Parte 2 - Capítulo XVIII

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Para ser la primera nevada del año era increíblemente copiosa. La nieve se anidaba en el borde de la ventana mientras el sol la fundía convirtiéndola en una pasta blanca fría y dura. Los pinos que bordeaban el camino mostraban su esqueleto pintado de blanco mientras sus hojas en el suelo teñían el horizonte de manchas café. Era un día claro, calmo y sin brisa. Lo que veía afuera reflejaba el vacío que lo llenaba por dentro. Era el día más blanco del año, la primera nevada de la temporada y ella no estaba allí para él.

Alice había muerto.

Habían pasado dos días desde que el oficial de policía había hablado con él y le había contado todo lo acontecido. A pesar de mostrar cierta delicadeza al principio llegó el momento donde lo inevitable sucedió y el agente Cores le dio la mala noticia.

Al parecer el destino tiene maneras raras y retorcidas de hacer las cosas y las posibilidades de que extraños sucesos formen parte de la vida son más altas de las que realmente se cree. El mismo día que Henry sufrió su accidente un vagón de un tren se había zafado y toda su carga había dado a parar en la carretera. Su esposa que estaba pasando por allí trató de esquivar uno de los troncos que se le atravesó en el camino y se estrelló contra un árbol. Tal vez él no fuese el único en pensar que era un poco irónico. Lastimosamente no podía recordar nada de aquel día así que no sabe hacía donde iba él o qué le había sucedido. Según le comentó el oficial su carro se encontró virado en un descampado pedregoso a unos cien metros de la carretera de donde evidentemente se había salido en un derrape violento. No podían determinar si fue negligencia de su parte, algún desperfecto del vehículo u otro percance en la carretera, sólo sabían que aquel día de abril una hora y media después del accidente de su esposa él estaba desangrándose inconsciente en el asiento de su carro.

Aun no podía creer que con sus treinta y seis años ya fuese viudo. Estaba sentado en una silla de ruedas mirando la nieve caer por la ventana. Deseaba que sus pensamientos se convirtieran en copos de nieves y se desintegraran en el aire o se amalgamaran con el suelo pero hasta mirar la nieve le causaba dolor porque Alice amaba la nieve y aquel paisaje, aquella primera nevada lo hacía recordarla aún más.

"El día más blanco del año".

Alice soñaba cada año con la primera nevada y era capaz de paralizar toda su agenda de aquel día con tal de quedarse en casa y ver como el enorme patio por el que tanto peleaba durante los otros 364 días del año se alfombraba de un límpido y perfecto color blanco. Algunas veces hasta colocaba cerca de las ventanas una que otra pequeña decoración de navidad ya que decía que era toda una lástima que aquel paisaje tan bonito llegara justo a mitad de año cuando las personas estaban más centradas en exámenes finales o compras de supermercado. Henry reía ante aquellas ocurrencias y sentía que de alguna manera aquella alma tan risueña era el sol que le llenaba sus amaneceres. No sabía que iba a hacer ahora sin su sol.

La puerta corrediza de la habitación se abrió pero Henry no apartó ni un momento la vista de la nieve. Desde el momento que se enteró de aquella trágica noticia no hacía más que mirar por la ventana. Annie se aparecía algunas veces para ayudarlo con su baño diario o hacerle algunos ejercicios de movilización en su pierna derecha que ya estaba sin yeso pero Henry se mostraba tan huraño y malhumorado que esta prefería acercarse lo menos posible y hasta había cambiado turno con una enfermera un poco más vivaz con una enorme y dorada cabellera rizada para no tener que soportar ver a Henry con aquel semblante.

Quien había entrado a la habitación no era Annie.

– Buenos días Henry. Veo que estas apreciando la primera nevada – dijo una voz de un hombre joven tras volver a llevar la puerta a su puesto original.

Henry no volteó. Siguió observando la nieve que cubría el techo de los autos en el lote de estacionamiento del hospital. No había escuchado mucho aquella voz pero si sabía de quien era. El doctor Gustavo Salcedo era el psicólogo del hospital y había hablado con él un par de veces después de que el agente Cores le había notificado su pérdida. No era un hombre muy alto, medía un poco más de un metros sesenta y tendría un poco más de veinticinco años. Siempre llevaba una barba poblada bien rasurada tal vez con la idea de hacerse ver un poco más serio o adulto de lo que realmente era. Sus palabras certeras y bien cuidadas daban buena fe de lo buen profesional que era.

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