Las diez semanas que llevaba en aquel hospital le habían hecho perder algo de peso. La ropa que le habían traído sus padres le quedaba muy holgada. Sentía que de nuevo era un adolecente rebelde que se vestía con pantalones dos tallas por encima solo porque así lo dictaba la moda del momento en la que él, muy a su posterior pesar, había sucumbido también. Llevaba un bonito sweater negro con cuello alto y unos jeans oscuros con unas botas negras bien apretadas que hacían juego con su bastón recién comprado. Estaba recostado al marco de la ventana de su habitación admirando aquel paisaje que tanto había visto una y otra vez pero que resultaba ser un pequeño escape para todo aquel embrollo mental que lo embargaba. De cierto modo la veía con un aire nostálgico en su mirada ya que aquella ventana había sido su compañera durante aquellos duros momentos e iba a extrañar de cierta manera poder refugiarse en aquel tosco paisaje que le regalaba. Aquella mañana Henry se iría del hospital.
La doctora Martha lo había chequeado en su ronda diaria y le había comentado que ya estaba listo para darle de alta, que no había ninguna razón para que continuara en el hospital. Henry sabía que toda aquella situación había cambiado solo por el hecho de que sus padres habían aparecido, sin embargo la escuchó atentamente sobe todo las indicaciones que le dio. Debía en un par de semanas poder manejarse sin el bastón, de no ser así debía buscarla nuevamente para referirlo a un tratamiento de rehabilitación física. Fuera de eso y de un chequeo cada seis meses no le dijo nada más que desear que le fuera muy bien en su regreso a casa. Ambos sabían que aquello no era más que simple cordialidad. Volver a casa no sería para nada agradable.
Luego de aquella tarde en el consultorio del doctor Salcedo volvieron a reunirse al día siguiente en el mismo lugar. Aquella conversación no había sido tan dramática como la anterior sin embargo no había dejado de ser dura para Henry. A medida que avanzaba la consulta Gustavo se explayaba sobre las dificultades con las que se encontraría en su tan característico duelo y volver a casa sería una de aquellas dificultades. Mientras él estaba sentado con la mirada fija en los títulos académicos de su terapista, este le iba comentando como a medida que empezaba a regresar a la normalidad de su vida más difícil sería afrontar que su esposa ya no estaba a su lado. No solo sería el hecho de tener que volver a su casa sino reajustar toda su rutina. Existían muchos aspectos de su vida que compartía con su esposa, tal vez ella se encargara de los víveres o lavar la ropa y todo este proceso de reajuste aunado al hecho de vivir en una casa que fue diseñada para la vida de ambos iba a ser un hecho duro de afrontar.
Mientras Henry continuaba junto a la ventana con la vista pérdida en los copos de nieve que flotaban llenando el ambiente de polutas blanquecinas, resonaban en su cabeza las palabras de Gustavo. Henry había sufrido un trauma tras otro que iban solapándose inconscientemente de forma que no había terminado de afrontar uno cuando ya el siguiente le estaba escupiendo la realidad en la cara. Él había pasado por un accidente que no solo puso su vida en peligro sino que le produjo alteraciones físicas que no eran sencillas de asumir y esto aunado al hecho de haber pasado en coma nueve semanas de su vida. Nueve semanas. Cada vez que Henry recordaba aquella cantidad de tiempo un pequeño escalofrío le subía por la espalda. Al recordar aquello vio que Gustavo no se lo decía en vano. Luego de enterarse de la muerte de Alice opacó tanto lo otro que le habían dicho que ya casi ni le parecía relevante. Pocas veces se centraba en pensar en ese periodo de su vida y lo que le había pasado. Para él era más importante entender porque justo durante ese trance su esposa había muerto. Muchas veces sucumbió a las lágrimas tratando de recordar cual había sido la última conversación que había tenido con Alice pero era totalmente inútil. El golpe que recibió en la cabeza había desaparecido de su mente los sucesos de los últimos dos días antes del accidente. Era tan frustrante pensar que la postrera imagen que tendría de su esposa era ver su celaje cuando se levantó para ducharse la mañana que se había ido de viaje para realizar un reportaje especial en las afueras de Rawson. Con sus buenos treinta y dos años y su cabellera rubia cayéndole por la espalda Alice resultaba ser enormemente atractiva y sensual. Todo un contraste a él. Si bien era bastante alto y su cabello castaño hacía un hermoso juego con sus enormes ojos azules siempre tendía a vestir bastante desprolijo y hasta le daba un aire desgarbado. Nunca había sido un chico de gimnasio pero le encantaba trotar por las mañanas y comer saludablemente, algo que obviamente había aprendido de sus padres. No sabía bien cuáles eran sus genes pero de seguro habían de ser muy bueno ya que siempre estaba en forma y de no haber sido tan tímido en la universidad habría sido todo un Don Juan.
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El Mensaje
RomanceUna dedicada acaba de terminar una larga relación, y en medio de el esfuerzo por superarlo todo se encuentra con un maletin que formó parte de su pasado y parece haber vuelto para recolver el presente. Un accidente de tren, un paciente en coma y alg...