Parte 3 - Capítulo XXVII

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Annie no creía lo que estaba viendo. De rodillas frente a un destrozado teléfono celular estaba Henry. Siempre lo había visto tal grande y tan fuerte, incluso cuando estaba en coma tirado en una camilla bajo su cuidado, así que tenerlo allí como un chiquillo llorando por un juguete roto le parecía irreal. Realmente todo en aquella noche le parecía así.

Gracias a su amiga, Henry había aparecido tocando la puerta de su casa de manera sorpresiva para luego sacarla de sus casillas con una serie de preguntas a las que no tenía la menor disposición de responder. También estaba el beso, por supuesto, como olvidar aquel beso igual de intempestivo. De todas las veces en que su cabeza jugó haciéndola alucinar sobre aquel beso aquella era la última de las maneras en que jamás se lo había imaginado. No podía negarse que estaba deleitada de sentir aquellos rosados labios sobre los suyos pero fue un beso tan fúrico e hiriente que la hizo echarlo y salir de allí. ¿Qué tenía ese hombre que la hacía sacar de ella un lado que muchas veces se esforzaba por ocultar?

Ahora estaba frente a ella recogiendo los restos de un aparato como quien recoge los trozos de una vida perdida. No sabía a ciencia cierta porque estaba reaccionando así pero realmente la mezcla del entorno y por lo que él había pasado no era de seguro una experiencia agradable de revivir. Y allí estaba él, reviviendo cualquier cantidad de recuerdos que le traía estar allí y frente a eso Nena le había traído una ofrenda y a pesar de lo emotivo que estaba no parecía haberle disgustado. Eso era otra cosa que le parecía irreal. ¿Su perra se bajó desesperada del auto y regresa con el destrozado teléfono de su copiloto? ¿Acaso se le podía añadir más a toda aquella locura? Solo deseaba estar echada en su cama y dormir hasta olvidar aquel episodio.

Henry se puso de pie sujetando el móvil entre las manos. Estaba temblando. Ella no sabía si era por el frío o por las emociones encontradas. Tal vez eran ambas. Le dijo que fueran hacía el auto porque estaba helando afuera. Él asintió y los tres fueron hasta la carretera para entrar en el vehículo. Una vez le abrió la puerta a Nena esta se echó de largo a largo en el asiento trasero sin rechistar, lanzó un bostezo al aire y cerró los ojos en la comodidad que le brindaba la calidez de aquella manta. Henry se montó en el coche y ella hizo lo mismo por su parte. Se abrochó el cinturón, encendió la máquina y luego de un poco de esfuerzo por salir de la grava húmeda se puso en marcha hacia la casa de Henry. Lo hubiera molestado preguntándole la dirección pero no quería importunarlo. Aún estaba como fuera de sí con el aparato roto en las manos. Además era un detalle si importancia. Había leído tantas veces la dirección de Henry en su historial médico que ya se la sabía de memoria. Muchas veces fantaseaba con la idea de ir hasta esa casa y entrar sigilosamente para conocer detalles del hombre al que le enjugaba sus carnes diariamente. Mientras iba conduciendo vio cómo su copiloto sacó su otro aparato del bolsillo de su chaqueta y empezó a desmembrarlo. Luego de un par de minutos había colocado el chip de su antigua línea en el teléfono funcional y estaba marcado una serie de números para realizar una llamada.

"Está llamando al buzón de voz".

Ella pensó que aquello tal vez podría calmarlo pero no fue así. Las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Henry hasta estar inmergido en un llanto incontrolable. Se cubrió las manos con ambas caras y lloraba como un niño desesperado que nadie puede calmar. Annie no dijo nada. Lo dejó llorar por un buen rato mientras manejaba de camino a su casa y luego de haber llegado se detuvo sin apagar el auto. Henry seguía llorando pero no iba a interrumpirlo. Él necesitaba hacerlo y ella no era quien para detenerlo. Notó como las luces de la sala de la casa se encendieron de pronto imaginándose que serían sus padres esperándolo. Al cabo de un par de minutos Henry dejó de llorar y tenía la vista perdida en el horizonte. Después de un largo silencio hablo con él.

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