Parte 2 - Capítulo XXII

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El frío del consultorio era aún más fuerte que el que llenaba su habitación. Realmente todas las oficinas de la primera planta del hospital eran un poco más fría. Henry había bajado a una consulta con el doctor Gustavo Salcedo en el transcurso de la tarde mientras sus padres iban a su casa a buscar algo de ropa y ponerla en orden ya que tenía más de dos meses sin que alguien pusiera un pie en ella. Annie se tomó la libertad de conseguirle un mono quirúrgico y un sweater del hospital que le sentaban mejor que la media bata y el albornoz con que se cubría en la habitación. Ella le sugirió usar la silla de ruedas pero él prefirió apañarse con un bastón, pensó que no siempre tendría a alguien que lo empujase y además debía darle uso a su pierna. Bajaron por el ascensor hasta la segunda planta donde estaban algunos consultorios del hospital, entre ellos el del departamento de psicología. No había muchos pacientes que requirieran aquellos servicios pero el hospital se encargaba de brindar ayuda a los pacientes en estados postraumáticos así como ciertas ayudas a la comunidad. Para estudios más profundos relacionados en el área remitían a los pacientes a Rawson en el centro especializado para ello ubicado en la ciudad.

El doctor Gustavo era un hombre joven con una sonrisa afable que a pesar de estar siempre de buen humor y con alguna palabra de aliento a la mano era muy profesional en su área. Las paredes detrás de su escritorio mostraban no solo su título de Licenciado en Psicología de la Universidad de La Plata sino también su especialización en Clínica Psicoanalítica y su respectivo Doctorado en la materia. Mientras Henry paseaba su mirada por cada uno de los honores exhibidos de su tratante este estaba al pie de la ventana admirando un paisaje diferente al que mostraba la habitación de su paciente. Ambos estaban impacientes y nerviosos sobre aquella conversación que no se decidían por iniciar.

– ¿Cuántos años tiene usted?– disparó de pronto Henry.

– Te lo diré si me prometes que eso no cambiará tu perspectiva profesional hacía mí – dijo Gustavo mientras detallaba las colinas bañadas en nieve que le regalaba el paisaje.

Henry esperó un tanto para dar respuesta a algo que realmente consideraba irrelevante ya que la edad de su tratante no le iba a cambiar la imagen que ya se había formado de él. Gustavo había sido gentil y paciente con su situación, inclusive en aquel momento. Había sido el mismo Henry quien le pidió a Annie que le dijera a Gustavo que podrían hablar en lo que estuviese libre, a lo cual este contestó que lo vería a las dos de la tarde en su consultorio. Luego de ayudarlo a vestirse Annie los escoltó hasta la puerta del mismo. Henry le preguntó porque no había subido a hablar con él y esta le respondió que era mejor hablar en una zona más neutral para Henry. No le importaba la edad que tuviese, solo era una mera curiosidad, aquello no le cambiaría la visión de alguien tan evidentemente preparado y perspicaz.

– Cumpliré 31 el Agosto próximo – respondió Gustavo mientras se encaminaba a la silla que le daba la espalda a la pared.

Ambos frente a frente estuvieron en silencio por un rato más. Henry se miraba las manos y Gustavo anotaba algunas cosas en una pequeña libreta que tenía sobre el escritorio. El silencio seguía paseándose entre ellos hasta que el doctor decidió iniciar con aquella consulta.

– ¿Alguna vez has perdido un empleo Henry? ¿Uno que realmente te haya gustado?

El interpelado levanto la vista de sus manos para ver de frente a su interlocutor. Los ojos castaños del doctor chocaban contra sus impactantes ojos azules que detonaban no entender a que venía aquella pregunta que se le antojaba tan fuera de contexto. Volcó por un momento sus pensamientos en el cajón de recuerdos personales y recordó su último verano en Montpellier cuando todavía faltaba un buen trecho para mudarse a Paris a iniciar sus estudios.

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