Parte 1 - Capitulo IV

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Un pitido le taladraba en los oídos mientras que el mundo le daba vueltas. Le parecía increíble lo que estaba viviendo. Era como una escena de alguna película de mal gusto en donde al protagonista le dan la noticia de que le quedan dos meses de vida por alguna extraña enfermedad o de que su  hija perdida ha sido hallada muerta en el fondo de algún lago.

El paramédico le preguntó tres veces si se sentía bien. Antes de que lo hiciera una cuarta vez Annie asintió con la cabeza y tomó el maletín, aprisionándolo contra su pecho.

– ¡Dejas tu café aquí! – le señaló el paramédico mientras ella se dirigía hacia la zona opuesta de la sala. Ella le hizo señas de no quererlo y él caminó de vuelta a la ambulancia soplando el brebaje entre sus manos.

Necesitaba salir de allí. Necesitaba estar un momento a solas. Se fue hacia el cuarto de enfermeras lo más a prisa que pudo y una vez allí se sentó en la banqueta del fondo. Aunque por dentro sentía un torrente de lágrimas que se arremolinaba en el borde de sus ojos no cedió a estas. Su mente estaba aún en shock. Solo podía estar allí sentada en medio del silencio y la oscuridad rezando porque Fabián estuviese bien. De pronto escucho la puerta del cuarto abrirse mientras se colaba un poco de luz del exterior.

– ¿Qué te pasa? ¿Estás loca?– señaló Eric con voz en cuello una vez la tuvo en frente – ¿No estarás embarazada, verdad?

Annie sentía como el rostro se le quemaba de ira. No era el momento para soportar las estupideces de Eric.

– Dame el maletín del paciente – le señaló este mientras le extendía la mano. – Pareces psicótica.

– ¡Fuera de aquí maldito bastardo antes de que te arranque la garganta y te la meta por el orto!

Eric se quedó paralizado. Nunca la había visto así. Decidió irse, era lo mejor.

Annie continuó en sus pensamientos. Sabía que luego tendría que dar un par de explicaciones por tal comportamiento pero antes debía enfrentarse a algo mayor. ¿Sería Fabián el mismo paciente que ahora mismo se debatía entre la vida y la muerte? ¿Lo sería? ¿Por qué había llegado justamente allí? ¿Qué clase de prueba era aquella que le estaba colocando el destino? No podía hacer más que aferrarse a aquel maletín y sentir que así se estaba aferrando a Fabián, a la vida de este, a su presencia, a su esencia, su aroma, a ese olor a musgo y vainilla que bañaba su maletín.

Annie bajó la mirada para admirarlo mejor. Se olió las manos.

“¿Musgo y vainilla?”.

Caminó hacia la pared y encendió la luz. El maletín no tenía ningún seguro así que podía echarle un vistazo. Lo abrió y se encontró con dos carpetas; una tenía una serie de documentos sobre un lote de tierra en Mar de Plata con la permisología de la alcaldía para realizar ciertos levantamientos topográficos y estudios de tierra para construir en ellas, la otra solo tenía unos bocetos de algunos planos rudimentarios del posible tipo de vivienda a construir. Todos estaban firmados de un modo ilegible. En el bolsillo posterior encontró una cartuchera con diferentes tipos de lápices y algunas reglas, al lado de esta, en un compartimiento interno encontró una tarjeta de presentación.

“Henry Latouff. Arquitecto.”

Annie soltó un soplido y se dejó caer de nuevo en la banqueta. Estuvo a punto de echarse a llorar de felicidad, una felicidad extraña de saber que el hombre que le había partido la vida no estaba en peligro y nada tenía que ver con el pobre diablo que de seguro estaban operando en aquel momento. Volvió a guardar las cosas en el maletín, apagó la luz y salió del cuarto. Luego de cerrar la puerta se volvió a oler la palma de la mano.

“Musgo y vainilla.”

Algo dulce para su gusto pero en definitiva muy diferente al pino ahumado y limón que acostumbra a usar Fabián. Le dolió un poco darse cuenta que volvía a pensar en él, aunque realmente nunca había dejado de hacerlo.

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