se desgastaban besándole el cuello. Lo sentía a él recorriéndole la piel con sus dientes. Sentía todos aquellos besos regados por todos lados. Sentía como él buscaba entre su cuello aquel aroma, como buscaba entre su piel aquella pasión que ella llevaba tanto tiempo reprimiendo por dentro, conteniéndola, escondiéndola desde hacía horas, días, semanas, meses.
Annie sentía un cosquilleo que le subía desde las rodillas, una especie de torrente de espuma que subía por su flujo sanguíneo. Era como si cada poro de su cuerpo palpitara a ritmos desiguales impulsándola a flotar por aquel cuarto embadurnado de musgo y vainilla, así que se dejó llevar. Se dejó llevar y empezó a flotar y flotar hasta que una extraña corriente le explotó por la yema de los dedos como fuegos artificiales de confeti que se apoderaron ella. Aquella sensación se apoderó de ella por completo y la hechizó enteramente. De la nada sentía como se desvanecía entre ella misma y se convertía en un mar húmedo de lujuria y deseo que la hizo sentir más viva que nunca.
Annie se despertó sobresaltada.
Sus sabanas estaban empapadas por completo. Ella misma no reconocía donde estaba. De no ser por las cortinas y los adornos en las paredes no se hubiese enterado que estaba en su habitación. Se levantó directo al baño y se pegó un duchazo rápidamente. Por dentro maldecía al invierno por haber llegado porque en ese momento lo que necesitaba era un duchazo de agua fría. Mientras el agua caliente caía por sus caderas ella deambulaba por los recuerdos de aquel extraño sueño. Extraño y agradable.
Junio ya estaba bien entrado y ella llevaba semanas atendiendo a Henry de manera metódica. Sus manos seguían tallando y secando cada poro, cada peca, cada dedo de los pies de aquel hombre del cual aún sabía muy poco. Solo unos familiares de su difunta esposa hicieron una rápida y extraña visita al hospital. Todos estaban muy consternados por todo lo sucedido a Henry aunado al inmenso dolor que vivían ellos mismos. Ninguno podía hacerse cargo del paciente ya que debían volver a sus obligaciones. Solo dejaron un poco de información sobre los padres del paciente mencionando que se encontraban en Europa. Más allá de eso y de lo que Adrián le informaba diariamente no sabía nada de la vida de Henry.
Ese era el otro detalle.
Adrián.
Aquel hombre guapo había hecho más que rutinarias sus visitas con vasos de café y alfajores que le llevaba acompañados siempre por su sempiterna sonrisa haciendo evidente su interés en ella. Annie también se sentía muy cómoda con él. Cada día era una nueva risa que la llevaba hacía otra faceta de su vida. Era como un nuevo camino que la llevaba a escapar de ese torbellino que había sido el desamor que Fabián le había sembrado en el pecho.
ESTÁS LEYENDO
El Mensaje
RomanceUna dedicada acaba de terminar una larga relación, y en medio de el esfuerzo por superarlo todo se encuentra con un maletin que formó parte de su pasado y parece haber vuelto para recolver el presente. Un accidente de tren, un paciente en coma y alg...